Se preguntaba el domingo Xabier Lapitz en estas mismas páginas si la prensa exagera la nota con los casos de (presunta) corrupción. Es muy revelador y muy higiénico que un periodista que lleva semanas picando en la misma mina inagotable saque por unas horas la cabeza del agujero y se cuestione -además, en público- si existe alguna posibilidad de que esté cargando las tintas más de la cuenta o de que la actividad que se ha apropiado de la mayor parte de su tiempo le haya hecho perder la perspectiva. La propia disposición al examen de conciencia, que no encontraríamos jamás en el lado de los protagonistas de los marrones investigados, encierra para mi la respuesta a la pregunta de Xabier: la prensa en general no exagera en el tratamiento de los casos de corrupción, y el Grupo Noticias en particular no lo está haciendo con el dossier Urchueguía.
Absorción limitada
¿Por qué, entonces, cuando un medio lleva cuatro o cinco días seguidos informando sobre un determinado asunto, empieza a cundir esa percepción de exceso, de empecinamiento, casi de obsesión? Respondo, no como periodista, sino como lector, oyente y espectador: los consumidores de información tenemos una capacidad limitada de absorción. El buche para digerir novedades da lo que da, y al cuarto o quinto titular sobre lo mismo, nos sentimos abrumados y aburridos, y buscamos un cambio de dieta
Si eso sucede con hechos que están llamados a aparecer en los libros de Historia, es fácil imaginar que corran aun peor suerte lances de la actualidad menuda como las corruptelas de andar por casa. La impunidad de quienes las perpetran se asienta, justamente, en la rapidez con que sus fechorías se convierten en parte del fondo del paisaje informativo. No es ya que el personal conviva con ellas tan ricamente y sin que le provoquen la menor inquietud; es que se queja de que le están dando la murga cuando le vienen con un nuevo cargamento de datos nauseabundos. Luego, ante un encuestador del CIS o en la barra de un bar, nos acordamos de las muelas de la clase política, pasando por alto un pequeño dato: nuestra debilidad crítica nos convierte en cómplices.
La gente que se queja ante realidades negativas como el affaire Urchueguía & Co. es posible que se deba a que hay un alto porcentaje de personas a quienes no les agradan los problemas ni las situaciones negativas. Nadie «vende» nada presentándolo como desagradable o incómodo. Por otro lado, la corrupción está casi considerada como el hábitat de los políticos y políticas, ya no reaccionamos, pero es que, aunque quisiéramos, no podríamos reaccionar en los límites y medio de una democracia. Tendríamos que hacer como en Egipto para librarnos de corruptos y corruptas, a las bravas. De todo esto se está beneficiando el stablishment político al que afectaría el affaire Urchueguía. En cuanto a la mayor y mejor aceptación por parte del público, sugeriría el recurso a los esquemas de las novelas por entregas que antaño publicaban en la prensa: un pan de publicación general, de cada capítulo en particular, dejando que sea el lector-espectador quien se aproxime a los hechos y personajes, ya que estos lo dicen todo por sí solos… Igual que para seducir el seductor no debe hacerlo todo, sino contar con la voluntad de la persona a quien desea seducir…. O eso dicen, que yo de seducción, poco se me ocurre intentar…