(Sin) noticias de Grecia

Qué tiempos aquellos, casi ayer como quien dice, en que conocíamos la plaza Syntagma de Atenas mejor que la del Castillo o la Consti. Allá donde no teníamos ni idea de los nombres de tres cuartas partes de los consejeros de nuestros gobiernos domésticos, hablábamos del (auto)defenestrado Varoufakis como si tomásemos potes con él cada día. Qué pronto aprendimos que OXI significaba No y con qué pasión lo tuiteábamos, bien es cierto que en la inmensa mayoría de los casos, pasando por alto que eran caracteres de un alfabeto distinto al latino.

¿Y ahora? ¿Por qué han caído cien velos? ¿Es que ya no pasa nada digno de ser contado? Pongamos, por ejemplo, las 48 horas de huelga general de la semana pasada, trufadas de protestas callejeras muy parecidas a aquellas que tanta exaltación vicaria nos despertaban a 5.000 kilómetros. No piensen que porque no las hayan difundido a troche y moche han dejado de existir las mantas de palos que ha repartido la policía a los infelices que protestaban por el recorte de otros 5.400 millones de euros, el aumento del IVA al 24 por ciento, y de propina, la prórroga de la edad de jubilación de 63 a 67 años. De una tacada aprobó todo eso el lunes el parlamento griego, con los votos de la Syriza del primer ministro Alexis Tsipras a la cabeza. Ni 24 horas después, el otrora malvado Eurogrupo le daba unas palmaditas en el lomo al tipo al que le queda como única rebeldía no llevar corbata. Clap, clap, clap, chaval, te estás portando, le vino a decir el pijín Dijsselbloem antes de pedirle un par de vueltas de tuerca más. Los que lo tuvieron por su gran héroe callan como tumbas.

Grecia ha elegido

Vayan y tósanle a Alexis Tsipras. Parecía que estaba destinado a darse la bofetada del siglo, y ahí lo tienen, prácticamente con la misma mayoría de hace ocho meses y libre de críticos esencialistas. Menudos linces, por cierto, los que vaticinaron que la escisión de Syriza por la izquierda arrastraría a las masas descontentas por la claudicación ante la malvada madrastra Europa. Pues de eso, nada. Los que han acabado en el guano extraparlamentario han sido los que, como tantas veces, habían hecho las cuentas de la lechera. Cuando eres Varoufakis y vives como Zeus, es muy fácil apelar a la dignidad porque por muy mal que vayan las cosas, a ti te va a seguir yendo de narices. Los que intentan comer al día siguiente tienden a pensar de otra forma… y por lo que acabamos de ver, también a votar en consecuencia. Hay que ser malnacido para tildarles explícita o implícitamente de cobardes.

Cabe, por supuesto, echar mano del comodín de la participación más baja de la historia, atribuyéndose cada sufragio no emitido. Un siglo de estos veremos que no votar es otra forma de votar y que, en consecuencia, quien decide quedarse en casa es tan responsable de los resultados como los que sí han echado esta o aquella papeleta a una urna.

Resumiendo, que el pueblo que ha querido que sea Tsipras quien gestione el malhadado tercer rescate es exactamente el mismo que hace dos meses y pico optó en masa por el ‘no’ en el referéndum y el que en enero aupó a Syriza al gobierno. Si en esas dos ocasiones se hicieron encendidas loas a su arrojo y su sabiduría, no parece muy coherente ponerles ahora como una panda de mansos.

Después del ‘no’ griego

Las citas con las urnas, sean elecciones convencionales o plebiscitos, no terminan en el recuento. Y tampoco en la celebración de la victoria. Al revés, es ahí donde empieza el camino de las palabras a los hechos. Sería bonito para los griegos —y de rebote,  para los que seguimos hipnotizados su epopeya— que el contundente ‘no’ del domingo se tradujera de un día para otro en el fin de la asfixia. Quién sabe, quizá de esta los llamados acreedores (o por peor nombre aun, la troika) toman nota del profundo disgusto que causan en los pueblos, hacen propósito de enmienda, y en lo sucesivo cambian su objeto social por el de procurar la felicidad colectiva.

¿Van por ahí las cosas? Si atendemos a lo que llevamos escuchando en las últimas horas de labios de sus portavoces oficiales y oficiosos, no parece. Se diría que la parte que se da por derrotada en el referéndum está ahora mismo más por la elaboración y aplicación de refinadas formas de venganza que por la rectificación. Ni siquiera es probable que les calme la inmolación pirotécnica de su bestia negra, el ya ex ministro Yanis Varoufakis. Qué sensación orgasmática ha tenido que ser para el susodicho, por cierto, quitarse de en medio justo después de haber marcado por la escuadra.

Claro que hay una esperanza. No es descartable que esta jugada de Tsipras entre maestra y a la desesperada vaya a servir para que descubramos que las instituciones europeas han ido de farol durante todo este tiempo. Tal vez el tinglado esté montado de tal forma que si cae una pieza aparentemente insignificante, se viene abajo el resto. Eso salva a Grecia… y a alguno más.

