Sensores: El nuevo espionaje

Ya no hace falta espiar a nadie. Gracias a la libertad de expresión, la gente nos cuenta lo que piensa, se inscriben con nombres y apellidos en asociaciones y se dejan ver en manifestaciones.

Hace tiempo que la presencia de esas curiosas parejitas rubias parlanchinas encontradizas vestiditas de blanco que Biblia en mano van predicando la Fe Mormona por las calles de nuestras ciudades, nos resultan familiares y hasta simpáticas, quizá por su parecido cómico en versión anglosajona a los Hernández y Fernández de la serie Tintín, o la más real semejanza con el dúo “Los Morancos” Gracia que deja de tenerla, cuando uno se entera de cuál es su verdadera Misión, a saber: la de transmitir información valiosísima a diario todas las noches en forma de desenfadado cuaderno de bitácora a la sede central de Utah, donde todos los datos de interés se van copilando según sea su tipología o potencial relevancia, con los que se confecciona un sofisticado banco de información a la espera de usarse cuando convenga. Sé que lo que digo suena raro, pero paso a explicarlo con un poco más de detalle.
No hay mejor espía que aquel que desconoce que lo es. Pues bien, pocos son los jóvenes yanquis que se resisten a la oferta de predicar el evangelio Mormón por toda Europa, con tal de darse un garbeo por el Viejo continente a cargo de su Iglesia. Solo tienen que cumplir escrupulosamente el compromiso de trabar conversaciones coloquiales con la gente sencilla, observar cuanto sucede dentro del país que van a visitar, y luego, enviar minuciosos informes de cuanto han visto u oído por esos lugares de Dios, convirtiéndose así, sin saberlo, en auténticos sensores. Ahora, sepan ustedes que, de Enero a Diciembre, pululan por la geografía taurina, no menos de cincuenta parejas misioneras, diseminadas por todas las provincias y territorios urbanos o rurales, capitales de provincia o principales, entrando y saliendo de mercados, plazas, metros autobuses, etc. Cincuenta informes por jornada, con cincuenta relatos de nuestra cotidianidad durante los 365 días del año, arrojan un caudal de información mucho más fidedigno del que es capaz de ofrecer la prensa del régimen democrático, o la supuesta inmediatez de los medios audiovisuales de la CNN o el canal de RTVE 24 horas. Todas esas memorias en las que se cuenta qué comemos, qué vestimos, qué gastamos, cuánto consumimos, cómo vivimos, qué nos preocupa, qué tememos, cuáles son nuestras verdaderas opiniones, qué clase de gente somos, y un dilatadísimo e íntimo etcétera, son debidamente procesadas, seleccionadas, filtradas, cotejadas, cruzadas, revisadas, leídas, estudiadas, investigadas, y contrastadas por grupos selectos de expertos en psicología, pedagogía, politología, antropología, y un sin fin de saberes, al objeto de conocernos mejor que la madre que nos parió. Y no precisamente para nuestro bien, sino para adelantarse a nuestras apetencias consumistas, opiniones políticas, reacciones emocionales respecto a la pena de muerte, la ecología, la energía nuclear etc, para mejor manipularnos a través de la propaganda hollywoodiense y la jamada de coco infantil del Disney Chanel.
Pero esto no es lo peor. Lo peor, es que no contentos con enviarnos misioneros sensores, también llevan años captando sensores nativos dentro de nuestra juventud y a cargo de nuestro presupuesto, con la excusa de aprender el puto inglés de los cojones en EEUU, donde nuestros confiados retoños acuden a convivir con familias en las que quien no es héroe de guerra en Vietnam, lo fue en Irak o en Afganistán, en hogares entrañables decorados con armas de fuego entre fotografías de familiares caídos en combate, participando de encuentros paramilitares, excursiones a campos de tiro donde se les enseña a disparar, y por supuesto, acudiendo a la misa dominical, donde es posible que le instruyan en Creacionismo y a creer en el Tío Sam. Los lazos de amistad serán tan fuertes que en adelante nuestros hijos sin que se lo pida nadie, transmitirán información de su vida familiar y de su entorno, experiencia vital que es debidamente recogida por los ordenadores centrales de tan sutil sistema de espionaje y convirtiéndose así en los mejores sensores que puede haber, aquellos que de modo inconsciente traicionan a su familias, amigos y sociedad y para más INRI, sin coste alguno para las arcas de la Inteligencia Estadounidense. El tinglado lleva poco menos de una generación en marcha y ya se están recogiendo los primeros frutos. De tener éxito, en breve veremos cerrar consulados, y desmontar las bases militares que poseen aquí para defendernos y darnos seguridad.

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