Todos hemos participado de la infantil afición del origami, denominada por Unamuno papiroflexia, cuando hacíamos barquitos, sombreros, y aviones en el inocente parvulario con el papel de periódico para darle mejor servicio que el de servir de correveidile de embustes oficiales, elaboración paciente propia de mentes orientales forjadas en el respetuosos taoísmo, con la ayuda sola de nuestras cálidas manos y su prensil habilidad de doblar y plegar sin necesidad de tijeras u otros instrumentos fríos metálicos cortantes, que no harían su aparición hasta bien entrada la Primaria cuando ya fuéramos capaces de usarlas sin peligro para entregarnos a la más sádica y pericia de los recortables en anónimas cartulinas.
Nuestros gobernantes parece que no se fijaron en el matiz y solo saben hablar de recortar aquí y allá entendiendo por “ aquí”su allá, y por “allá” nuestro aquí…de modo que recorten de donde recorten nunca les afecta a ellos y siempre a nosotros. Obsérvese como las pensiones de viudas y jubilados, los salarios de los trabajadores, el sueldo de funcionarios, son recortables mientras los privilegios de sus señorías, las subvenciones de los partidos, y los sobresueldos por primas, y conceptos varios van en aumento; Fíjense lo bien que se sabe recortar en partidas de sanidad, educación, ciencia, infraestructuras, al tiempo que no se sabe por donde empezar en armamento, viajes de representación, coches oficiales, despachos oficiales, trajes oficiales; Apréciese con qué diligencia encuentran el modo de recortar nuestro poder adquisitivo, nuestro derecho al trabajo digno, el acceso a la vivienda y demás cuentos constitucionales y lo difícil que se les hace no subir impuestos, no regatear ayudas a la empresa del automóvil y no poner límites a los márgenes del beneficio bancario…
No se puede decir que a muchos les gustaría cortarles las pelotas, pero no estaría nada mal que hubiera algún que otro recorte en la abultada plantilla de la casta política, aunque solo fuera para dar ejemplo y que por una vez se asemejaran a la ciudadanía que dicen representar. Para empezar, se me ocurre suprimir los inútiles Ministerios de Trabajo, Vivienda, Igualdad, Cultura, Ciencia, y la Portavocía del Gobierno, luego pasaríamos a echar a la calle al 20% de los Congresistas, unos 50, y dar de baja a toda la Cámara Alta del Senado por obsoleta y deficiente. Ya puestos, haríamos lo propio con los órganos autonómicos y Diputaciones Forales y los Gobernadores Provinciales, reduciendo los altos cargos de todas las instituciones mencionadas a un tercio del total actual que ya es bastante. Por supuesto, haría volver de Europa a todos nuestros eurocomensales y que ejercieran su labor desde aquí por internet que ya es posible, para evitarnos gastos innecesarios. Y medidas similares en un dilatadísimo etcétera de ayuntamientos, alcaldías, concejalías… Es posible que el montante económico ahorrado al país y los contribuyentes por la vía directa descrita y la indirecta del dispendio evitado en chóferes, secretarias, escoltas, dietas varias, gastos de oficina…..fuera más que suficiente para no tener que hacer recorte alguno en temas sociales que nos afectan a todos. Solo por eso, por no haberse aplicado el cuento, ya se merecen todos ser suspendidos de empleo y sueldo.
Categoría: Política
El PSOE contra el Sahara
Si prescindimos de los miembros del Gobierno de Zapatero, de cuantos les apoyan en el aparato del Partido, de quienes trabajan para ellos en secretarías, altos cargos, ministerios, organismos oficiales que por subordinación y miedo a perder el puesto tienen por norma callarse su parecer asintiendo y consintiendo en cuantas comisiones y subcomisiones se supone debaten las cuestiones políticas, cuanto se hace y deshace desde Moncloa y Ferraz hasta la más humilde sede local Socia-lista, entonces, es posible que quede algún ingenuo militante de base que todavía muestre su adhesión a la noble causa del pueblo saharaui que lucha por su libertad contra la ocupación, persecución, opresión y represión de Marruecos, ese país con el que vuestro Rey y nuestros sucesivos gobiernos dicen tener gran amistad y excelentes relaciones.
