Con El Fepe en la Plaza de la Consti (tución)

 

Da un poco de cosa quedar en una plaza que se llama “de la Constitución” en una ciudad que es la capital del territorio menos constitucionalista de la “pell del brau” y que se permite incluso proclamarlo no sólo en sucesivas manifestaciones y pancartas más o menos festivas, sino incluso en placas incrustadas en egregios edificios.

Pero, como todas las plazas, esta también resulta acogedora en invierno y en verano, bajo los porches ruidosos o entre las terrazas alegres y dicharacheras.

Estamos a finales de mayo y me he refugiado con El Fepe bajo una sombrilla que en estos momentos hace las veces de gran paraguas amarillo. El Fepe en realidad se llama José, pero lo de Fepe, que es un nombre de guerra, le viene de cuando acudía a las reuniones representando al FLP o Frente de Liberación Popular (Felipe). Pues bien, del Felipe, con melenas y barba profética, se pasó a la ORT, y de la ORT, ya con bigote nietzscheano y encabezando una facción abertzale, a HASI. Desde entonces se ha ido convirtiendo en un calvoreta de Herri Batasuna y de los sucesivos apelativos que en tal mundo han sido.

Supongo que esta sopa de siglas resultará enigmática, esotérica o simplemente curiosa para la mayoría de quienes no conocieron a don Francisco Franco ejerciendo como “enano saltarín de El Pardo”; es más, sería capaz de dar un premio gordo a quien me ubicara LAIA-EZ-EZ en su espacio y tiempo.

Ríe El Fepe de la pregunta que sabría responder perfectamente mientras se zampa de golpe un pintxo de diseño –“¡Vaya mariconada eso del Basque Culinary Center!”–. Luego me recuerda la respuesta que le dio en su momento Xabier Arzallus a Herrero de Miñón (proto-vasco españolista) cuando este le preguntó: “Pero, bueno, Xabier, vosotros… ¿qué queréis?”, “Pues qué va a ser, Miguel, ¡qué va a ser!”, le respondió.

Calla El Fepe como arrebatado por la dimensión metafísica y mistérica de aquella respuesta y yo aprovecho para terminarme el txakoli de Getaria que quedaba en mi vaso –soy más del vizcaíno, seco y contundente–.

La conversación se reinicia tras una larga pausa de ensimismamiento y torna a lugares más físicos y empíricos. Hay, dice El Fepe, novedades en el frente de bares y restaurantes, pero prefiere que vayamos a comer a nuestro Oquendo y luego a tomar café al Basque. Hay cosas que no cambian y que no deben cambiar. Y nosotros, ya muy bebidos, muy fumados y (con perdón) muy esfoliados, debemos recurrir a esa oralidad vasca primigenia, tan consoladora y gratificante.

Tomando una cerveza en Merrion Square ( Dublín)

 

Ken Macintosh es un hombretón pelirrojo que pesará unos ciento veinte kilos. Nacido en Irlanda (aunque de ascendencia escocesa) es profesor del Institute for Biographical Research (I4BR) al que he venido  como invitado para participar en un curso sobre la literatura autobiográfica.

Ken ha acudido este mediodía a buscarme al aeropuerto de Collinstown y, tras los saludos de rigor, me ha encaminado hasta esta plaza rodeada de edificios de ladrillo rojo georgiano en la que, para no desentonar, estamos dando cuenta de sendas Guinness bien sobraditas.

Le he traído, para hacer los honores,  la última edición (por ahora) de los “Diarios” de Jaime Gil de Biedma. Al principio se ha extrañado del grosor del volumen (que por otro lado ha cogido con una mano como si fuera una pluma) acostumbrado, como estaba,  a una sucesión  interminable de escuetos textos expurgados. Luego ha abierto el libro por una página cualquiera y me ha mostrado unas anotaciones de la época  en la que el eximio poeta de la gauche divine barcelonita escribió “Moralidades”. “Pues vaya”, ha dicho en un perfecto castellano sin diptongos añadidos, “así escribe una diario cualquiera, hay muchas notas del tipo << el vecino del quinto me ha invitado a ir a comprar con él unos nabos, pero yo he declinado>>”.  “Bueno, la primera parte, la original, sigue siendo muy interesante” le he reprochado en un pronto  ibérico. Y nos hemos reído (sanamente, que decían los antiguos)

“Desde luego, como dice tu colega Xavier Pla”, ha continuado, “no hay género más equívoco que este de los diarios, pues a la pretensión de sinceridad se suma la negación de la composición aristotélica”.

He cabeceado. Sí, lo cierto es que Ken tiene toda la razón y aquí no hay pacto autobiográfico que valga (¡Ay Philippe Lejeune!), pues la mayor parte de los diarios publicados,  sobre todo por escritores, no cumplen con aquellas  supuestas finalidades que les atribuyera Roland Barthes en su célebre “Deliberación”, sino que son puros y duros ajustes de cuentas  consigo mismos y con los demás para intentar remediar en lo discursivo los dislates de lo vivido. ¡Como si la palabra pudiera  enmendar los sucedidos! Como también decía Barthes, “lo peor de la franqueza es que, en general, es una puerta abierta, y muy abierta, hacia la necedad”. Antes, por lo menos, estas sublimaciones logofrénicas no se arrogaban sinceridad esencial alguna y adoptaban, cuanto menos, fórmulas literarias aceptables del tipo “Yo te untaré mis versos con tocino, porque no me los muerdas, Gongorilla…”.Pero, en fin estos son otros tiempos, realistas desde el siglo XIX y, acaso, hoy ya hiperrealistas pasados por el surrealismo.

