Cada vez que, durante la pandemia del COVID-19, se intenta legitimar una medida de restricción de la vida cotidiana se argumenta, según se dice, científicamente. Curiosamente, las Ciencias que se tienen en cuenta son solamente las que pertenecen a las diversas variantes sanitarias, desde la Virología hasta la Epidemiología .
Parece así que en estos lares todavía se concede el título de «ciencia» exclusivamente a aquellos estudios cuyos resultados pueden expresarse bajo forma numérica, incluyéndose en este ámbito a la Economía, una Ciencia Social relevante, pero no tanto como para estar representada en los comités técnicos que asesoran científicamente a los políticos.
Pero, nada, por supuesto, de integrar a la Psicología, la Sociología o la Politología, Ciencias que pretenden comprender más que explicar – en terminología de Max Weber- otro tipo de fenómenos ( ¿ colaterales ?) de la pandemia como la tristeza o la depresión , el aislamiento social y las exacerbaciones colectivas, o la falta de un liderazgo eficaz, más carismático por su presencia entusiástica que por sus admoniciones monjiles.
Este último aspecto, el político, debería dar mucho que pensar a quienes detentan el poder, pues, en muchas ocasiones ,y reiteradamente, se trata a la ciudadanía como irresponsable cuando se la ha elogiado como sumamente responsable a la hora de votar , y se le está trasmitiendo una culpa, por ejemplo, la de la saturación del sistema sanitario, algo que debería haber sido previsto precisamente por la Política (sanitaria).
¿Para cuándo, pues, contar también con estas Ciencias en los lustrosos y a veces autistas comités asesores científicos?