La clase política es un problema. Concretamente, el tercero que más preocupa a los ciudadanos del Estado español, según el último barómetro del CIS. Y no es el segundo, únicamente porque el instituto demoscópico oficial hace un pequeño trile y ofrece a los encuestados dos opciones casi iguales sobre lo mismo: “la clase política y los partidos”, por un lado y “Gobierno, los políticos y los partidos”. Sumando ambas respuestas, resultaría que sólo el paro y la crisis -faltaría más- superan en el ranking de la desazón a los que nos administran o aspiran a hacerlo. El terrorismo y la inseguridad ciudadana quedan muy por detrás.
Me ha divertido mucho escuchar las interpretaciones de los aludidos cuando en esta o aquella entrevista les ponían el suspenso delante de las narices. Emulando al gran Houdini, se escurrían cual anguilas de la cuestión o la despejaban a la grada, dando siempre por sentado que el desafecto popular no se refería a ellos, sino a un difuso “los demás”. No faltaban los que echaban más leña al descontento que se reflejará en futuros sondeos dejando caer que los que los citan como problema, además de no tener ni idea sobre su trabajo, son muy puñeteros y hasta envidiosos.
No todos son iguales
El resumen es que a los políticos les importa una higa su descrédito. Que les llamen perros y les sigan dando caviar y billetes en Business. Podía haber matizado “a muchos políticos” o “a algunos políticos”, pero escribo intencionadamente en genérico, haciendo tabla rasa y saco común con todos, a ver si hago blanco en la conciencia de las no pocas personas que se dedican a la política por auténtica vocación de servicio y atendiendo a ideales de pura cepa. Son ellas y ellos quienes tienen que dar un golpe en la mesa, sacudirse la caspa corporativista y el miedo al aparato, y señalar con el dedo a aquellos de sus colegas -compartan o no siglas- que arruinan la imagen de lo que debería ser una dignísima ocupación.
Doy fe pública de que en mis veintipico años de proximidad voluntariamente limitada con representantes de todos (recalco: todos) los partidos he conocido un sinfín de personas que actúan con la mejor fe. Se puede estar de acuerdo o no con ellos en lo ideológico, se puede percibir que su discurso o sus actitudes son mejorables, se puede atisbar que la obediencia al carné les pesa mucho. Pero en ninguno de los casos que tengo en la cabeza les es achacable que quieran llevárselo crudo o que estén ahí porque no tienen otra cosa. Deberían estar hartos de pagar por los pecados ajenos.
Como la vida misma Javier!. Muchos de los que critican a «los políticos», si tuvieran la ocasión, harían lo mismo o más. El caso es que esta generalización hace mucho daño a la Democracia; aunque por estos lares habría que ponerla también entre comillas (limitaciones humanas?). Qué alternativa tendríamos sin políticos? Pues sólo queda la dictadura pura y dura creo yo.
Lo del golpe en la mesa a que te refieres, creo que es un método muy correcto que habría que extender también a los representados que, algunos-muchos-o pocos, somos bastante zotes.
Besarkada bat
Totalmente de acuerdo con que los políticos son un problema, y además grave, pero hay otro, tan grave o más, que son los partidos. Esos monstruos con un «aparato» tan oscuro y opaco que ni wikileaks les hinca el diente.
Los ingresos y gastos reales de los partidos son uno de los secretos mejor guardados del planeta, y todavía hay quien se pregunta porqué no se lucha contra el fraude fiscal.
Grave lo que pueda defraudar un dentista, pero la gran bolsa del fraude, mientras no se demuestre lo contrario, parecer estar mucho más cercana a «comisiones», operaciones más que dudosas a partir de información confidencial, etc todo ello para alimentar el monstruo del aparato del partido.
Algunos políticos igual no son tan despreciables como otros, pero desde el momento que asumen pertenecer a ese entramado pierden la poca credibilidad que podrían haber tenido.