Qué propio de los obispos, poner una vela a su Dios y otra a (¿su?) Diablo. Había empezado muy bien el portavoz de su organización gremial, José María Gil Tamayo, pronunciándose contra el encarnizamiento terapéutico y a favor del uso de los cuidados paliativos. La traducción más humana —o más piadosa, utilizando un término que algo tendría que decirle a la Iglesia— de sus palabras debería ser que es una crueldad obstinarse en alargar la vida de la niña Andrea, sabiendo como se sabe a ciencia cierta que jamás va a experimentar mejoría y, lo más duro, que su sufrimiento crece minuto a minuto. Pero no, entre el peso de la casulla y el adagio que sostiene que la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la mano derecha, el mensaje que acabó transmitiendo el vocero episcopal fue el de costumbre: solo el de arriba decide cuánto tiempo estamos en este valle de lágrimas. Es decir, que por tremendas que sean las condiciones, no es aceptable retirar la alimentación para acortar el padecimiento de la pequeña, como suplican su madre y su padre en unos términos que rompen el alma al más bragado.
Lo descorazonador es que quienes muestran esta actitud tan poco compasiva no son solo los purpurados, que al fin y al cabo, se mueven en el terreno de esa superstición disimulada que llamamos fe. También hombres y mujeres que se desenvuelven, siquiera teóricamente, en los terrenos de la razón y de la ciencia mantienen la misma obstinación rayana el sadismo. Cobijándose en la literalidad de leyes fósiles, médicos, juristas y administradores de lo público han decidido prolongar sin fecha el martirio de Andrea.
Yo para aludir a las religiones uso la expresión «Superstición ilustrada»; así se disimula mejor, pues se le da una pátina de supuesta intelectualidad. Y respecto a la negativa de los de siempre porque aducen que es «el de arriba» quien decide, es decir, la naturaleza, pues nada menos natural que el mantenimiento artificial de una vida; y más si es para torturarla. Esta claro que ese ser superior en el que dicen creer (que lo dudo), hace tiempo que había decidido acabar ya con el tormento; pero los humanos que somos los que realmente nos creemos dioses (y los creamos a nuestra conveniencia) tratamos de demostrar nuestros poderes a costa de quien sea.
A la religión, el opio del pueblo, como mejor se la define es refiriéndose a ella como lo hacemos con el horóscopo, los echadores de cartas y demás arimisesfurter: credulismo puro y duro. Y es ahí donde deberíamos ponerla, junto a los anuncios de los parlanchines sacatela de la adivinanza.
El otro día paseando por la zona de la catedral iruñearra, justo al lado, me fije en una biblioteca católica colmada de libros y documentos de la secta. A mi hija le dije: “fíjate tú la cantidad de palabrería escrita que se acumula en este lugar y que no sirve para nada en absoluto, ni siquiera, como ocurría antes de que la ciencia nos deslumbrara con sus alucinantes descubrimientos, para sustraerse en cosas imposibles: hoy cualquier descubrimiento científico es más milagroso, místico, esotérico, inimaginable….. que 2000 años de charlatanería religiosa católica incluido el pueril creacionismo con su arca de noé y demás historietas patéticas”. A lo que mi hija me espetó: “aita, son cosas muy antiguas y sólo por eso tienen un valor ¿no?”. Cariño, le dije, si dentro de 2000 años alguien encontrara una revista del tipo de “hola” o “pronto” ¿tú crees que habría encontrado algo de valor?
En definitiva, que sorprenderse por la bestialidad, crueldad, inhumanidad… del catolicismo, de las religiones en general, es más sorprendente todavía. Acostumbrados a ser adoctrinados en los mártires y santos y vírgenes pocas veces nos damos cuenta de que no hay días en el calendario suficientes desde que asesinaron al único cristiano que existió, Jesús, para colocar a todas las victimas que han perecido bajo la sinrazón católica o han malvivido o han sufrido alguno de sus muy habituales maltratos:
Recientemente fue la niña obligada a parir a riesgo de su propia vida el fruto de una violación, ayer ese al que llaman “pápa” diciendo que impartirá “justicia” sobre los abusos sexuales en un colegio de la secta perniciosa OPUS DEI, hoy la negativa a que una niña desahuciada de la vida pueda morir dignamente.
La historia de la humanidad está llena de sacerdotes y leyes religiosas estúpidas que, por el contrario, son asumidas por los gobernados con vocación en vez de con rebeldía. Y esto nos da que pensar que si la estupidez religiosa impera será porque los estúpidos son muchos.