Anda uno de asombro en asombro desde la reinvestudura a empellones de Pedro Sánchez. Y no tanto por las medidas que va disparando a bocajarro, como por las reacciones tibias tirando a gélidas de quienes lo han aupado hasta donde vuelve a estar. Me deja estupefacto que las formaciones que presumen de la mayor pureza democrática y de un espíritu crítico sin concesiones vayan silbando a la vía ante decisiones que no tienen ni medio pase y que, si hubieran sido paridas por un gabinete azul, habrían hecho arder Troya.
Lo tremendo es que no hablamos de pequeñas ocurrencias de nuevo César, sino de cuestiones que chocan con los principios más básicos. De entre todas, la más escandalosa es —por lo menos, de momento, que el tipo parece lanzado y dispuesto a superarse— la propuesta de Dolores Delgado como fiscal general del Estado. Dejando de lado el digodiego perruno del vicepresidente Iglesias comiéndose las invectivas que él mismo lanzó, se le abren a uno las carnes ante la pachorra, por señalar lo cercano, del Gobierno vasco, que dice que no hay que prejuzgar y que, bueno, otros han hecho cosas peores.
Y, salvo que me haya perdido algo, tampoco he escuchado que desde Sabin Etxea se afee la cacicada. Para nota, aunque a estas alturas carezca del menor tenor sorpresivo, la condescendencia de EH Bildu respecto a quien tiene tan prolija y sucia bibliografía presentada como visitadora habitual de las más pútridas cloacas. Siglas aparte, qué decir de quienes montan una guerra por la utilización de esta o aquella palabra en masculino y callan ante la farfulladora contumaz de machiruladas abyectas. No entiendo nada. O sí.
Andas detrás, Javier, de la ecuanimidad, coherencia, aplicación de misma vara de medir en asuntos de muy difícil aplicación, ya que han sido, a mi ver y entender a priori, diseñados para la utilización interesada por unos y los contrarios.
Que sí, que yo también estoy de acuerdo en que el nombramiento de la Delgado para fiscal general es absolutamente inadecuado por haber tenido contacto demostrado con el príncipe de las cloacas. Pero no como muchos aspavientan, por tener la chapa de la rosa en el ojal. La chapa de partido o de interés común la han tenido todos los Fiscales Generales del Estado que en el Mundo han sido.
Y ello como resultado natural de que a dicho cargo, integrado de facto en el poder judicial, lo nombra el ejecutivo. Por mucha independencia y asepsia profesional que se le exija, no podrá trabajar sin tener en cuenta a quien le debe su puesto, y su carrera futura. Y esto pasa también con los puestos del Consejo del Poder Judicial, los miembros del tribunal Supremo, etc., repartidos por las distintas marcas que ocupan el legislativo.
La benevolencia con lo propio y crítica feroz con el contrario es propia de la naturaleza humana, y la normativa en política debería estar para compensar esta tendencia y parece ser que no lo está.
¿Podríamos imaginar que el árbitro de un Madrid – Barça o un Athletic – Real fuera el que designara, por ley, el equipo que fuera primero en la clasificación en ese momento? ¿Se podría exigir independencia y deportividad en la designación?
Pues en administración de justicia, parece ser que es así.