A partir de mañana, la Audiencia de Gipuzkoa acogerá durante, por lo menos, un mes el juicio al fotógrafo Kote Cabezudo. Al tipejo se le imputan una treintena de delitos de índole sexual contra sus modelos, que en muchos caso eran menores de edad en el momento de los hechos. En concreto, son 16 quienes dieron el paso de sumarse a la denuncia, pero hay indicios de que el número de víctimas fue mucho mayor. Estamos hablando, entre otras cuestiones, de pornografía infantil y de agresiones sexuales de distintos tipos, desde tocamientos a intentos de violación. Confieso que albergo una enorme curiosidad sobre el proceso. No solo sobre el desenlace, puesto que doy por hecha una larga condena, sino sobre su desarrollo. Y me explico.
Recuerdo cómo hace cinco o seis años, cuando empezaron a surgir con cuentagotas (y además, en medios no demasiado confiables) las primeras informaciones sobre el caso, nadie en Donostia parecía saber nada. O, mejor dicho, nadie quería saber nada. A pesar de la magnitud y la gravedad de las acusaciones, prácticamente todas las personas a las que pregunté, algunas de primera línea del periodismo en el territorio, se encogían de hombros. Juraban no tener la menor idea de las andanzas de un individuo, que por lo demás, gozaba de un notable prestigio profesional y de un círculo de amistades o, como poco, conocidos de destacada posición social. Por supuesto, ni tenía entonces ni tengo ahora motivos para poner en duda la sinceridad de lo que se me decía. Pero me costaba hacerme una idea de cómo era posible que no hubiera sospecha de un comportamiento tan vil. A ver si el juicio arroja luz.
Tiene toda la pinta de ser un Weinstein de marca blanca. Utilizando sus contactos y el propio material, mantenía a las modelos calladas y, quizá, incluso alguna le sirviera de gancho para atrapar a otras.
Es doloroso que tendrán que rememorar lo ocurrido, desde luego. Pero precisamente para que sirva la sola declaración de la víctima para llevar a la cárcel (un buen montón de años) al culpable, debe ser así: creíble, coherente, no contradicha por pruebas físicas (que no sé si habrá en este caso por el tiempo que ha pasado) y ratificada en sede judicial. Repito, doloroso para las víctimas. Espero que tengan apoyo psicológico.
Los prejuicios y los estereotipos juegan un papel importante en casos como el que cuenta Javier.
Se suele decir: «ladrones de guante blanco». Y aquí podríamos decir: «violadores de guante blanco». El estatus social, económico y incluso unas aparentes convicciones morales y/ o religiosas, facilitan el «despiste» a la hora de cometer delitos, cuando no un «escudo protector».
Somos así de superficiales e incluso de hipócritas.
En plan de broma, hace años, se decía que el «señorito se había mareado», en cambio si el «mareado» era el sirviente, se decia que se había emborrachado.
¿Cuál era la verdad? Pues que los dos eran unos borrachos, pero el señorito, era el señorito.
Pues que tengamos suerte y que la justicia ponga a cada uno en su sitio. Osea, que si el tal Kote Cabezudo ha hecho lo que se le imputa, que se le imponga la pena que merece, sin tener en cuenta su prestigio profesional, su importante círculo de amistades ni de conocidos de destacada posición social.
Que ya lo dijo bien claro » El Emérito»: «la justicia es igual para todos»