Sólo los fanáticos de las siglas tránsfugas, no quieren darse cuenta de que el PSOE participa activamente en el, no por lento menos dramático, genocidio del pueblo Saharaui, jugando el mismo papel que en su día se le concediera a Egipto para desgastar la moral y resistencia del Pueblo Palestino; Tarea que debe estar a punto de caramelo por la inusual abierta declaración que el falso Zapatero hizo el pasado Miércoles durante una sesión de control parlamentario, a requerimiento del PNV sobre la situación legal en la que se hallan desde el 5 de Enero 17 Saharauis solicitantes de asilo en territorio español con el amparo del CEAR el Comité Español de Ayuda al Refugiado, tras dictarse su orden de expulsión a Marruecos por el Misterio del Interior, ¡atención! porque lo dice todo de cuál es la posición oficial del PSOE en este vergonzoso asunto, “ Ser saharaui, no es condición suficiente para ser calificado como asilado político (…) la decisión final corresponde a los jueces” .
Y ¡menos mal! que la decisión le corresponde a los jueces, pues la Audiencia Nacional acaba de paralizar los preparativos que nuestro infame gobierno llevaba sigilosamente para expulsarles a Marruecos, que lo de repatriarles allí en el caso de los Saharauis es más difícil… El principal argumento para solicitar el asilo es el «alto riesgo» que corren todos si vuelven a El Aaiún, donde no es necesario ser un gran analista en política internacional para adivinar lo que les sucede a quienes se oponen a la ocupación y represión marroquí; De no ser que el PSOE con ello, deseara dar un pasito más en el reconocimiento del derecho del Reino Alauita sobre esta antigua colonia española, como han empezado a hacer sin complejos el Portavoz del Gobierno Ramón Jáuregui, animando al Frente Polisario a aceptar la vía autonomista que ofrece Mohamed VI en vez de pasarse otros treinta años en tiendas de campaña y la Ministra de Exteriores trinidad Jiménez, declarando en la sede de la ONU que, al Gobierno del PSOE le da igual cuál sea la solución al conflicto.
Hasta cierto punto, los Saharauis no deberían esperar otro comportamiento de un partido como el PSOE que ha aupado a dirigentes como Zapatero, capaces de trabajar a destajo contra su propio pueblo, mentir y engañar de continuo a los ciudadanos, manipular y persuadir a sus votantes con toda clase de señuelos y hasta disfrazar su agenda oculta de un programa paralelo a su propia militancia de base.
Así las cosas, si yo tuviera alguna responsabilidad en el Frente Polisario, le haría saber a España que estaría dispuesto a pactar con su vecinísimo lo siguiente: Aceptación temporal de una Autonomía plena del pueblo Saharaui dentro de Marruecos; A cambio, su gobierno garantizaría la no presencia de empresas españolas en territorio y aguas del litoral saharaui; El Polisario apoyaría las reclamaciones de Marruecos sobre Ceuta y Melilla a las que de su parte habría que añadir también Las Canarias. Cuando Marruecos recuperase las plazas ocupadas por España, entonces se reconocería el derecho de autodeterminación del Sahara.
De la retribución del cargo público
Me ha llegado al correo un texto con el sugerente título “Recogida de firmas para bajar el sueldo a los políticos” que anima a su lectura. De principio a fin no tiene desperdicio, pero me lo he pensado bien antes de colgarlo tal cual en mi “Inútil Manual” pues en ocasiones, tras las buenas intenciones aparecen remedios peores que la enfermedad, no siendo pocas las veces que la demagogia cuela entre col y col lechuga…Mas como quiera que lo rubricaría sin a penas modificación alguna, me he sumado a la propuesta, no sin antes plantearme racionalmente la cuestión de, la correcta retribución de un cargo público, que no es cosa que pueda dirimirse por simples impulsos viscerales a ras de la coyuntura.
