
Son ya muchas, demasiadas, las voces que se oyen ,fundamentalmente en los medios de comunicación audiovisual, expresando la desazón cuando no el enfado porque «no estamos siendo lo suficientemente responsables» frente a la pandemia del COVID-19. El tipo de argumentación recuerda mucho al que se tuvo que escuchar durante la crisis económica que comenzó en 2008, y que afirmaba que «habíamos gastado demasiado».
Para cualquiera que se detenga un poco a reflexionar, la utilización de estas argumentaciones análogas no deja de resultar un modelo de transferencia de culpa por cuyo medio, tras un análisis simplista, parcial e interesado, una catástrofe global, desatada por acciones u omisiones particulares y específicas, se catartiza proyectándola hacia toda la ciudadanía
El efecto de esta transferencia de la culpa es doble. Por un lado se diluye la responsabilidad de quienes desencadenaron o deberían haber previsto la catástrofe; por otro se reagrupa a toda la colectividad de cara a una acción común que , aceptando un régimen disciplinario antes impensable , encontrará rápidamente culpables ad intra para fortalecerse hasta llegar a argumentar que cualquier rebeldía está organizada.
Sin duda, en una cultura anclada sotto voce en la culpa originaria, en el «pecado original» ,no resulta muy difícil llevar a cabo este tipo de transferencias, sobre todo cuando las circunstancias políticas favorecen la sucesión impertérrita de maniqueísmos.
Pero, como sabemos por la Mitología, por la Literatura, por la Historia y más recientemente por la Psicología ,antes o después, las culpas se purgan, individualmente y colectivamente, prolongándose entre la depresión y la histeria.
¿No sería entonces mejor hablar claro?¿ Deslindar las responsabilidades sin escurrir el bulto?¿ Aceptar los errores aunque no haya propósito de la enmienda? ¿ No sería mejor, en fin, dejar de sumar al sufrimiento físico, económico y social , la culpa moral?








