Apenas la fotografía

Ir o no ir, he ahí la cuestión. Si hablamos de la cacareada conferencia de presidentes autonómicos, se pueden encontrar argumentos igualmente razonables a favor o en contra. De hecho, fijándonos en lo que nos toca más cerca, comprobamos que la presidenta de Navarra, Uxue Barkos, ha optado por la presencia, mientras que el lehendakari Iñigo Urkullu se ha decantado por la ausencia. No parece que ni una ni otra postura se vayan a traducir para las respectivas ciudadanías en algo que les beneficie o les perjudique de modo especial. Al fin y al cabo, a casi nadie se le escapa que el principal motivo del encuentro, si no el único, reside en la fotografía solemne —también conocida como de familia— con todos los asistentes flanqueando a Mariano Rajoy y al rey Felipe Sexto, recién llegado en este caso de su bisnes por esa satrapía llamada Arabia Saudí.

La instantánea quizá no dé para una tesina de semiología, pero si la miran durante dos o tres segundos, les cantará la Traviata sobre un modelo de Estado que debería estar superado hace un buen rato. Y si además de mirarla, la huelen, percibirán el aroma inconfundible y ya rancio de aquel funesto café para todos que, si ya era malo de inicio, no ha dejado de aguachirlarse con el paso de los años y de los gobiernos de estas o aquellas siglas. No se antoja detalle menor que el ejecutivo liderado por el que aparece en el centro —cómo no— de la imagen haya sido el que con más brío, cuando no directamente saña, se ha empleado, en compañía de sus magistrados de corps, para cercenar el ejercicio de un autogobierno que, no lo olvidemos, ya venía afeitado de serie.

La madre de Garzón

Palabras de Baltasar Garzón Real en una entrevista-masaje para promocionar el enésimo libro en el que se casca una manola a mayor gloria de sí mismo: “No me voy a olvidar del dolor que han causado a mi madre con todo esto”. El otrora juez que veía amanecer se refería a su descabalgamiento de la judicatura después de haber defraudado a aquellos poderosos amiguitos para los que rindió tantos servicios.

Qué rostro. Reparen en la frase de nuevo, y piensen en cuántas y cuántas víctimas de las arbitrariedades de Garzón podrían repetir exactamente lo mismo. “Coño, Don Javier, es algo gratuita esa comparación, digo yo. Seguro que hay alguna diferencia con narcos y terroristas”, me replica un tuitero, perfecto representante de muchísima buena gente de fuera de Euskadi que tiene un gran concepto del dandy de las sienes plateadas. Tremenda tarea, y estoy viendo que también baldía, explicarle a mi interlocutor que en la lista de damnificados por este individuo se cuentan mayoritariamente hombres y mujeres que pasaban por allí. Eso, sin mencionar que incluso los culpables gozan de unos derechos que eran sistemáticamente ignorados cuando las operaciones político-policiales llevaban su firma.

No es la primera vez que escribo, y me temo que no será la última, aunque sirva para poco, que Garzón ha sido objeto de un tipo de faena jurídica que por algo recibe el nombre de garzonada. Manda muchas narices que él, que retorció la ley a discreción, vaya por ahí haciéndose el ofendido. Y aun resulta más increíble y desolador que, con la bibliografía que tiene presentada, haya quien le compre la moto averiada que vende.

Lo que es y lo que parece

Las polémicas más estúpidas contienen también una moraleja y, mirando al trasluz, un retrato bastante preciso de una sociedad y de un momento. Fíjense en la penúltima, originada por la publicación de un reportaje en la revista Paris Match —¡oh la la!— sobre la vida burguesota que lleva el ministro griego de Finanzas y ya icono mundial fashion-revolucionario, Yanis Varoufakis. Mesa bien repleta de delicias varias, vino blanco (por lo visto) de marca, en la terraza de su queli con la Acrópolis de fondo, y para rematar, en actitud recíprocamente cariñosa con una señora que (como poco) le empata en atractivo. Qué más provocación quiere la derechona tiñosa y resentida que pillar al apóstol de los pobres refocilándose en la molicie suntuosa de los malvados capitalistas. Le faltó tiempo al ultramonte diestro para echarse al ídem en las redes sociales a denunciar el flagrante acto de fariseísmo. El diario ABC redondeó el rasgado de vestiduras en una portada memorable bajo el encabezado “Así vive el populismo”.

Patético, en efecto. Pero no menos que el espectáculo en la contraparte progresí, que salió en tromba a defender a su ídolo con el argumentario de rigor. Que si los fachas quieren que los de izquierdas vivan en la miseria y estén amargados, y parecidos blablablás victimistas. Mejor no pensar qué tipo de comentarios se habrían dado si el de las fotos hubiera sido, pongamos, Montoro. En la era de la imagen conviene pensarse dos veces ciertas propuestas. Y la de este reportaje era claramente para haber dicho que no, como ha reconocido el propio Varoufakis dejando fatal a sus aguerridos valedores.

Por qué Pedro es Ken

Me reprochan que cargue las tintas contra el secretario general del PSOE “solo por ser guapo”. Con argumentación variada, desde que lo mío es pura envidia hasta que no se le puede pedir a Pedro Sánchez que se ponga una capucha para ocultar su atractivo, aunque casi siempre desembocando en la eterna cuestión del diferente trato según el sexo: “Si fuera mujer, no lo harías”.

¿Touché? Pues miren, no. Es decir, no lo sé. Me falta un término para la comparación. Por más que repaso mi archivo mental, no recuerdo una sola política que haya hecho una utilización de su físico ni la cuarta parte de excesiva que el sustituto de Pérez Rubalcaba. No, ni siquiera reuniendo sobrados requisitos para haberlo hecho, o en algunos casos, quizá por eso mismo. Y en la categoría masculina, tampoco encuentro precedentes. Incluso Adolfo Suárez, al que Pedro Ruiz parodiaba diciendo “No me toco porque me excito”, y que era un narcisista del carajo de la vela, jugaba más bazas que su mirada arrebatadora y su porte de (entonces) yerno perfecto.

Es innegable que las caídas de ojos, los hoyuelos o las boquitas de piñón rentan su porción de votos en esta sociedad de la imagen y el culto a la apariencia. Pero aún no somos tan imbéciles como para tirarnos de cabeza a la urna solo porque el candidato o candidata esté de toma pan y moja. Necesitamos algo parecido a unas ideas. Y no digo que Sánchez no las tenga, sino que el brutal empeño (un tuit, una foto) de su gabinete de comunicación en vendérnoslo como un sexsymbol nos impide verlas. Mientras el acento esté en la sonrisa Profidén y no en el mensaje, Pedro seguirá siendo Ken.