El Gobierno español ha conseguido convalidar en el Congreso el decreto sobre la obligatoriedad del uso de mascarillas en exteriores. ¿Y cómo ha sido posible, si la mayoría de las fuerzas representadas en la cámara baja estaban en contra? Pues, como probablemente ya sepan, valiéndose de una triquiñuela desvergonzada. Ha incluido en el mismo paquete sometido a votación la actualización de las pensiones con el IPC de 2021. Es decir, un chantaje en toda regla porque, lógicamente, a ninguna formación le apetece retratarse oponiéndose a que los castigados pensionistas reciban los eurillos en cuestión.
Más allá de las pensiones actualizadas o las mascarillas de uso obligatorio, lo que me parece tremendo es que el reglamento parlamentario permita trapisondas como la que se dio anteayer. Habrá a quien le parezca una anécdota, una menudencia o incluso quien lo celebre como una pillería que denota astucia. A mí, sin embargo, me parece una descomunal falta de respeto, no ya por los grupos políticos, sino por los ciudadanos y ciudadanos a los que representan. No es de recibo que las trampas estén institucionalizadas y bendecidas. Y mucho menos debería serlo que los partidos hagan uso sin rubor de esas grietas legales. Considero que debería ser preferible perder una votación antes que prestarse a un trile tan turbio. Claro que imagino que una vez más se aplica el clásico “¡Bah, si todos los hacen!”, y entonces sí nos encontramos con el auténtico problema, que es la aceptación del engaño como herramienta política normalizada. Casi prefiero no saber cuántas veces más habrá ocurrido.
Fata de respeto es haber hecho de El Congreso una c´amara donde en vez de hacer política se usa para decir exabruptos y disputarse el liderazgo de m´ás macarra.
Da vergüenza ajena oír el discurso carca de las extremas derechas hispanistanis o el chocholo giliprogresismo de la nuevas izquierdas.
Hace falta tener bemoles par escuchar más de 10 minutos la oratoria de estos filósofos de pacotilla que solo se pelean para ocupar el mejor sillón cuanto más tiempo posible.
Así que «cosillas» como lo de las mascarillas cada día pasan más desarpecibidas ante tanto «prota» que ha convertido el hemiciclo en el Sálvame de Telecinco.
España siempre ha sido un país de pícaros. La picaresca ha sido un «deporte» muy practicado. Ahora bien, la mayoría de esos pícaros, y todos recordamos al Lazarillo de Tormes, lo hacían para poder comer y sobrevivir. Pero resulta que ahora, algúnos pícaros de este País, hasta tienen rango de «señorías». Como cambian los tiempos, pero se mantiene la esencia: intentar ser más listos que los demás. Pues «señorias», se les ha visto la picardía. Lamentable. ¡Qué ejemplo nos dan! ¿ Y así quieren que la ciudadanía respete y valore el trabajo que hacen?