Sin tiempo para digerir la tromba de datos del estudio “Valores sociales y drogas 2010” realizado por la FAD, ha habido algo que me ha molestado especialmente por cuanto considero un error de percepción, que menos del 5% de la población juzgue admisible robar en Grandes Almacenes, cuando en mi opinión, debería ser una obligación moral de todo ciudadano.
El primer precepto comportamental respaldado por la Ley Natural, consiste en procurarse la propia supervivencia y la de los tuyos. Sobre este fundamento vitalista se construye toda práctica ético-moral, de modo que nuestros actos, hechos y costumbres, aparecen a la conciencia como buenos o malos en función de cómo operen a favor o contra nuestros intereses, y en la medida en que eviten o atraigan nuestro perjuicio. Quien diga lo contrario, no sabe de lo que habla, pues regirse de otro modo sería contraproducente no ya para ti como individuo, sino para tu familia, tu grupo y a la postre, para la especie entera. Cierto es que, en la medida de lo posible, la supervivencia ha de buscarse sin perjuicio de los demás y si fuera posible, que de tu prosperidad se beneficiara el resto. De lo que no cabe duda, es que, no impedir que te perjudiquen, es uno de los males morales que más reprochables por tus semejantes.
La gente debería conocer que los Grandes Almacenes, a la hora de confeccionar sus presupuestos anuales, toman en consideración las estimaciones de la cuantía que los expertos atribuyen a los hurtos tanto de la plantilla contratada, como de la clientela, al objeto de endosar dicha prevista cantidad entre el volumen de ventas del mencionado periodo para que la empresa ni sufra ni padezca tan extendida práctica, cuando lo suyo sería que hiciera como el resto de nosotros, poner más cuidado, invertir más en seguridad o conformarse con la fatalidad, en vez de colgarle el mochuelo a su confiada y fiel clientela, quien verdaderamente asume tan innoble proceder. Por ponerles un símil, es como si no nos importase nada que la gente de la calle viniera a nuestra casa a enchufar todos sus aparatos, cargar baterías, hacer continuas lavadoras, etc, porque tenemos enchufada la corriente a la comunidad, en lugar de a nuestro contador.
Pues bien, yo no sé a quién se deberá usted más, si a los Grandes Almacenes, o a su familia, pero a partir de ahora ya no tiene excusa para no recuperar parte de lo que le usurpa la traidora política de precios indicada, que le aplica su tan respetado Gran Almacén, y quien dice Gran Almacén, dice Gran Superficie, Gran tienda de Marca, etc. Que su Grandeza no es otra que la derivada del latrocinio general con esta y otras tretas que iremos comentando.
Claro que si se empeñan en defender a los Grandes de España, podrán argüir dos cosas: que si todos empezamos a reequilibrar nuestra deficiente balanza comercial, al final aumentarán los precios y estaremos peor que al principio, observación de la que discrepo por cuanto la competencia les obligaría a no abusar de su innoble práctica y habrían de invertir más en seguridad o asumir pérdidas como todo el mundo; y que en verdad quienes nos roban no son los Grandes Almacenes, sino los rateros que realizan hurtos en ellos… la cuestión a resolver sería entonces, por qué habiendo bancos, joyerías, y toda especie de tiendas de lujo, los hay que se dedican a comer galletas y beber cartones de leche en los supermercados, o a sustraer lentejas y cartones de Don Simón para revenderlos a los ancianos del lugar.
Se mire por donde se mire, en el peor de los casos desde la despistada perspectiva que describe esta encuesta dirigista de la FAD, nos estaríamos robando a nosotros mismos, y a caso ¿no es mejor robarnos entre nosotros a que lo hagan los demás?
Autor: Nicola Lococo
El Tercer Mundo
Nunca he llegado a entender muy bien qué es eso del Tercer Mundo. En un principio, me esforcé por comprender lo que nos enseñaron en la escuela y el Telediario, a saber: Hay un primer mundo desarrollado, donde vivimos nosotros; un segundo mundo que está en vías de desarrollo y un tercer mundo, subdesarrollado. Pero al igual que se le dice a la novia, que hay otras chicas, pero están en ti, es verdad que hay otros mundos, ¡pero están en éste!. No deja de ser curioso que el Tercer mundo en el Sistema Solar, sea precisamente el Planeta Tierra: Mercurio, Venus y nosotros. Y no hay lugar en la tierra en el que no podamos ver y contemplar al famoso Tercer Mundo… Claro que entonces, para alejarlos de nuestro entorno mental, se ha acuñado la expresión Cuarto Mundo, que alude a esos pobres de solemnidad a los que también se llaman Sin techo. Así, vagabundos, marginados y toda suerte de gentes adscritas a los vergonzantes dejan de ser nuestros vecinos, nuestros conciudadanos y pasan a convertirse poco menos que en marcianos o extraterrestres, que pasean entre nosotros sin ser vistos, ni oídos, ni atendidos, como sucede en las novelas de Ciencia ficción, donde amenazan con invadir todo el planeta Tierra.