En la Democracia ateniense, obviados extranjeros y mujeres, sólo participaban quienes disponían de riqueza suficiente como para disfrutar ocio que les posibilitaba dedicarse a los asuntos de la polis y hacer así política. Quienes no tenían ocio, entiéndase esclavos, negociantes, ciudadanos pobres o campesinado, no podían participar de la política y menos de la Democracia, más que nada, porque difícilmente atenderían los problemas de la ciudad, si al mismo tiempo estaban obligados a cuidar de sus tratos particulares. Se mirase por donde se mirase, resultaba contraproducente, bien porque al no tener nada que perder medirían con menor cautela sus decisiones, bien porque carentes de posesiones, era muy difícil que desde el poder se abstuvieran de adquirirlas en detrimento de la comunidad. Y no les faltaba razón. Como tampoco faltó ocasión a quienes podían hacer política de legislar a su medida para sancionar el statu quo, aunque de esto ya se hablaba menos pese a las reformas de Solón encaminadas precisamente a mitigar dicha tendencia.
Para corregir los peligros derivados de la participación en la toma de decisiones por quienes tienen poco que arriesgar con ellas, no han faltado fórmulas: desde reservar el acceso a la Asamblea o Senado a una determinada clase como la Patricia en Roma o los Lores en Inglaterra, hasta restringir el sufragio sólo para quienes tenían títulos nobiliarios, poseían tierras o pagaban impuestos. En cambio, para afrontar el mal de la corrupción, desde Platón a penas se ha ensayado otra estratagema que la de retribuir magníficamente bien al cargo público, colmándolo de prebendas y honores, con el ánimo de que no necesite nada mientras esté trabajando para sus vecinos, ganando tanto en su puesto, como el que más se beneficie de su labor comunal, de modo que, la natural tentación de hacerse con la propiedad ajena quede espantada ante la mera posibilidad de perder el poder que ostenta, la admiración de sus conciudadanos, los privilegios de su posición y tan alta retribución que le procura su cargo.
No estaba mal pensado. La idea era atraer al cargo público no sólo a los poderosos del momento, sino también a los más capaces, para que la ciudad contase al frente de sus instituciones con los mejores, que no otra cosa significa etimológicamente la Aristocracia. Por supuesto, Platón en su “República”, ya previno que, previamente era preciso formar al ciudadano en la virtud a través de la educación, no vaya a ser que los más capaces y los mejores, también fueran los más granujas, corruptos y depravados, como tantas veces ha sucedido en la historia.
Durante la Antigüedad, los riesgos derivados del ejercicio del poder, se moderaban con un equilibrio tácito entre la riqueza económica, el poder político, la fuerza militar y la influencia espiritual que sin embargo, no impedía se repartiese siempre entre los más pudientes de la sociedad, como sucedió todavía en la Modernidad, donde para corregir los desmanes institucionales, los ilustrados idearon la famosa división entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que como dijera Fernando VII son los mismos perros con distintos collares.
Mal que bien, la actividad política discurrió por estos retorcidos surcos hasta conseguirse el sufragio universal en la Era Contemporánea, en la que se nos permite a todos elegir y ser elegidos. Evidentemente, ello no se ha logrado sin sangre, sudor y lágrimas y mucho menos sin antes establecer un sistema de retribución suficiente del cargo público que permita a cualquier ciudadano, indistintamente de su grado de riqueza o pobreza, la posibilidad de desatender su hacienda y emplear su tiempo al cuidado del bien común, salario proveniente del excedente generado por la ciudadanía que a cambio de verse liberada de las tareas comunitarias que le permite dedicarse por entero a sus negocios, consiente en pagar cuantos impuestos sean necesarios para mantenerles.
