Por culpa de esa mentalidad optimista que promete el Cielo en Religión, un Estado justo y perfecto en Política, una nueva experiencia en el Arte, desarrollo continuo en la Ciencia, por no citar al mal entendido Darwinismo y su “Teoría de la Evolución” que de evolución tiene tanto cuanto la “Teoría de Relatividad” tiene de relatividad y que sólo el Happy End Hollywoodiense es capaz de garantizar en el cine, hemos llegado a creer que mientras se arranquen hojas al calendario, todo va bien, haciendo oídos sordos al aforismo ¡Todo tiempo pasado fue mejor! pues está de moda atribuir al futuro todas cuantas virtudes antes se proyectaban hacia atrás, postura mucho más lógica desde una perspectiva temporal, pues como en la vida misma, el futuro es sinónimo de muerte mientras al comienzo de nuestros días despertamos a la Existencia, aunque bien es verdad que no desde la concepción de la filogénesis que atribuye a la especie caminar por una dorada vía ascendente hacia su sublimación.
Y mira que la Historia nos advierte de procesos de involución, aunque sea muy discutible el adjetivo para designar la caída del Imperio Romano y la entrada en la Edad Media. Empero, sí hemos de reconocer que estos recorridos inversos en la singladura de la civilización se han dado, verbigracia, la pérdida de la escritura de todo un pueblo como el cretense, o el casi por entero olvido del conocimiento recogido en los jeroglíficos egipcios por mucho empeño que los sacerdotes de los templos pusieran para conservarlos después de pasados 3.000 años.
Estos retrocesos de la humanidad o parte de ella, siempre me habían llamado la atención originando cierto desasosiego intelectual, pues hijo de mi tiempo, no podía concebir de qué manera toda una sociedad podía perder bienes tan preciados y útiles para su subsistencia. Sólo cataclismos como el acontecido en la Atlántida con cuyo relato Platón buscaba advertir de este particular, o accidentes como la quema de la Biblioteca de Alejandría, daban respuesta al interrogante, sin percatarme de que cuanto pasados los siglos observamos como un fin repentino, fue en verdad un desenvolvimiento de pequeños cambios, apenas notados por quienes los vivieron cuando acontecieron.
Alfred Loisy advirtió, no sin razón y cierta guasa que “Jesús anunció el Reino de Dios pero lo que llegó fue la Iglesia” Pues bien, algo parecido nos ha sucedido a nosotros durante la presente generación, a saber, que se nos hablaba de continuo de la llegada de la Sociedad de la Información, de la Sociedad de la Comunicación, de la Sociedad del Conocimiento…y a lo que verdaderamente estamos asistiendo, es a la Sociedad del Espectáculo, del escaparate y pasarela, la Sociedad de la Imagen y hemos llegado ya a la Sociedad del Icono que creo es el punto de inflexión para retroceder de nuevo al analfabetismo general.
Se suponía que la Sociedad de la Información trataba de una mayor y más fluida accesibilidad de la ciudadanía al caudal de datos relevantes para la supervivencia del individuo y de la comunidad en la que vive; Que la Sociedad de la Comunicación estrechamente relacionada con la anterior versaba sobre una forma de articular a las gentes en torno al poliglotismo, la habilidad para manejarse en distintos registros idiomáticos, aumentar la capacidad de empatía entre los interlocutores, etc. Sin embargo, ello se ha traducido en una Sociedad de los Medios que atiborran de noticias carentes de interés más allá del morbo y el entretenimiento a su audiencia que cuando no está aturdida por el secuestro de un niño en Oklahoma, anda entretenida chateando en un foro, o compartiendo fotos en las redes sociales; Todos esperábamos que la Sociedad del Conocimiento consistiera en que la educación hubiera alcanzado tal cota entre nosotros, que este, el conocimiento, fuera lo más apreciado entre la gente, la cual sabría aplicarlo en asuntos prácticos para ayudarse a evitar en lo posible el trabajo y aumentar su desarrollo integral como persona en el ámbito familiar y social, mas el saber al que se le ha dejado acceder a la mayoría mayoritaria, ha sido aquel que hace de la realidad un espectáculo, o sea, un Reality Show que suscita la curiosidad de querer saber, mas de modo cotilla, sin esfuerzo, picoteando, una línea aquí, un renglón allá, que le forme para convertirse en todo un campeón del juego ratonil de los quesos. Pero nada más ¡que le raya! Todo lo cual, nos ha envuelto en la Sociedad del Espectáculo ya denunciada por Guy Debord, donde las personas se comportan como maniquíes en un escaparate, unos por puro narcisismo encantados de que les contemplen, otros porque no les queda otra que ejercer como tales para disfrute de la clase pudiente como ocurre en las pasarelas de moda donde se diferencia bien la señora que es rica, de la que está rica; Muy de la mano, o mejor dicho, de la vista nos ha tocado asistir a la Sociedad de la Imagen, donde rigen los patrones de belleza, moda, estilo de vida, marca de calzoncillos que hemos de llevar y la tableta de chocolate que algunos hace tiempo hemos escondido entre pan y pan bajo varios bollos de mantequilla, configuración idealizada que como nunca tiraniza la realidad real con la que entra en conflicto mil veces más virulentamente que aquellas novelas rosa con las que se distraían nuestras abuelas. Pero el daño que todo esto pueda ocasionarnos como comunidad humana mientras no nos acostumbremos a las nuevas formas de vida con las que nos hemos dotado, es comparable con el riesgo que para nuestro desarrollo supone continuar por la senda de la galopante iconización a la que estamos asistiendo en todos los órdenes de la Existencia cotidiana y que nos dirige al último estadio de la deriva: a la Sociedad del Icono.