El otro Fin de la pobreza
Con sólo escucharlo por la radio, me he puesto a temblar. De nuevo la ONU se empeña sádicamente en darle Fin a la pobreza. En esta ocasión, según su Presidente Ban ki Moon, en menos de cinco años. Mucho más realista me pareció la propuesta de Jeffrey D. Sachs, defendida en su célebre obra “El fin de la pobreza” máxime, cunado los ocho objetivos del Milenio anunciados a bombo y platillo por esta organización intergubernamental a comienzos del 2000, pasada una década, parecen perseguir lo contrario si atendemos únicamente a los resultados y no a la propaganda.
Claro que, cuando esta gente se pone a hablar de “El Fin de la pobreza”, me temo que traten la cuestión en un sentido muy distinto al que le damos el resto de los mortales. Me explico: cuando cualquiera de nosotros nos referimos coloquialmente al Fin de la pobreza, lo hacemos pensando en su erradicación de la faz de la Tierra, en cambio, es posible que en estos foros intergubernamentales, el significado de la expresión “El Fin de la pobreza” indique veladamente cuál es el objetivo o la finalidad de la pobreza en un mundo global y cómo ha de redefinirse su condición, ahora que los pobres tienen ordenador y antenas parabólicas en sus chabolas.
Así entendido, el Fin de la pobreza, no puede ser otro que el de tener subyugada a la baja clase media en extinción por temor a caer en la pobreza, y a los pobres rendidos ante su situación, pues mal que bien sobreviven a los dramas del Telediario que les reafirma en su convicción ¡Pobres pero honrados! Y sobre todo les recuerda que todavía hay algo peor como la miseria.
Si alguna vez la ONU, la UE, los EEUU, la OTAN, y demás organismos intergubernamentales llegaran a plantearse el Fin de la pobreza en el sentido de acabar con ella, seguramente no emplearían esta fórmula idiomática, sino la de “Cómo acabar con los pobres” que ya habrán adivinado, gurda estrecha similitud con la “Solución final” dada a judíos y gitanos por el Tercer Reich.
Contra los besos
Mucho se ha escrito acerca del origen del beso: desde que apareció como prolongación del acto mamario, hasta la acción maternal Cro-magnona de masticar los alimentos a sus bebés, pasando por los olisqueos mutuos entre extraños para reconocerse. Mi parecer al respecto va también en esta línea, situando la acción de besar dentro del marco del despioje, más que nada, porque éste empezó dándose entre los más cercanos, generalmente parientes, explicación que comporta el plus de salubridad que se requiere para evolucionar como lo ha hecho hasta convertirse en saludo que amenaza a la humanidad con extenderse más allá de los límites cursis -que no románticos- de la familia, por cuanto ello supone un riesgo superior para la especie que el que se calcula puede sobrevenirnos de los cielos en forma de meteorito, haciendo bueno con mil años de retraso la Edad del Espíritu santo anunciada por Joaquín de Fiore, en la que el Amor Universal acabará triunfando, entendiendo por triunfo, El Final de los Tiempos que suena mejor que El Fin del Mundo. Porque si para algo ha servido la fantasmagórica Gripe A, ha sido para poner de manifiesto lo insano de esta práctica del besuqueo…
Así, de la sana acción de despiojarnos unos a otros, se llegó por error muy recientemente en la historia de la humanidad a saludarnos con besitos más falsos que los de Judas, pues si el saludo es a la salud lo que el salario a la sal, más nos hubiera valido salarnos, que todavía ni por estas llegaría yo a preferir asalariarme, por mucho que deteste que me babeen la cara en el mejor de los casos, que por lo general el asco suele ser recíproco sólo alcanzando a rozar las mejillas. Y digo recientemente, porque hasta bien entrado el Siglo XX, únicamente se besaba en la cara a los iguales; a las personas distinguidas se les hacía reverencia o como mucho, besaba en la mano como a los obispos o incluso la zapatilla como al Papa; Besar a una Dama en público en la mejilla era un atrevimiento tal, que en algunas culturas el chico estaba obligado a casarse, y todavía hoy, en un país tan culto como Irán, puede suponer pena de cárcel, legislación avanzada que deberíamos aplicar aquí de inmediato para evitar el contagio de esta repugnante moda.