Pero, todavía quedaba por sortear el otro riesgo de la Democracia, cuál es, la de que, quienes se hacen con los cargos públicos, trabajen para mantener el statu quo que les ha permitido acceder a dichos cargos, comportamiento igualmente nocivo para la sociedad a la que dicen servir. Ello explicaría, como desde sus inicios, la Democracia política, nada ha hecho, por elevar la riqueza de los ciudadanos -que si ha aumentado, ha sido más por el propio esfuerzo popular que debido a la diligencia gubernamental- al extremo de que, todos podamos dedicarnos a la política sin mayor retribución, que la de satisfacer a los demás y recibir su admiración como sucede con los jefes de las islas del Pacífico en donde es elegido Jefe aquel candidato que ha procurado más alimentos a su comunidad durante los banquetes electorales, haciendo de la política todo un arte y de las elecciones un aplauso. Antes, al contrario, siempre se ha procurado asfixiar económicamente al Pueblo, en beneficio de la clase dirigente, dificultándoles con ello su deber y derecho cívico de prestar mayor atención a los asuntos sociales, para dejarles hacer y deshacer a su antojo, por estar demasiado ocupados en conseguir pagar los impuestos y gravámenes continuos que nos imponen desde sus cargos.
Con todo, la gente más prudente de lo que parece, mientras tenga para malvivir y los gobernantes gobiernen, aunque lo hagan mal y en su provecho, digamos que se contenta con eso de que Dios aprieta pero no ahoga y en buena lógica, pasa por alto las múltiples fechorías, a cambio de que las cosas funcionen aunque sea bajo mínimos, sabia actitud esta que se ha confundido con el famoso “pan y circo” por el mismo motivo que el bueno pasa por tonto, porque a fin de cuentas, todos sabemos responder íntimamente la cuestión planteada por Juvenal de ¿Quién vigila al vigilante? O sea, nadie. Siendo por consiguiente su poder despótico, malo no es que por aparentar maneras democráticas algo se contenga su instinto disimulando su despotismo, cosa que sólo ocurrirá mientras los Gobernantes crean que el populacho todavía les contempla como sus legítimos representantes. De ahí que no se quiera destapar la liebre, ni por unos ni por otros. El problema viene para todos, cuando el grado de ineficacia y desgobierno es tal, que al pueblo le compensa pasar por el trance de una Revolución, antes de continuar soportando no ya a unos malos gobernantes, sino a una auténtica Casta Parasitaria que no aporta nada y resta mucho a la comunidad.
A caso rehuyendo lo inevitable, casi sin querer, se han acometido reformas encaminadas a ponerle trabas legales al abuso de poder, pero la inercia humana hace todo esfuerzo estéril, pues como dice el estribillo, ¡Todos queremos más! No sabiendo muy bien como acertar, algunos vieron en los cargos vitalicios el mejor modo de frenar la ambición personal, dado que nadie tendría motivos para robar del tesoro Estatal, al no cesar nunca en el cargo y poder disfrutar para siempre de los beneficios colosales estipulados por ley; Otros por el contrario, creyeron que la solución consistiría en abreviar los mandatos para hacer más difícil que se tejieran con el tiempo redes estables de corrupción; Pero los gobernantes vitalicios, si bien no se llevaban nada para ellos al más allá, si procuraban que a los suyos no les faltara de nada aquí para varias generaciones y los representantes del Pueblo que sólo eran elegidos para ocupar cargos durante un breve plazo de tiempo como pudiera ser un año, despojaban a la sociedad en tan corto periodo lo que otros tardaban cuatro años o seis en hacerlo poco a poco. De esta guisa, no han sido pocos los pensadores que han contemplado el Tiranicidio como última salida para que el Pueblo soberano se libere del yugo gobernante. Es más, incluso el mismo poder regio ha tirado del castigo capital para mantener a raya a quienes se corrompían más de lo debido, por poner en riesgo la supervivencia del sistema, según lo anteriormente expuesto. Escarmiento que en modo alguno aleccionaba a nadie, pues qué era pasar potencialmente un mal trago, frente a unas ganancias presentes, contantes y sonantes.
