Apenas la fotografía

Ir o no ir, he ahí la cuestión. Si hablamos de la cacareada conferencia de presidentes autonómicos, se pueden encontrar argumentos igualmente razonables a favor o en contra. De hecho, fijándonos en lo que nos toca más cerca, comprobamos que la presidenta de Navarra, Uxue Barkos, ha optado por la presencia, mientras que el lehendakari Iñigo Urkullu se ha decantado por la ausencia. No parece que ni una ni otra postura se vayan a traducir para las respectivas ciudadanías en algo que les beneficie o les perjudique de modo especial. Al fin y al cabo, a casi nadie se le escapa que el principal motivo del encuentro, si no el único, reside en la fotografía solemne —también conocida como de familia— con todos los asistentes flanqueando a Mariano Rajoy y al rey Felipe Sexto, recién llegado en este caso de su bisnes por esa satrapía llamada Arabia Saudí.

La instantánea quizá no dé para una tesina de semiología, pero si la miran durante dos o tres segundos, les cantará la Traviata sobre un modelo de Estado que debería estar superado hace un buen rato. Y si además de mirarla, la huelen, percibirán el aroma inconfundible y ya rancio de aquel funesto café para todos que, si ya era malo de inicio, no ha dejado de aguachirlarse con el paso de los años y de los gobiernos de estas o aquellas siglas. No se antoja detalle menor que el ejecutivo liderado por el que aparece en el centro —cómo no— de la imagen haya sido el que con más brío, cuando no directamente saña, se ha empleado, en compañía de sus magistrados de corps, para cercenar el ejercicio de un autogobierno que, no lo olvidemos, ya venía afeitado de serie.

Agua para ninguno

Ya les ha costado darse cuenta. Treinta años de jijí-jajá después se enteran de que el Estado español de las Autonomías es una cantada institucional que no se la salta Sergei Bubka. Tarde para acordarse de las muelas de los egregios tahoneros —algunos ya difuntos y con doble orla en las enciclopedias— que hicieron un pan con unas hostias. Mientras la misma Europa que ahora nos asfixia soltaba a chorro quintales de pasta, todo fue de narices. Los más vivos de cada pedanía, políticos de cuarta regional literalmente, se convirtieron en pequeños marajás que inauguraban casinillos de jubilados, plantíos de girasol subvencionado y carreteras de ningún sitio a ninguna parte. Que no faltaran a su lado los Tribuletes de sus teles, radios y periódicos de la Señorita Pepis para hacerles los cantarcillos de gesta de rigor. ¡Venga, que lo paga el presupuesto!

Fasto a fasto, megalomanía paleta a megalomanía paleta, cazo a cazo, los barones y baronesas del extrarradio se pulieron lo que no cabe en una docena de biblias. No es que no quede un clavel, es que se debe hasta la última tachuela que fija en los paneles de corcho el cartel de “Vuelva usted mañana (a cobrar)”. ¿Y ahora qué? Pues, de momento, parece que se ha roto el tabú y hasta el dueto trágico-económico del Gobierno español —Guindos, Montoro; Montoro, Guindos, tanto monta— se han sacado el cinto y lo blanden contra los manirrotos caciques, en buen número, conmilitones suyos: ¿A que todavía os intervenimos, so desgraciaos?, les amenazan.

Desde este balcón del norte, somos más de siete los que nos maliciamos que no caerá esa breva. O peor aún, que si cae, se aprovechará el viaje para pegarnos la poda competencial con que llevan tres décadas soñando. Del café para todos al agua para ninguno. Los primeros hachazos serios acaban de llegar: tantarantán a la Sanidad y tarascada a la Educación por el artículo 33. Apenas el principio.

Aquel café para todos

En esas zahúrdas mediáticas en las que suelo adentrarme ya no sé si por oficio o por puro vicio está creciendo como un suflé algo parecido a un debate sobre el modelo autonómico español. Sí, sólo “algo parecido”. Nadie espera a estas alturas el milagro de que la prensa de choque aborde con serenidad, mesura y honestidad ni esta ni ninguna otra cuestión. Son más rentables las consignas, los exabruptos y los regüeldos dialécticos. La novedad, si hay alguna, es que parece haber un cierta sistematización en la puesta en escena. ¿Campaña orquestada? No diría tanto, pero sí se antoja más que una casualidad que llevemos unos días en los que en todas y cada una de las cabeceras haya como mínimo un par de articulistas sentando cátedra sobre el asunto, como si pensarán medio en serio que ha llegado el momento de poner pie en pared y devolver al Gobierno central lo que juzgan como botín periférico.

La doctrina de saque de los pontificadores, ya lo imaginarán, es que las perversas sanguijuelas separatistas han llegado en su roer insaciable a los mismísimos huesos del Estado y que ya no queda migaja de carne que entregar a su voracidad. Nada que no hayamos escuchado un millón de veces. Sin embargo -y esto también es nuevo-, tras esa bofetada de trámite a los malos oficiales, vienen otras dirigidas sin escatimar saña a los mandarines de las ínsulas donde el nacionalismo que no sea español ni está ni se le espera. Taifas es la desdeñosa denominación al uso para tierras mandadas por gentes tan de orden como Camps, Valcárcel, Aguirre, o nuestros vecinos Herrera (Castilla y León) y Pedro Sanz (La Rioja). Ni su carné del PP es salvoconducto que les libre de la acusación de haberse creado un estadito a medida de sus ambiciones. Cierto es que salen peor parados los gobernantes autonómicos socialistas.

Descafeinado, en realidad

A buenas horas mangas verdes, se dan cuenta de la tremenda cantada que se cometió tras la muerte del bajito de Ferrol, cuando los padres de la todavía llamada “modélica transición” se sacaron de la chistera lo del café para todos. Recordarán los que han renovado unas cuantas veces el DNI que aquello se debió bautizar, en realidad, “descafeinado para algunos”, pues se trataba de rebajar las presuntas concesiones a las nacionalidades históricas haciendo tabla rasa. A un pelo estuvo Segovia de constituirse en ente emancipado, cosa que sí logró Murcia para asombro de propios y extraños. Resultado: hoy se lamentan de no haber reconocido sólo los derechos legítimamente reclamados.