Ken continúa leyendo  más páginas del libro y continúa sonriendo. ”Y, como poeta, ¿qué tal era este Gil de Biedma?” – me pregunta mientras atenaza su pinta de cerveza.  Y yo le respondo “Bueno, ¿me llevarás a ver el Dead Zoo del Museo de Historia Natural o no?” – más que nada porque si no preveo una tarde interminable de jarras de cerveza y compulsivas visitas al excusado.

Virtualidades de la ficción ( Sobre Gomorra-la serie)

 

 

Mientras desayuno sin prisa leo en un periódico que el éxito de la serie Gomorra, basado en la obra que Roberto Saviano escribió sobre la Camorra, está teniendo un sorprendente efecto.

Al parecer, tras exhibirse con mucho éxito en las televisiones de un centenar de países, ha impulsado a varios miles de jóvenes napolitanos a ingresar en la organización mafiosa tomando como referencia los modos y maneras que aparecen en los diferentes episodios de la serie.

Aquí el pretendido efecto catártico aristotélico, que debería haber golpeado la sensibilidad ante la extorsión y el crimen encaminándola hacia la reflexión, parece haber sido sustituido por el idealismo platónico en la medida en que ha operado como código último de referencia para la acción, generando camorristas- «gomorristas» los llama la policía- donde antes no los había.

Algo así como, si viendo en su momento como le aplicaban la “bota malaya” a Clark Gable en la famosa película Mares del Sur (Tay Garnett, 1935), en vez de horrorizarnos y condenar abiertamente la tortura, se nos ocurriera fabricar una en casa y ponérsela a nuestro mejor amigo para ver qué pasaba.

Pero claro, 1935 no es 2016. Entonces era posible distinguir bastante bien entre lo que se entendía como ficción y lo que pudiera ser la realidad, algo que ahora no está ya tan claro a la vista de las indistinciones sucesivas que ha generado la virtualización acrítica de nuestras vidas,al albur de tantas grandes y pequeñas pantallas, algo que deberían tener en cuenta quienes pergeñan todas las series que hoy en día se ofrecen en cascada pay-per-view. Pues, como en el caso de Gomorra, en vez de una mera puesta en escena   de secuencias a cuál más cruel y retorcida, acaso están ofreciendo modelos de acción para unas cuantas mentes intonsas fabricadas ad hoc tras sucesivos planes (fallidos) de reforma escolar.

En fin, levanto la mirada al cielo, y el olor a café me transporta hasta el centro de Nápoles, hasta la terraza del Gambrinus frente al Teatro San Carlo. Y suspiro.

UNA CULTURA PROSTIBULARIA (sobre «El gran hartazgo cultural» de Alain Brossat)

 

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UNA CULTURA PROSTIBULARIA (sobre El gran hartazgo cultural de Alain Brossat)

La editorial DADO ha comenzado su andadura con la publicación del libro titulado El gran hartazgo cultural de Alain Brossat.

Brossat, profesor de filosofía política de la Universidad Paris VIII-Saint-Denis, repunta en esta inteligente y en ocasiones divertida obra una y otra vez la misma verdad de fondo, la misma tesis: La Cultura (así con mayúsculas) se ha convertido en nuestras sociedades post-modernas en un permanente acto de conciliación, sustituyendo a La Política (también con mayúsculas) y trasladando de la una a la otra las funciones tradicionales, amparadas todas por su código genético religioso-trascendente.

De esta manera allí donde debía haber debate y acuerdo para la acción, una conciliación construida (La Política), hay siempre últimas revueltas y por ello penosa inacción o acción inútil por inutilizada. Y dónde debía haber discrepancia sistemática y hasta sistémica (La Cultura), florecen todos los recursos multiculturales de la unidad de destino en lo universal disfraza de pacífica globalización.

La Cultura, en este contexto, debe, por lo tanto, mostrarse siempre agradable y seductora, dispuesta a todo por mor de la complacencia, convertirse en la fulana que da a cada uno y a cada una el placer o el vicio que necesita en aras de la particular satisfacción.

Ahora bien, en opinión de Brossat, esta fulana es de alto standing, o sea cara, muy cara, y en ocasiones su precio ya es muy alto tan sólo por exhibirse, por entrar en el catálogo de las grandes estrellas para las grandes celebraciones. Por ello mayormente sólo puede ser pagada por El Estado (también con mayúsculas) en sus varias acepciones jerárquicas (desde la ONU hasta el municipio) o por los mandamases de las Grandes Empresas (otro sí) en competencia con Los Estados, siempre que no sean accidentes de la misma sustancia.