Tomando en consideración todo lo anterior, parece obvio que, la solución no reside en pagar más a los políticos, pues siempre querrán más y se corromperán; Tampoco resulta viable rebajar los sueldos de nuestros representantes, porque entonces a los asuntos públicos llegarán sólo los más inútiles de la sociedad, como actualmente ocurre en la casta docente; Castigar la corrupción severamente a toro pasado, es evidente que no funciona; Pero pasar de la política, como hacían los idiotas griegos – ciudadanos libres que pudiendo participar de la política se despreocupaban de los asuntos públicos- permitiéndoles hacer sin escrúpulos cuanto deseen, es casi como incitarles al delito; Así las cosas, sólo parecen quedar dos alternativas: la primera consistiría en reducir al mínimo las áreas que requieran intervención gubernamental para de este modo rebajar el perfil de la casta parasitaria y por descontado del Estado. La segunda opción, consistiría en aumentar la Democracia y dar de una vez el paso de la Representación a la Acción Directa, haciendo de cada ciudadano un político para el que nada de lo común le sea ajeno y los aspectos sociales le preocupen y ocupen como propios que son. Y quién sabe si ambos recorridos no pueden ser complementarios…
Mientras tanto, ahora que sabemos por boca de Ramón Jáuregui que “nunca nada, justifica que nadie, agreda a un cargo público” al menos, deberíamos replantearnos su circunstancia en función de todo lo comentado. Para ello, volviendo a Platón, empezaríamos por escudriñar la vida de los candidatos para asegurarnos de su virtud al margen de la compensación que pudieran recibir; Hecho lo cual, bueno sería que nadie accediera a los más altos cargos, sin antes haber probado su valía en anteriores responsabilidades, sean estas familiares, privadas, civiles o institucionales; Los cargos públicos serían retribuidos según un baremo que tuviera en cuenta datos como el sueldo base o la renta per cápita para establecer un mínimo de su salario fijado en el triple o cuádruple si se quiere de los anteriores y también las nóminas más altas, dado que es inviable que el Presidente de un Gobierno, cobre legalmente menos que futbolistas, artistas, pilotos…Así, en principio los políticos tendrían motivos propios para procurar aumentar los ingresos más bajos de los ciudadanos y no se resentirán por ver como con su esfuerzo otros se lucran a su alrededor más que ellos. Por supuesto, de nada servirían estas precauciones, sin antes haber adelgazado las competencias gubernamentales, haber eliminado la duplicidad y triplicidad de cargos institucionales que en la confusión escurren el bulto de su responsabilidad al tiempo que lastran el presupuesto de la gobernanza, de no haber el marco legal adecuado para castigar enérgicamente al corrupto y sin ágiles mecanismos democráticos, para cesar en el cargo ipso facto al gobernante incapaz o imprudente, para evitar que los ciudadanos deban esperar al final de su mandato para poner fin a sus despropósitos.
Pero el replanteamiento que acabo de hacer, no se ajusta a nuestra realidad, dado que nuestros representantes, sean estos concejales, alcaldes, diputados provinciales, parlamentarios autonómicos, senadores, congresistas, europeos…más que hacer política, bien o mal, se dedican exclusivamente a mantenerse en el poder, importándoles un bledo que el Estado, sus instituciones, las autonomías, municipios, y el largo etcétera de fuentes soberanas de las que emana su legitimidad y sueldos se deterioren por momentos, no ya por su negligencia, incompetencia, desidia o irresponsabilidad, sino casi diría yo que a propósito, para que abrumada por los problemas, la ciudadanía elija como siempre por lo malo conocido. Pues bien, aceptamos la baja calidad de nuestra Casta Parasitaria como mal menor, antes de echarnos a la calle como en Túnez y tantos otros lugares, pero a cambio, va siendo hora de que mejore la relación precio-calidad. Es en este sentido en el que me sumo a la propuesta aquí traída, para recortar el sueldo a todos los chupopteros que integran actualmente la Casta Parasitaria y cuyo detalle y mecanismo de adhesión podéis hallar en http://noalossueldosdelospoliticos.blogspot.com/
En teoría…