El IVA, según quién lo suba

Le cayó la del pulpo al economista boquerón de Ciudadanos, Luis Garicano, por proponer subir el IVA de los productos de primera necesidad (empezando por el pan) y bajar el del resto de los artículos. En peculiar Fuenteovejuna, opinadores de distintos pelajes —incluido el que suscribe— y portavoces políticos de todo el espectro ideológico desde el PP a Podemos se le lanzaron a la yugular bajo la acusación de pretender esquilmar a los pobres en beneficio de los bolsillos más holgados.

Este es el minuto en el que sigo pensando, quizá desde una lógica equivocada o con unos conocimientos escasos, que la medida es manifiestamente injusta y que huele a clasismo rancio que echa para atrás. Pero miren ustedes por dónde, el gobierno requeteprogresista de Grecia acaba de anunciar que en septiembre subirá tres puntos —del 6,5 al 9,5%— el IVA de los productos básicos, mientras que el del resto se reducirá cinco puntos, del 23 al 18%. La argumentación viene a ser la misma qu esgrimió, con poco éxito de crítica y público, el mentado Garicano: lo que los más desfavorecidos pierden por un lado se compensaría con una mayor recaudación que redundaría en su beneficio.

Ocurre que en esta ocasión la cosa viene con la firma del santo laico Yanis Varoufakis, a ver qué zurdo sedicente se atreve a encontrarle el menor pero. Ya se lo digo yo: ninguno. En los medios de la contestación dentro de un orden, la noticia ha sido despistada, ignorada o, con mayor descaro, encapsulada en titulares de trampantojo que hablaban de reformas y reordenaciones del IVA. A veces, nos muestran el mecanismo del sonajero y no queremos verlo.

Lo que es y lo que parece

Las polémicas más estúpidas contienen también una moraleja y, mirando al trasluz, un retrato bastante preciso de una sociedad y de un momento. Fíjense en la penúltima, originada por la publicación de un reportaje en la revista Paris Match —¡oh la la!— sobre la vida burguesota que lleva el ministro griego de Finanzas y ya icono mundial fashion-revolucionario, Yanis Varoufakis. Mesa bien repleta de delicias varias, vino blanco (por lo visto) de marca, en la terraza de su queli con la Acrópolis de fondo, y para rematar, en actitud recíprocamente cariñosa con una señora que (como poco) le empata en atractivo. Qué más provocación quiere la derechona tiñosa y resentida que pillar al apóstol de los pobres refocilándose en la molicie suntuosa de los malvados capitalistas. Le faltó tiempo al ultramonte diestro para echarse al ídem en las redes sociales a denunciar el flagrante acto de fariseísmo. El diario ABC redondeó el rasgado de vestiduras en una portada memorable bajo el encabezado “Así vive el populismo”.

Patético, en efecto. Pero no menos que el espectáculo en la contraparte progresí, que salió en tromba a defender a su ídolo con el argumentario de rigor. Que si los fachas quieren que los de izquierdas vivan en la miseria y estén amargados, y parecidos blablablás victimistas. Mejor no pensar qué tipo de comentarios se habrían dado si el de las fotos hubiera sido, pongamos, Montoro. En la era de la imagen conviene pensarse dos veces ciertas propuestas. Y la de este reportaje era claramente para haber dicho que no, como ha reconocido el propio Varoufakis dejando fatal a sus aguerridos valedores.

Varoufakis superstar

¡Quién nos iba a decir que conoceríamos por su nombre a un ministro griego de Finanzas! Pues ahí tenemos a Yanis Varoufakis, recién llegado del Olimpo (o de cerca, vamos) para difundir por la descreída y resignada Europa la buena nueva de que, contra todo pronóstico y raciocinio, hay salvación para su país, y en el rebote, para el resto de los estados sometidos a recortazo y tentetieso. Y no, no es la diabólica quita que hace persignarse con horror a los supertacañones. Este tipo con aspecto a medio camino entre el calvo de la lotería y un castigador nochero de corazones y su propio hígado ha dado con el ungüento amarillo para resucitar a las víctimas de la sádica austeridad, empezando por la exánime economía helena.

La cuadratura del círculo consiste en intercambiar deuda por bonos ligados al crecimiento. ¿Lo pillan? Yo tampoco. Es más, en mi inmensa ignorancia, me suena a una de esas ingenierías trileras que están en el origen del desastre, pero a los llamados mercados, que son los que tienen voz y voto, les ha sonado de narices. El mismo día del anuncio, anteayer, la bolsa de Atenas recuperó de golpe el tremebundo pastizal que había perdido desde las elecciones, mientras los parqués del resto del continente se dieron un homenaje curiosito. Bajarán otra vez cuando toque realizar beneficios (denominación técnica de “desplumar pardillos”), pero no me digan que no es un contradiós que los gobiernantes rojazos llamados a desencadenar el apocalipsis hayan conseguido poner pilongos a los adalides del capitalismo sin alma. Ya solo falta que terminen con la troika para que les saquemos a hombros.