Todo este lúcido despliegue crítico que incomodará a los acomodados hegelianos conscientes o inconscientes, partidarios de buenismos varios, finaliza con un sabroso diálogo del autor con su traductor al castellano, David J. Domínguez, en espléndida réplica al oportuno Prólogo para esta edición con que se abre la obra.

 

 

Escapada a Cannes

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A Patxi le ha dejado su mujer por un tipo con pendientes y moto y para olvidarse de ella se ha venido (y me ha traído) al Festival. Patxi es de hecho director de cine (realizador dice él) y ya fue protagonista de una de estas  crónicas a propósito del visionado (ahora se dice así) de “8 Apellidos vascos-La película”, una crónica en la que intenté transmitir sus exabruptos de una manera concisa a pesar de las copas de ginebra que se había tomado (por cierto que luego me hizo firmar un papel comprometiéndome a no ir a ver “8 apellidos catalanes- La película”.
Hoy hemos estado viendo “Café Society” de Woody Allen. Deliciosa. Allen siempre será un genio por mucho que últimamente le haya dado por hacer un a modo de documentales sobre las ciudades de las que se ha ido enamorando. A Patxi también le gusta mucho el neoyorkino y de hecho ha intentado copiarle en tono menor, pero todo se ha quedado en ese tono porque más allá de buscar y encontrar producción y de realizar hasta tres películas, ninguna se ha estrenado pasando a mejor vida en soporte electrónico.
Mientras nos tomamos una Stella Artois le confieso una vez más a Patxi lo complicado que me parece el mundo del cine. Hay que contar con mucha gente y con mucha pasta. Y en mi mundo, basta con un boli y unos folios. “Pero el personal es igual de narciso…” me espeta el colega. “Ya lo decía el amigo Freud en un texto magnífico sobre el alma de los artistas” le respondo en jugada de mus. Nos reímos.
Y en riéndonos aparecen Ada y Vanesa, dos actrices también de tono menor que vienen tan peripuestas que habría que preguntarles si pertenecen a la imaginación o a la realidad. Los besos me indican que forman parte de “cabe mi realidad” que diría Heidegger, y se sientan. Al poco me doy cuenta de que son del tipo guapas-listas que tanto le gustan a Patxi (y a mí, of course), pero lo cierto es que podríamos ser su papis.
Pretenden que vayamos con ellas a un fiestón de esos que pululan en cada esquina. Mi primera reacción es negativa y sonrío con el labio leporino a lo Humphrey Bogart, pero veo que a Patxi se le abren los ojos como a San Pablo y accedo. He venido bien pertrechado de todo tipo de pastillas (de las azules ni hay ni se las espera) y espero poder superar la prueba comportándome como un buen Villalonga.
Con un espléndido cruce de piernas, Ada me pregunta que a qué me dedico, pero en ese momento me llaman las chicas desde la ciudad originaria ( que es muy originaria. “Soy… bombero” respondo sin pensarlo dos veces mientras descuelgo el teléfono.

Un paseo por Saint-Jean-de-Luz /Donibane Lohitzune

Jeanne es rubia, como no podía ser de otra manera, bastante alta, y parece sacada de una comedia de François Truffaut. Ex-compañera de un colega de larga duración –en realidad un monógamo sucesivo–, nos ha recibido en su casa con los besos franceses de rigor y nos ha llevado a dar una vuelta por el Promenade des Rochers.Una brisa fresca nos corteja mientras vamos caminando y oímos el mar lento que se recrece y se abandona a nuestra vera. A la altura de la calle Garat, Jeanne propone que vayamos a comer algo a L´Acanthe.
Pedimos una gran ensalada (mediterráneos que somos en un recodo atlántico) y un par de raciones de jambom de Bayonne cortado a mano. En el recodo  en que nos hemos sentado estamos rodeados de viejas fotos. En una de ellas aparece un grupo de vendedoras de pescado con sus cestas sobre la cabeza. “Son las kaskarot”, dice Jeanne, “las pescateras, vamos, mujeres, se decía, de vida alegre y lengua despalabrada. Todavía se utiliza por aquí, para señalar a las mujeres poco convencionales”. Mertxe asiente, también en su colegio de la infancia “pescatera” se usaba de un modo peyorativo. Tras un café noisette, muy fuerte, volvemos a la calle.
Hay mucha gente paseando y tan sólo son las tres de la tarde. Al cabo, gabachos. Parece como si todo el mundo hubiera salido a caminar. La rue Gambetta, rebautizada como Kale Handia, está a rebosar. Visitamos varias tiendas y boutiques. Maite dice que tiene hambre –será cosa de las hormonas– y Jeanne nos acerca hasta la Maison Francis Miot, especialista en cacaos diversos. Bien pertrechados de chocolate continuamos ascendiendo por la rue Gambetta. La teobromina, ese a modo de cafeína divina envuelta en magnesio, va haciendo su efecto y, al poco, nuestro paso se vuelve más alegre y pizpireto. Está bien poder mantener la amistad con las ex de nuestros amigos.