En teoría, la Democracia consiste en respetar las decisiones adoptadas por mayoría cuando no es posible el consenso. En teoría, la Democracia representativa permite que el pueblo elija a sus representantes para que lo represente en el ejercicio político de su quehacer. En teoría, los representantes democráticamente elegidos miran por el interés general y el bien común. En teoría, el Pueblo les paga suficientemente bien su entrega pública para que puedan desatender sus asuntos privados y atender en dedicación exclusiva los asuntos de todos, al objeto de que el resto, podamos dedicarnos a nuestros negocios particulares. Así, en teoría, los representantes públicos, son servidores del Estado, la Patria, la Nación y el Pueblo. En teoría el Pueblo elige a los mejores para que lo represente, por lo que en teoría son de elevados principios, educación exquisita, eficiencia probada, magníficos gestores con gran experiencia vital, fortaleza moral, templanza en su actuación, diligentes en su toma de decisiones, justos y cuantas características busca una ciudadanía en quienes han de gobernarla. Ahora bien, en teoría, los representantes del Pueblo, son Pueblo, por lo que queda claro que el representante y lo representado, son cosas distintas en cuanto a la representación, del mismo modo que no se puede ser juez y parte, difícilmente una parte podrá ser el Todo, por lo que, en teoría, el conjunto de los representantes es la representación del Pueblo, pero no cada uno de los representantes que exclusivamente representan al Pueblo que personalmente son. Este defecto de la representación individual, es la fundamentación que, en teoría, justifica la aparición de los Partidos en la Política, para diluir la individualidad del representante y su particular popularidad en una estructura más social y por ende, en teoría, más representativa de lo colectivo. En teoría, los Partidos Políticos, recogen el sentir de la sociedad y canalizan a través de su militancia las preocupaciones del ciudadano y garantizan que los distintos personalismos de los cargos públicos electos, no actúen por su cuenta al margen del interés general y el bien común. En teoría, esa es su función. De no haber dicha disfunción en la representación individual por incapacidad de que una parte represente al todo, sería del todo improbable que hicieran falta Partidos, por lo que en teoría, cuando un Partido deja de corregir ese vicio y es incapaz de que las partes aparten a parte de la representación, en teoría, este Partido debería desaparecer por ineficaz. Cuando los Partidos resultan inútiles a este respecto y sin embargo se mantienen al frente de la representación, es cuando en teoría, la democracia pasa a ser una Partitocracia. En teoría, la Partitocracia es contraria al interés general y al bien común. Y en teoría, la ciudadanía tiene derecho a deshacerse de sus falsos representantes y mostrarles su malestar y enfado. Cierto es que este malestar y enfado en una democracia debe canalizarse por cauces democráticos y que el representante, en teoría, es intocable siendo su persona Sagrada mientras desempeñe el cargo para el que ha sido elegido, cuyo propósito no es otro que, el de garantizarle que de su honesto proceder en bien general de todos, nadie actuará contra ellos aun en el caso de salir mal parados de sus decisiones y de haber un procedimiento no honesto o en su caso inapropiado, negligente, imprudente o temerario, los tribunales se ocuparán de juzgar sus actuaciones como corresponde, etc. Eso es lo que ocurre, en teoría, en Democracia. Pero ¿Y en Partitocracia? El bueno de Ramón Jáuregui ha dicho que, “nunca nada justifica que nadie agreda a nadie y menos, a un cargo público” en referencia a lo sucedido en Murcia. Pero pensando en lo mal que muchísima gente lo está pasando sin empleo, sin poder hacer frente a las hipotecas, sin tener que dar de comer a sus hijos…también podemos estar de acuerdo con él, en teoría.
Por qué digo ser de derechas
En cierta ocasión siendo veinteañero, viviendo todavía bajo el techo materno, así, como para probar, se me ocurrió preguntarle a mi madre que qué haría ella si por lo que fuera, yo un día le dijera que soy de derechas.¡Me echaría de casa! ¡Me desheredaría! ¡Borraría su nombre de mi acta bautismal! – Esperaba para mis adentros…Pero, sin asombro por su parte, me respondió con tanta prontitud como seriedad, que de ser cierto…¡Llamaría al psiquiátrico!
En cualquier caso, ya con cuarenta, hace tiempo que me declaro públicamente de derechas sin sonrojarme, pero para mi sorpresa, con una absoluta incomprensión por parte de todos cuantos me conocen, y aún de los que no saben de mi. ¿Por qué? ¿Por qué nadie acepta que me presente como de derechas?
