Dicen -y de hecho se estudia como tal- que la Nutrición es una ciencia, pero buena parte de los que la ejercen actúan como si se tratara de una fe o una nigromancia. Allá donde los no iniciados en los secretos del condumio esperamos unos consejos racionales sobre qué llevarnos a la boca, los hechiceros de la tribu nos obsequian con furibundas advertencias del infierno que nos aguarda si metemos en nuestro cuerpo tal o cual vianda. Imposible, buscar una lógica en sus recomendaciones siempre disfrazadas de prohibición tajante so pena de infartazo o cáncer galopante. Lo que un día es la panacea de la eterna juventud se convierte a la mañana siguiente en el pasaporte directo a la tumba.
Treinta años tratando de convencerme a mí mismo de que las insípidas acelgas y espinacas eran un manjar excelso, y resulta que me podía haber evitado el autoengaño. A buenas horas sale un sanedrín llamado Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (suena a cosa seria, ¿no?) a dictar un ucase contra las verduras de hoja, bajo la acusación de contener nitratos asesinos sin cuento. Puedo asumir el daño continuado que le he infligido a mi organismo durante décadas, pero pienso en los sanísimos purés que, haciendo caso omiso a sus protestas, le he estado dando a mi hijo, y me siento Lucrecia Borgia. Pobre criatura. Cuánto mejor para su desarrollo equilibrado si lo hubiera cebado con phoskitos y bollicaos.
Exagero, sí, y también reduzco al absurdo, pero al hacerlo no ando muy lejos de los modos que gastan en su comunicación los sabios con estudios y membretes oficiales. La diferencia es que lo que acabo de escribir es una chorrada que nadie va a tomar como dogma de fe. La cosa es más grave cuando es una lista con aval del Ministerio español de Sanidad la que, sin más explicaciones, asegura que comer atún rojo te muta en termómetro o que chupar la cabeza de una gamba hace de tu churumbel una pila alcalina.
Pongo 10 annos de mi vida encima de la mesa pero permíteme disfrutar a diario del papeo sin pensar si lo que me como está o no en una lista negra.
Disfruto un huevo comiendo y tampoco creo que coma insanamente. Es solo que no me quiero comer la cabeza a la hora de sentarme a la mesa. Me gustan las verduras, el pescado, la carne, la fruta, los dulces, el chocolate… me gusta comer de cuchara, una barbacoa, un restaurante «chic» y de sidrería (cuánto las echo de menos!!), pollo de cervecera o platos sofisticados; nueva cocina y cocina tradicional. No suelo comer comida rápida pero me encanta el rollo exótico en plan tailandés, mexicano y eso sí muuuuuucho picante! lo aguanto todo! soy un txapeldun del fuego… es pensarlo y se me abre el apetito…!
Detesto a los ortoréxicos. la ortorexia es una puta enfermedad mental. La de esos que solo comen el jodido tomatito con pepino no vaya ser que me dé un infarto! o me como un tomate
diario para evitar el cáncer de próstata. Anda y vete a tomar por culo! come y calla! disfruta imbécil!
Comer como un ortoréxico es como copular y meter solo la puntita, no vaya ser que… qué sé yo!
Disfrutemos comiendo, que no es cuestión de bacanal diaria ya que también pienso que la moderación es una virtud (en todo!), pero sí es cuestión de comer tranquilo y gozando y hacer oidos sordos a los organismos (casi escribo orgasmos… ja ja… hoy estoy un poco guarrín).
Goxo, goxo… o como dicen por estos lares neerlandeses… Lekker!!
Agur Iparretik!
Leí que fumar era malo.
Dejé de fumar.
Leí que comer rico era malo.
Dejé de comer rico.
Leí que el sexo era malo…
Dejé de leer.