Qué ganas de quedarse dormido y despertar cuando ya sea 21 de noviembre y los que ahora van de adivinos estén ya disfrazados como forenses y novaamases de la politología parda. Una vez prohibida la publicación de esas entretenederas llamadas encuestas, la campaña entra definitivamente en lo que en baloncesto llaman los minutos de la basura. Ojalá, siquiera, sirvieran para hacer un compost decente, pero ni eso. Detritus de cuarta es lo que nos aguarda hasta que el domingo cuenten los votos y las imágenes de rigor alternen el ondear de banderas victoriosas con caras de funeral o de póker.
Esperaba poco de esta quincena fantástica del chalaneo, pero compruebo con una gota de pesar que mis pobres previsiones eran, incluso, optimistas. Y mira que esta vez nos hemos librado por primera vez en diez años de la martingala de las listas blancas y negras. Ni por esas. Debe de ser que la normalidad es aburrida (algo así nos temíamos) o que mi descreimiento va camino de ser oceánico, pero me es difícil recordar —bien es cierto que según pasan, reseteo— una cita con las urnas que se me haya hecho tan cuesta arriba.
Algo tiene que ver, imagino, el desenlace global previsto. Si nos va a caer encima otra mayoría absoluta, que empiece ya mejor que mañana, que así podremos empezar a hacerla frente antes. Pero no es sólo eso. En el lugar que de verdad me importa (sin que ello quiera decir que el resto me lleve al pairo) el resultado es incierto. Si D’Hont quiere, que querrá, una docena de papeletas pueden hacer que los de las banderas ondeantes que decía al principio sean los de la cara de úlcera y viceversa. ¿No debería animarme esa emocionante pugna que se resolverá con foto-finish?
Respondería afirmativamente si no fuera por los quintales de decepciones que llevo cosechadas desde la misma noche de la pegada de carteles. Es una suerte que se me acabe la columna y no pueda extenderme en ellas.
Yo todavía confio un poco (un poco) en cierto final sorpresa, como si el resultado dependiense en cierto modo de algún guionista de 24. Y ello a pesar de que en Europa ya le van dando instrucciones al «aspirante» como próximo baranda del reino…No es que desconfie de las encuestas per se, pero la incorporación de voto joven igual da alguna sorpresa.
No todos está en el 15 M, pero tampoco están tan abotargados ni tan abducidos como para no ver alternativas a la sota y al caballo (ejem, el rey parece que no está en su mejor momento, en este reparto de cartas).