Mucha corrala y mucha utopía, pero al final, lo que va a los titulares es lo que se mercadea en la realidad contante y sonante de un despacho con moqueta, alrededor de una mesa de madera noble probablemente bien surtida. Lo importante es que el pacto rosi-rojo no se ha roto. En la letra pequeña, allá por el quinto o sexto párrafo, el apaño sobre las personas que supuestamente estaban en el origen de la bronca. Dejamos las llaves por un rato a ocho y se las quitamos a los demás, aprovechando que las cámaras están a otra cosa. ¿Es que la suerte de un puñado de desgraciados va a echar abajo un gobierno? Hay que ser tonto del haba para jugarse el coche oficial, las dietas, la posibilidad de favorecer a los amigos o los embriagadores pies de foto con el nombre adosado a un cargo por unos desharrapados que, literalmente, no tienen donde caerse ni vivos ni muertos.
Me van a decir, ya imagino quiénes, que soy injusto al presentar este relato descarnado de cómo se recosieron los rasgones del ejecutivo bipartito andaluz. Es más fácil acordarse de las muelas de Pepito Grillo que repasar en la moviola los acontecimientos y hacer examen de conciencia, qué tiempos aquellos en los que la autocrítica significaba algo para la izquierda. Ocurre que en esta ocasión sería demoledora. De principio a fin, la actuación de IU en lo que un periódico ha llamado a mala gaita la crisis de los okupas ha sido manifiestamente mejorable. El caciquismo a la inversa sacó a la luz el eterno agravio subterráneo al que nadie quiere mirar: hay una miseria fotogénica y otra condenada, no solo por el vil capital, a joderse y callar.
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