En esas zahúrdas mediáticas en las que suelo adentrarme ya no sé si por oficio o por puro vicio está creciendo como un suflé algo parecido a un debate sobre el modelo autonómico español. Sí, sólo “algo parecido”. Nadie espera a estas alturas el milagro de que la prensa de choque aborde con serenidad, mesura y honestidad ni esta ni ninguna otra cuestión. Son más rentables las consignas, los exabruptos y los regüeldos dialécticos. La novedad, si hay alguna, es que parece haber un cierta sistematización en la puesta en escena. ¿Campaña orquestada? No diría tanto, pero sí se antoja más que una casualidad que llevemos unos días en los que en todas y cada una de las cabeceras haya como mínimo un par de articulistas sentando cátedra sobre el asunto, como si pensarán medio en serio que ha llegado el momento de poner pie en pared y devolver al Gobierno central lo que juzgan como botín periférico.
La doctrina de saque de los pontificadores, ya lo imaginarán, es que las perversas sanguijuelas separatistas han llegado en su roer insaciable a los mismísimos huesos del Estado y que ya no queda migaja de carne que entregar a su voracidad. Nada que no hayamos escuchado un millón de veces. Sin embargo -y esto también es nuevo-, tras esa bofetada de trámite a los malos oficiales, vienen otras dirigidas sin escatimar saña a los mandarines de las ínsulas donde el nacionalismo que no sea español ni está ni se le espera. Taifas es la desdeñosa denominación al uso para tierras mandadas por gentes tan de orden como Camps, Valcárcel, Aguirre, o nuestros vecinos Herrera (Castilla y León) y Pedro Sanz (La Rioja). Ni su carné del PP es salvoconducto que les libre de la acusación de haberse creado un estadito a medida de sus ambiciones. Cierto es que salen peor parados los gobernantes autonómicos socialistas.
Descafeinado, en realidad
A buenas horas mangas verdes, se dan cuenta de la tremenda cantada que se cometió tras la muerte del bajito de Ferrol, cuando los padres de la todavía llamada “modélica transición” se sacaron de la chistera lo del café para todos. Recordarán los que han renovado unas cuantas veces el DNI que aquello se debió bautizar, en realidad, “descafeinado para algunos”, pues se trataba de rebajar las presuntas concesiones a las nacionalidades históricas haciendo tabla rasa. A un pelo estuvo Segovia de constituirse en ente emancipado, cosa que sí logró Murcia para asombro de propios y extraños. Resultado: hoy se lamentan de no haber reconocido sólo los derechos legítimamente reclamados.
Hola, Javi.
En esta línea viene bien leerse el artículo de Enric Juliana publicado esta semana en La Vanguardia: El lobbismo madrileño ridiculiza las autonomías como el ‘Celtiberia Show'».
En efecto, poner a votación directa y simple entre los ciudadanos afectados la cuestión de la soberanía es una propuesta de un atractivo e indiscutible democratismo: ¿qué mejor validación de las respectivas propuestas de los partidos unionistas y nacionalistas que someterlas directamente a la decisión del soberano mismo? ¿Quién que se proclame demócrata puede estar en contra de un expediente Tan democrático como el de contar los votos= ¿Qué mejor y más claro sistema de conocer la voluntad de los interesados existe que el de preguntarles a ellos? Si la legitimidad del poder político deriva del consentimiento de los gobernados, ¿cómo podría desdeñarse la posibilidad de conocer cuál es ese concreto consentimiento en un caso debatido y conflictivo como el que se plantea en las situaciones nacionales?
De esta forma, el engarce entre la cuestión de la autodeterminación nacional y el esencialismo democrático resulta patente, Puesto que, en definitiva, la proclamación del derecho de autodeterminación (o del derecho a decidir, como se le denomina en la práctica vasca por motivos tácticos) se presenta como un caso particular de un principio democrático más general: el de que es el pueblo, y sólo el pueblo, el que decide su gobierno: y, además, que puede y debe hacerlo en último término en una forma directa; es decir, votando1. Lo cual, no es casi necesario señalarlo, reúne todos los ingredientes del esencialismo democrático …:la creencia en que la voluntad popular actual e instantánea es la vía privilegiada de decisión de las cuestiones públicas conflictivas, y el de que la mejor expresión de esa voluntad es la monotonal y directa a través de las urnas.
(Continuará)
El Tribunal Supremo de Canadá, en su conocido dictamen consultivo de 20 de agosto de 1998 sobre el valor del referéndum de Quebec de cara a una posible secesión de esta provincia, subrayó expresamente esta llamativa conexión entre la vía referendataria y la pretendida esencia de la democracia, aunque fuera para rechazarla: “El argumento de que la Constitución puede ser superada legítimamente por un voto mayoritario en un referéndum provincial es superficialmente persuasivo, sobre todo porque apela a uno de los principios subyacentes a la propia Constitución: el de la democracia y el autogobierno, es decir el de la soberanía popular. Sin embargo, un análisis más detenido revela que este argumento no está bien fundado porque malinterpreta la esencia de una democracia constitucional. Los canadienses nunca hemos aceptado que el nuestro es un simple sistema de regla mayoritaria, sino que es mucho más rico”2 (la cursiva, la negrita y el subrayado no son del Tribunal canadiense, son del autor y mío).
De este nuevo supuesto de esencialismo democrático es del que pretendemos tratar a continuación, sacando a la luz sus contradicciones internas y sus limitaciones. Antes, sin embargo, y por mor de la imprescindible claridad en la materia, conviene hacer una referencia somera al Derecho internacional sobre la autodeterminación de los pueblos.
Notas:
1. Véase I. Sánchez Cuenca en su obra “Más democracia, menos liberalismo”, p 75. ISBN: 9788492946020 http://www.casadellibro.com/libro-mas-democracia-menos-liberalismo-/1695352/2900001374010
2. Véase Supreme Court of Canada, Re: Secession of Quebec,1998, 2 S.C.R. 217, p. 75
http://www.scc-csc.gc.ca/
3. El texto forma parte del libro de reciente publicación, “ El esencialismo democrático”, Editorial Trotta, ISBN 978- 84-9879-188-4, presentado en Bilbao por su autor el 24/01/2011.
Y al anterior, le seguía el que vuelvo a colgar:
«En efecto, es un rasgo común a todos los planteamientos nacionalistas secesionistas que se plantean en la actualidad el de recurrir como última ratio de su reclamación al argumento que se considera democrático por excelencia: el de que la mayoría de los habitantes del territorio o demarcación que se pretende independizar (u obtener cualquier otra clase de situación de cosoberanía) están de acuerdo con y desean esa independencia o soberanía. Por tanto, la reclamación se legitima en el principio democrático esencial de que todo pueblo tiene derecho a autogobernarse, lo que traducido al campo que ahora nos interesa se dice que implica el derecho a autodeterminarse en el plano nacional e internacional. Democracia, autogobierno e independencia no son sino los tres eslabones encadenados de la cadena lógica que presentan los movimientos nacionalistas: la democracia es ante todo y sobre todo el autogobierno del pueblo, aquí existe un pueblo determinado concreto, luego este pueblo tienen derecho a decidir por sí solo su estatus y su futuro. Una cadena argumental qie se hace más plástica aún cuando se exhibe la palanca política concreta con que los nacionalismos pretenden cambiar la situación existente: el referéndum o plebiscito popular.
(Continuará)
Y después de éste iban los dos que aparecen admitidos después del de Iturri.
Saludos.