Tanta gomina derrochada, para acabar espichándola con un tiro de escopeta en el pecho. Tanta arrogancia pulverizada en el ambiente junto al Givenchy reglamentario de 50 pavos el frasco, para reunirse con la parca de un modo tan estúpido. Más patético que épico. Que haya sido su dedo el que apretó el gatillo y que casi nadie lo crea. Que haya sido una mano ajena la que le dio pasaporte y que todo quisque lo encuentre lo más normal del mundo. Que lo festeje, incluso. Unos pocos, porque ya no podrá largar por esa boquita acostumbrada a libar las bebidas espirituosas más caras de la carta. Otros, la mayoría, simplemente, porque le profesaban un asco indecible a fuerza de ver sus maneras de fantoche matasietes. Son, es decir, somos, los que hemos visto un punto de justicia poética en el desenlace de una historia a la que le quedan todavía mil epílogos.
Aun así, confieso que pagaría un par de cervezas, quizá hasta con un platito de aceitunas, a cambio de sus últimos pensamientos. Algo me dice que tanto si se apioló como si le apiolaron, se fue al otro barrio con el mentón enhiesto, convencido de que nos hacía una faena inmensa al condenarnos a vivir el resto de nuestras vidas sin su presencia. Sus palabras postreras, pronunciadas o pensadas, bien pudieron ser algo parecido a “Os jodéis, hijos de puta, ahí os quedáis”. Qué pena que no esté en condiciones de escuchar que de eso, nada. Solo algún melindroso preocupado por el qué dirán ha lamentado en público su muerte. Los demás, ya le digo, la vemos como un entretenimiento estival más que nos soluciona la apertura del informativo o la charleta en la terraza.
Buf… muy duro Javier, pero supongo que es lo que pensamos la mayoría, y que no nos atrevemos a escribirlo porque… yo que sé por qué…
Sí, para ser tuyo me ha sonado duro. No puedo poner objeción ninguna. Suscribo cada coma. Pero… me ha chirriado algo…
No estoy de acuerdo, el personaje repugna, el final es chusco, pero a mí al menos si que me importa.
No pasará por la carcel, que es lo que le correspondía, no tendrá la tentación de cantar lo que algunos seguro que temían y no tendrá que ver desde una celda como aquellos a los que estafó celebran su condena primero y después lo olvidan.
Y todo porque a diferencia de otros delincuentes no estaba ya en prisión, que es lo que le tocaba.
Quizá sea algo duro, pero a ver quien no está de acuerdo en estas palabras. Gracias por ser tan franco. Saludos.
Contrasta la rapidez de los forenses con la lentitud de los jueces.
El comentario, muy fuerte para nuestro actitud primaria ante el hecho de la muerte (respeto confundido con miedo) y muy suave para los hechos que adornaban al sujeto.
Espero que no sea verdad que los preferentistas a los que estafó vayan a cobrar menos porque ha muerto antes de que se haya fijado la indemnización.