Yo era el segundo en la larga cola para entrar en el supermercado. Quien daba el nihil obstat para avanzar ( y de paso repartir unos guantes), un joven de rostro amerindio , charlaba con mi inmediato anterior.
Y le decía: «Parece como si , con este virus, la Tierra nos quisiera expulsar del planeta…Tendremos que hacer grandes cambios para no desaparecer…» Su interlocutor, a quien yo veía de espaldas – grandes y anchas, por cierto – le ha contestado en tono tajante con un punto de ironía: «Ya, ya, en cuanto aparezca la vacuna y este maldito bicho infecte solo como una gripe, nos olvidaremos de todo…»
El grandullón ha entrado en el local y yo no he tenido la oportunidad de continuar la conversación porque ante , supongo, la frustración previa, mi Caronte había decidido ensimismarse con un perrillo aburrido atado a una farola cotangente.
Y luego me ha tocado iniciar el tránsito entre las estanterías, algo que ya llevo a cabo con un ritmo casi de sonámbulo por rutinario.Y en este ir y venir, bien guiado por mi lista de la compra que siempre es más lista que mi memoria, me he acordado de algunas secuencias de una película que vi hace ya mucho tiempo. Se titulaba Grand Canyon , la dirigió Lawrence Kasdan en 1991 y obtuvo el Oso de Oro de Berlín el año siguiente.
En ella se relata la vida de un grupo de personas de distintas clases sociales que viven en la ciudad de Los Ángeles y que por diveros motivos coinciden entre sí tras algunos episodios azarosos , y para celebrarlo organizan una excursión al Gran Cañón del Colorado. En el viaje de vuelta, un productor de cine interpretado genialmente por Steve Martin, que se ha salvado de un atentado por los pelos, le confiesa a un compañero (Kevin Kline) que la «serena contemplación del Grand Canyon» le ha hecho comprender lo banal de su vida y que aquel viaje va a suponer un antes y un después…Sin embargo, al poco se le puede ver reincorporado a su vida hollywoodiense, más perro y frívolo que nunca, pues tras un nuevo a modo de corte epistemológico, concibe que su supervivencia ha sido obra de su astucia…
Y a la salida del super , con el carro medianamente lleno, he vuelto a casa con la sensación de que a lo peor el grandullón tenía razón y que, tras la desescalada y a pesar de haberle visto los dientes al lobo ( sanitario, económico, social y político), algunos (y algunas, of course) pensarán ( o desearán pensar ) que «la vida sigue igual…»
Estoy de acuerdo con el grandullón. Quizás lo que haga esta situación es que se atornillen aún más nuestras creencias individuales, que se acrecienten nuestras «certezas». En cuanto a los cambios sociales eso es especialidad suya don Vicente.
Malgré-nous! Gracias por el comentario.