
Mi última columna referida a la serie de HBO Patria – y por elevación del best-seller de Fernando Aramburu – ha generado una esperada polémica. Y como esa era mi intención y, supongo, la de cualquiera que se manifieste públicamente acerca de cualquier tema- en su sentido etimológico de «insistencia»- no puedo eludir mi satisfacción.
Pues más allá de los consabidos insultos, generalmente firmados por nicks apocalípticos cuando no barriobajeros – y que , como es mi costumbre, no he reproducido ni reproduciré – por lo menos ha habido quienes han reflexionado unos minutos tanto sobre la serie como sobre la tesis que en ella se defiende.
Cierto es , no obstante, que sobre la serie como artefacto fílmico ha habido pocas observaciones «técnicas», lo cual hubiera sido muy interesante pues el argumento, los personajes y las localizaciones juegan en clave realista, cuando hoy en día ya es sabido y conocido ( y hasta analizado académicamente) que el realismo, en su pretensión de dar cuenta de lo real, acaba por resultar inconsciente y puerilmente surrealista.
Esta percepción roma de Patria- HBO – más constatable que en la novela- ha privado consecuentemente de la autoconciencia del efecto catártico de la misma que, no se olvide, ya Aristóteles describía como la facultad de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra.
Han sido más, y con más tino, quienes han ido al fondo de la cuestión y en este punto la discusión ha sido más equilibrada, pues apartada metodológicamente la postulación de la «linea invisible» que tirios y troyanos cruzaron en su momento, y suspendiendo en un a modo de epojé el militarismo autorregulado de que hicieron gala, ha quedado simple y llanamente el debate sobre qué pueda ser una patria, qué el patriotismo y cuáles las armas para defenderlo, sin olvidar que, como decía un viejo dirigente político, de «terrorista» y «asesino» se puede pasar a «embajador» según hayan ido las tornas.
Y, por supuesto, que hablando de patrias, cualquiera puede recordar sobre las puertas de qué lugares se podía y se puede leer, y sin duda también legítimamente, «TODO POR LA PATRIA»…








