Hace una decena de años más o menos, escuché por primera vez llamar a los estudiantes «clientes» en la universidad. Era un tratamiento hasta cierto punto humorístico, pero pronto tomó cuerpo de terminología común. Posteriormente me fui dando cuenta de que este tratamiento se iba extendiendo poco a poco en la sanidad y en los servicios sociales. Aún así, el cambio más definitivo está siendo para mí la reciente conversión de los ciudadanos en clientes por parte de quienes se dedican a la política.
Este clientelismo aparece bajo una forma nueva que suele estar vinculada a la calidad y a la efectividad ,de manera que ya es muy frecuente que el tipo de argumentos que utilizan muchos políticos sean muy similares a los que emplean muchos empresarios: se habla así de «atraer inversiones» , de «equilibrio presupuestario» o » posicionarse» ,como si las instituciones públicas tuvieran que ser gestionadas como empresas.Es más, parece que hoy en día un político de cualquier nivel institucional que consiga y comunique con alborozo que ha cuadrado las cuentas y que incluso tiene un pequeño -por no decir grande- superávit, es el mejor político posible.
Esta manera de ver la política contemporánea como reflejo exacto de la economía no tiene mucho que ver con sus orígenes liberales y menos con la emergencia del Estado de Bienestar de la mano de la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia que se consolidó en Europa tras la Segunda Guerra Mundial . Pues el Estado y todas sus instituciones propias o delegadas, se consideraban precisamente , por entonces, el aval último de la cobertura de las necesidades sociales y la Política, consecuentemente, no miraba tanto hacia la obligatoriedad de cuadrar cuentas sino más bien hacia el establecimiento de los medios necesarios para recabar – generalmente por vía impositiva – los recursos suficientes . Una de la pruebas más claras de este cambio de perspectiva es lo que está ocurriendo con la Seguridad Social que, una vez más, se quiere gestionar con criterios meramente empresariales sin tener en cuenta que en última instancia está – y lo está constitucionalmente- respaldada por los recursos del Estado que pueden salir de cualquier sitio y no necesariamente sólo de las cotizaciones.
En fin, es cierto que los tiempos han cambiado y que nuestros políticos ( y políticas ) también y que quizá no sean sino el reflejo de una sociedad insolidaria y egoísta que no mira más allá de lo que tiene delante en un ¡sálvese quien pueda! permanente.
Pero luego resulta que este nuevo clientelismo se revela de pronto y sin avisar como el viejo clientelismo decimonónico, caciquil y prepotente, sólo que adobado por personajillos que desde Gonzalo Fernández de la Mora se llamaban » tecnócratas» y ahora también. Y entonces , la pregunta que queda en el aire es cómo a algunos partidos políticos de larga historia y reconocido prestigio social, les han podido salir estos michelines sin que nadie se haya dado cuenta de lo «grave y trascendental» que ya es y más que puede llegar a ser…