Otra de las constantes que se han evidenciado como articulaciones fundamentales en estos tiempos de crisis, ha sido la cuestión del liderazgo.
Y lo cierto- y lo penoso- es que se ha mostrado por lo general a la contra, es decir más como una ausencia que como una presencia, si bien en manifestaciones diferentes.
Así, ha habido, y está habiendo, liderazgos administrativos, encarnados en rostros inexpresivos ( en realidad, siempre lo fueron) que pretenden suplir con razonamientos tan tecnocráticos como parcos su absoluta falta de empatía con quienes padecen esta situación o cualquier otra.
Otro sí, se han desplegado liderazgos colaterales, que están aprovechando la coyuntura para defender sus chiringuitos particulares, alternando el enfado y la sonrisa , y haciendo de su capa un sayo y viceversa, según sopla el viento colectivo.
Y también liderazgos plomizos, esos que convierten sus ruedas de prensa en mítines solapados y que se conforman con una larga , larguísima, alternancia de datos, soflamas y cucadas, y de los que no se sabe si pretenden curar el miedo con un adormecimiento general básico.
Pero nada de nada de algún liderazgo carismático , tan necesario aunque fuera en un tono menor , que insufle no sólo esperanza sino por lo menos verosimilitud. Al respecto, tan sólo el doctor Simón ha apuntado como meritorio y todavía más cuando ha aparecido entre corchetes azules, grises y verdes. Pero tampoco es al cabo lo suyo, y ya es mucho el toque directo y contenido que está dando entre tanto llanto desgarrado y crujir de dientes.
Al veterano Max Weber no le dio tiempo de estudiar estos liderazgos tan sosainas, aunque sí previó porque los vio los de un Xi Jinping o un Donald Trump, tan tópicos como típicos. Así que cuando pase el tormentón y alguien mande parar, a lo mejor será una buena ocasión para analizar y evaluar el liderazgo en el siglo XXI…
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