A mediados de los años 80, el artista Paul Cézanne, eligió esta montaña como musa para sus pinturas y la repitió en numerosas ocasiones.
El resultado de repetir esta montaña tantas veces, es clave para entender después el desarrollo del arte cubista.
Cézanne observa la montaña y la va dividiendo en cubos pequeños y grandes que el abstrae de la realidad, va disociando volúmenes y creando sus propias estructuras, para agruparlas finalmente en una masa con la que crea la imagen única.
Estas son las reglas que distinguieron claramente al arte cubista, el observar y pintar distintas partes de un objeto y juntarlas después en un mismo plano, para crear todo tipo de puntos de vista sobre un tema.
Con su particular empleo del color y su geometrización, el artista consigue imágenes emotivas.
En todos estos paisajes, el color va perdiendo importancia progresivamente, en favor de la forma geométrica, reconociéndose cada vez más la pincelada.
Cézanne hereda del impresionismo la costumbre de pintar paisajes, pero sus puntos de partida son diferentes, los impresionistas estaban interesados en el espacio y los cambios de luz y color, sin embargo Cézannne ve los paisajes como en un plano sólido y denso, saturado de color.
Es la articulación de esos planos de color lo que va determinando sus formas y organizando los volúmenes en el espacio.
Cada uno de sus cuadros es fruto de muchísima reflexión ya que no deja nada al azar.
«Llegará el día en que una sola zanahoria, observada con los ojos nuevos, desencadenará una revolución»
Paul Cezanne