Si nunca han faltado pensadores que han relacionado la práctica religiosa con el mantenimiento del orden público, tampoco faltan quienes unen una buena educación con la innecesaria presencia policial para mantenerlo. Algo semejante podría deducirse respecto a la capacidad simbólica y representativa global de una determinada población, que cuanto más educada esté, menor será la necesidad de que todo se le advierta por iconos. Y que cuanto mayor sea su capacidad simbólica-comunicativa, menor será su necesidad de andarse con dibujitos para los que ya tiene conceptos y significados debidamente articulados.
En estos tiempos en los que los niños se educan solos frente al televisor – está claro que mientras sus dos esclavos padres cumplen con la condena de trabajos forzados no pueden hacerlo y en clase, un profesorado carente de vocación que accede a la nómina vía oposición tampoco es su cometido estipulado en el convenio docente firmado por el Misterio de Educación – evidentemente alguien les tiene que decir esas cosas que se aprendían desde crio como “Cede el sitio a una persona mayor” “No pongas los pies en el asiento de enfrente que luego alguien se tendrá que sentar” “No tires la lata al suelo” “Agárrate si no quieres caerte” “Esto es una escalera” que ahora en cambio es preciso señalar con dibujitos en los autobuses donde dentro de poco habrá tantos iconos que necesitaré todo el viaje para descifrarlos.
La moda de las imágenes en lugares públicos viene de antiguo, sin ir más lejos el Código de circulación. Pero hemos llegado a tal extremo, que más que ayudar pueden generar confusión como ese asiento en el que hay dibujada una embarazada ¿Qué significa? ¿Qué al sentarse ahí te quedas embarazada? ¿Qué es un asiento para señoras gordas? Dentro de poco, la gente con prisa, saldrá corriendo por la puerta de emergencia, pondrá una X con espray en el lomo de su perro para entrar en bares y restaurantes, se parará ante las puertas que deba empujar o saludará al vestíbulo, etc.
Yo no sé donde vamos a llegar con los iconos en los espacios públicos o con los emoticonos en las conversaciones de internet. Pero el éxito de las imágenes insertas en los paquetes de cigarrillos para desalentar el consumo de tabaco, me hace sospechar que la técnica va a multiplicarse y en breve veremos hojas de la declaración de Hacienda con una estampa de un calabozo sin necesidad de lema de cuatro palabras – el máximo que un analfabeto funcional puede retener como bien saben los publicistas – De lo que estoy seguro, es que por aquí vamos bien para dejar de leer y escribir, el mejor modo de mantener a la población sin capacidad de reacción y aún sin ganas de reaccionar, salvo para obedecer los estímulos visuales que le rodean.
Porque nos horrorizamos de los típicos carteles con las efigies de los dictadores socialistas que presiden desde lo alto todos los ángulos de los principales espacios públicos en sus países, pero bastaría ponerse a contar los letreros de Coca Cola que inundan nuestras calles para tomar conciencia que estamos viendo la paja en el ojo ajeno y plantearnos seriamente una acometida iconoclasta como la que en su día se emprendiera bajo los auspicios del Emperador Bizantino León III, sólo que en esta ocasión, los Santos y las Vírgenes, lo son todavía menos.