De tanto hablar de las miserias de hogaño, no me he percatado de que la Navidad ha venido y nadie sabe cómo ha sido.
Pues viene con reiteración y alevosía a romper la recta línea de los años con el círculo de las estaciones , bajo el buen disfraz de soltiscio de invierno que le proporcionó esa maravilla sincrética de nomadismo estático que es el cristianismo.
Por eso , y para prevenirme contra mí mismo , me consuelo leyendo a Montaigne y me hago eco de sus ecos de Horacio, como lo hace en el capítulo XI de los Essais – “De los pronósticos “– : “Ille potens sui, laetusque deget,cui licet in diem dixisse, vixi,cras vel atra nube polum pater occupato vel sole puro”- o sea: “ Es feliz, dueño de sí mismo, el que cada día puede decir: he vivido. Qué me importa que mañana el cielo se oscurezca o brille el sol” (Odas III XXIX, 40-44)
Pues el paganismo de Horacio, su fijación en el carpe diem, previene, histórica y conceptualmente contra el cronos de la cronología, tiempo básico de base griega del pensamiento judeo-cristiano, para abocarla hacia el kairós, hacia la ocasión propicia que hasta puede vivirse como aión, es decir como eternidad.
Y si me previene , y tan bien, es porque no aparece en este tenor productividad alguna, pues para que la haya hay que conjugar el tiempo como cronos: esto nos lo sabemos muy bien desde que estudiamos la productividad del capital vinculada a la inversión durante un tiempo determinado. A más de que conjugarlo como cronos es espacializarlo, como ya advirtió en su momento Henri Bergson, y abrirse al sufrimiento del acabamiento.
Y así, ahora que la Navidad es consumo, que no es sino la forma análoga y más oculta de la producción, se me ocurre que puedo, que podré , escaparme de la programación de estos días, o , al menos, de algunos de ellos, bien defendido por este mi escudo horaciano, y ser durante algunas horas libre en mi familia, en mi municipio y en mi sindicato …Carpe Diem!