Patxi ha llegado hoy muy exaltado al desayuno de los martes. Al parecer ha recibido un e-mail escrito en inglés en el que un tal Georges McDonald, albacea de otro tal Michael Goicoechea, le comunica la muerte en accidente de este último. Y como sea que don Michael, residente en Reno, no tiene descendencia alguna pero sí unos diecisiete millones de dólares en un banco, deduciendo que Patxi, por la rama materna, puede ser uno de los herederos, le ruega que se ponga en contacto urgente para activar el procedimiento legal oportuno.
He esperado a que Patxi recobrara el aliento, pero no he podido evitar una sonrisita diabólica, de esas tipo Fu-Manchú: la cosa huele mal, bastante mal.
Aún así, a Patxi se le ha desatado la imaginación: «¿Qué podría hacer con tanta pasta? Producirme un par de pelis, por supuesto… Siempre he tenido ese problema. Pero claro, también tendría que repartir. Algo para mi madre y para mis hermanas. Comprar el estudio en el que vivo, una casita en la costa, viajes, algo para Batera Ibiliz …¡Vaya lío!»
Marta, que había llegado mientras tanto, ha seguido las meditaciones en voz alta de Patxi en silencio. «También podrías repartir los dólares entre los colegas poniéndonos como condición que nunca te los devolviéramos, como hizo Wittgenstein…Así te evitarías tantos problemas» ha dicho por fin mientras echaba delicadamente un par de azucarillos en su café con leche.
El colega ha sonreído y su rostro se ha iluminado como si se hubiera caído del caballo de San Pablo. Luego ha negado con la cabeza. Yo le he tomado del hombro: «Ya sabes, nunca podemos renunciar a ese código aristocrático anidado en nuestro arqueo-cerebro y de vez en cuando nos vemos rentistas y jugamos a la lotería para intentar recuperar aquella posición mágica de la que habla el Príncipe Salina en El Gatopardo…»
Pero Patxi se ha subido de nuevo al caballo…»¿Y si fuera verdad? ¿ Y si tengo un tío en América?»
P.S. ¡Caramba! ¿Y si yo o tú, querido lector ( o lectora, of course) tenemos un tío en América?¿Qué haríamos?
Me recuerda a una de las causas de suicidio de Durkheim. La riqueza que turba la tranquilidad cotidiana