Mis investigaciones antropológicas del beso, ponen de manifiesto una correlación directa entre la malsana costumbre de besarse y el desarrollo de una sociedad: Mientras Europa supo mantener el beso en la esfera privada, pudo competir de igual a igual con todo el Mundo y gracias a su tecnología y las armas de fuego, dominarlo, pese a lo reducido de su tamaño geodemográfico; Mas tan pronto como su práctica se expandió tras el Mayo del 68, vamos en caída libre. Los dos besitos que nos damos los europeos, pueden salirnos carísimos, como caros les saldrán a los americanos aunque sólo se den uno, pues los asiáticos saben de su perniciosidad debido a su masificación y lo evitan elegantemente sin necesidad de darse la mano –otra fea costumbre- con una inclinación de cabeza. Un morrocotudo escarmiento, fue el colapso de la Unión Soviética y todo el Pacto de Varsovia, poco después de verles morrearse a Erich Honecker y Gorbachov junto al Muro de Berlín, que se vino abajo como las murallas de Jericó.
Esperanza sindical
De nuevo, una inquieta Esperanza Aguirre, seguramente excitada tras masturbarse mentalmente todas las noches al escuchar Intereconomía, pornográficamente escandaliza la escena pública, no dejando una brizna de erotismo a la imaginación de mentes mediocres acostumbradas a panfletos bienquedantes de la centralidad y lo políticamente correcto, mostrando a los cuatro vientos sus sonrosados pétalos liberales henchidos de confianza, bien lubricados con los jugos orgásmicos de saber que está acariciando la fibra sensible de un músculo languideciente, cuál es, el órgano social demócrata, debido a su libidinoso comportamiento durante el Estado del bien estar.
Sus zorriles proclamas a la salvaguarda de los derechos fundamentales de los trabajadores, garantizando el íntegro cumplimiento de la legalidad laboral vigente, no han logrado calmar el desasosiego de todos aquellos que acostumbrados a vivir del cuento, sin dar palo al agua, a diferencia de sus compañeros que ven siempre el futuro incierto, a ellos se les dibuja delante de sus narices la nada saludable perspectiva de tener que trabajar, con solo darse noticia de las taciturnas intenciones de la Presidenta de Madrid.
Yo les comprendo muy bien, porque soy un vago convencido. Ello no es óbice, para comprender que, si la derecha más recalcitrante ha podido dar la estocada al toro sindical cantándole 20 en espadas y un buen garrotazo a toda la clase obrera catándoles las 40 en bastos, es porque dichas bazas le han sido entregadas tras muchos años pasándose las horas muertas jugando a las cartas en los comités de empresa por los sindicatos amarillos, cuya verticalidad no les ha librado de caer como las Torres Gemelas, pues su oquedad estructural ofrece la misma resistencia que un gigante con los pies de barro, aunque parezca lo contrario ahora que pasean por los barrios obreros aireando la convocatoria de una huelguita general que bien podría ser anunciada por Ned Flanders.
Cada vez que pienso en la decena de miles de liberados sindicales, me viene a la memoria la pregunta que me hacía cada vez que entraba en manada a la Universidad de Deusto, ¿Con tanta gente que estudia cómo el mundo continúa igual? Solo que en esta ocasión la cuestión es, ¿Cómo con tanto liberado sindical estamos como estamos? Acaso las respuestas a dichos interrogantes estén contenidas en las mismas preguntas: precisamente esa tanta gente que estudia perpetua el statu quo y esos mismos liberados se ocupan de degradar las condiciones laborales pactando con la Patronal, Gobiernos títere y dando motivo de reproche con su comportamiento para que la Reacción recupere terreno en la lucha política…Porque, ¡hay que reconocerlo!, nuestros liberados sindicales parecen más, liberales sindicados, que gente luchadora representando a los trabajadores.
Así las cosas, contemplo con buenos ojos la medida emprendida por esta castiza señora, con la esperanza de que, fagocitada la cizaña, podamos sembrar nuevo trigo del que germine un anarcosindicalismo autogestionario en el que los trabajadores sean dueños de su destino y no como ahora que está en manos de sus capataces.