Es verdad que desde pequeño me he sentido muy ligado a la izquierda. Pero en un programa de Antxón Urrusolo, a dónde acudí invitado como representante de IU, coincidí con dos chicas guapísimas que representaban al PP y comprendí entonces lo voluble que podían ser mis convicciones políticas que en modo alguno debían depender de las ideas, cuanto de los sentimientos que estas pudieran generar, pues aún me acuerdo de aquella rubia Lipperheide y de su amiguita. Y es que, uno puede cogerle cariño a los errores permaneciéndoles fiel, aun cuando ya sabe de su fallida condición. Fue así, como empecé a sospechar que, si bien cuando aquello una sola mano bastaba para darme placer pensando en la nueva fachada de la derecha tradicional, a caso, sería un equivocación declararse manco, pudiendo ser todos ambidiestros o ambizurdos. A fin de cuentas, para tocar el piano, hacen falta las dos manos.
Por suerte para mi, nunca me he proclamado de izquierdas y menos aún, he militado en partido político alguno, pues como me avisaron durante la infancia, en ellos, ¡hay más enemigos dentro que fuera! Sin embargo, sí me he prestado para aparecer en listas de IU ¿Es eso imperdonable? Al parecer sí. Es como una mancha indeleble con la que he de convivir para siempre. Mas, no al modo en como acompañara la marca que Dios le pusiera a Caín en la frente para que le respetasen allá por donde pasase, sino para que con el mismo afán que le pongo a declararme de derechas, los demás se empeñen en negarme tal condición.
Quienes me han encasillado en la izquierda por leer mis escritos con poca vista, se resisten a creer que de verdad soy de derechas; Y los de derechas que leen mis textos con muy malos ojos, se niegan a aceptarme entre los suyos. Sólo los extremistas de izquierda me dan la razón, pero no por ello sus antagonistas de derechas me asumen entre sus filas. En principio, ahora que todos somos partidarios del libre mercado, la libre competencia, que preferimos la seguridad a la libertad, que aborrecemos el igualitarismo, que amamos el individualismo, que apostamos por la macroeconomía independientemente de cómo le vaya al ciudadano, que creemos que el empresario crea riqueza…no tendría que tener mayor problema, cuando en las pequeñas diferencias que separa al PSOE del PP, resulta que coincido plenamente con este último partido, al menos, mientras está en la oposición. Claro que ahora que lo pienso…la oposición suele sentarse a la izquierda del Hemiciclo tal y como lo conocen los espectadores tras la pantalla de la televisión, aunque desde la tribuna del Presidente del Congreso, sea la derecha de tan noble asamblea, aunque curiosamente, a toda ella, sea de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, se la denomine la Bancada parlamentaria.
No lo soporto por más tiempo. Necesito que la gente me acepte tal como soy en estos tiempos de confusión absoluta. Ya de pequeño, tendría yo nueve años, cierto día, mientras me peinaba frente al espejo, descubrí que la gente me veía al revés de cómo yo en mi fuero interno me creía. Me explico: yo me peinaba de derecha a izquierda, con la raya en mi parte derecha de la cabeza. Pero la imagen del espejo, me representaba como si yo me peinara de izquierda a derecha. Por si ello fuera poco, me percaté también de que mi espectador, observaría la trayectoria de mi izquierda a derecha, desde su perspectiva, o sea, desde su derecha hacia su izquierda, cosa que podría coincidir con mi deseo, de no ser porque a su vez, éste sabría invertir la situación poniéndose en mi lugar y me otorgaría el peinado inverso a como yo deseaba ser contemplado. No había otra solución, por mucho que me molestara, que peinarme del revés, o sea, de izquierda a derecha, para que la gente me viera, como yo a mi mismo me veía cuando pensaba en mi mismo, es decir, con la raya en mi lado izquierdo. Seguramente Coco de Barrio Sésamo y el filósofo italiano Norberto Bobbio lo explicarían mejor. Pero creo que lo dicho, sobra y basta para que sepáis lo mucho que me importa que me veáis como públicamente ahora me presento ante vosotros, ¡como de derechas!