El año empezó con una de esas anécdotas que, en realidad, son categoría, amén de retrato al natural de esta sociedad tan combativa y de este momento tan convulso que cantan los juglares de la nueva era. Ocurrió en Andalucía, cuya televisión pública privó a más de medio millón de espectadores del sagrado ritual de las uvas. Una cantada no se sabe (ni se sabrá) si técnica, humana, o ambas a un tiempo, provocó que se emitieran anuncios publicitarios en lugar de las nueve primeras campanadas. Cuando volvió la señal en directo, poco había que hacer… salvo cogerse un cabreo monumental o, traducido a la terminología de hoy, indignarse.
Un pelo faltó para que en la Bética y la Penibética se adelantara al uno de enero el anunciado cambio de régimen. El pueblo televidente burlado y las hordas de solidarios de guardia echaban las muelas por el penúltimo atropello de la casta —catódica, este caso— contra la eternamente vilipendiada ciudadanía. Pase lo de los EREs, los trapicheos con los cursos de formación y demás mandangas, ¿pero a qué niveles de malvado fascismo hay que llegar para negar a la gente decente el inalienable derecho a atragantarse al ritmo del tolón-tolón en el tránsito de un año a otro? Sencillamente, in-to-le-ra-ble.
Admito que exagero, pero solo lo justo. Muchos de los sulfurosos mensajes iban por ahí: pataleo, pataleo y pataleo. Me acollejarán por escribir esto, pero más que la metedura de pata de Canal Sur, me llama la atención que 517.000 personas se queden mirando como pasmarotes a la pantalla, con lo fácil que hubiera sido echar un vistazo al reloj y tirar de mando a distancia.
Hola
Ya hay mas dimisiones, por las «campanadas» que por todos los Eres.
Saludos
De los 517.000 hay uno, que sale en un vídeo, que dice «cambiemos a Tele 5». Es un menor, seguramente llamado Joshua al que nadie le hace ni puñetero caso.
No tiene nada que ver con el tema, pero es noticia de hoy.
La tristeza de actos como hoy conducen hacia la desesperanza. Asesinatos frutos de una ilusión o una fantasía cruelmente real.
Mi total apoyo a las victimas; y si la profesión desease proclamar su dignidad y defender sus derechos, mañana todos los medios escritos o audiovisuales abrirían con la viñetas «ofensivas» de una fantasía. Hoy todos debiéramos ser el reflejo de la libertad de prensa. De la dignidad de ser libre. De ser humano.
Sin palabras.