Ahora que parece que hay datos para confiar de verdad en que nos acercamos al principio del fin de la pandemia, atisbamos también, y con creciente claridad y zozobra, una de sus consecuencias que no fuimos capaces de prever. Porque teníamos constancia de las secuelas físicas y de las psicológicas, del mismo modo que intuíamos que el poso de lo vivido nos acompañaría de forma más o menos inconsciente en los comportamientos individuales y colectivos. Con lo que no creo que contáramos es con el fenómeno de los botellones masivos y violentos protagonizados, ojo, por un tipo de jóvenes que no responde ni remotamente a los perfiles clásicos que identificábamos con nitidez detrás de las conductas agresivas y/o destructivas. Ni son matones procedentes de entornos desestructurados ni chavalería ideologizada o con el coco comido para liarla parda contra el sistema opresor.
Qué va. Son niños y niñas medio bien que quizá no se hayan criado en la opulencia, pero a los que no les ha faltado ni les falta de casi nada. La mayoría, con consola de 400 euros, varios pares de deportivas de marca y, desde luego, móvil chachipiruli con tarifa infinita de datos. Cuentan como aliados con la legión habitual de felicianos que te escupen de partida la melonez del «no hay que criminalizar ni estigmatizar» complementada con la letanía del «es que lo han pasado muy mal» y rematada con las matracas del ocio neoliberal, la falta de alternativas o la razonable pero mal sacada a colación alusión al problema que tenemos con el alcohol. Creo sinceramente que ha llegado la hora de preocuparnos y buscar un modo eficaz de pararlo.
¿Nos acordamos de cuando, a finales de febrero del año pasado, se señalaba el crecimiento exponencial de la pandemia y que sería demasiado tarde para cuando se tomaran medidas? Aquí estamos, millones de muertos a nivel global, decenas de miles a nivel de la piel de toro y miles en nuestras demarcaciones después.
Pasa algo parecido con el botellón. Yo, que me enfrento ya a la cota de los 40 (tempus fugit), recuerdo perfectamente los «litros» de aquellas fiestas de cambio del milenio. No eran la forma de ocio más amplia; pero tenían la evidente ventaja de que eran más baratas.
Luego, el fenómeno simplemente se ha ido extendiendo. Y ahora son «la» forma de diversión. Punto pelota. ¿Se podría atajar? Sí, claro. Metiendo el puro correspondiente a esta cuadrilla de descerebrados, dejando de tratar como puñeteros héroes lo que no son más que delincuentes.
Pero, para eso, deberá haber muchos crímenes, parece ser. Me preguntó cuál será el caso Ana Orantes de este fenómeno, algo que marque un antes y un después. De momento, ni el cuasiasesinato de un joven ni las probables violaciones a varias jóvenes han puesto coto.
Pero que no me vengan con milongas sobre «nuevos vasvos» o «ricitos». NO. Se le está permitiendo esta barbaridad, PREMIANDO esta barbaridad a todos los jóvenes que participan. TODOS. De hecho, se está CASTIGANDO a quien no quiera participar en ello.
Esto sí que es una enfermedad social…
Bueno, la mayoría de la gente que va a los botellones no creo que sea especialmente violenta. Pero hay unos cuantos que van a armarla y esos creo que sí son lo que llamas «matones procedentes de entornos desestructurados». Si no fuera por eso los mayores problemas de los botellones sería la limpieza y el ruido. Y lo de los matones tiene solución, otra cosa es que no se quiera solucionar.
En cuanto al discurso que se oye por ahí de la sociedad alcoholizada y todo eso, no me interesa demasiado. Los de mi generación íbamos a bares y bebíamos en la calle, y aquí estamos, tampoco creo que nos hayamos echado a perder por eso. El problema del ruido era el mismo para los vecinos, en cuanto a limpieza sí creo que éramos bastante menos incívicos. Al final también si estás en un bar compartiendo el espacio con gente más adulta aprendes a comportarte mejor. Era un entorno más controlado que el de los botellones actuales y eso ayudaba.
Todos sabemos por qué empezaron los botellones. La avaricia sin fin de los propietarios de bares echó a los jóvenes, que se montaron la fiesta por su cuenta. Cuando los bares quisieron arreglarlo ya era tarde. Nunca está de más recordarlo, aunque no sirva de nada a estas alturas.
Suenas exactamente igual que los que dicen que esta pandemia no es tan preocupante y exactamente igual que los que defendían a capa y espada el derecho de echarle el humo a la cara al resto.
No, no me voy a morder la lengua. Con datos de 2018, un 56% de hombres y un 35% de mujeres bebía de forma habitual y el consumo «problemático» el 17,3% en los hombres y del 10,9% en las mujeres.
¿Seguro que tu generación «no salió» mal? ¿No hay ninguno que se haya librado de la muerte por el canto de un duro conduciendo borracho como una cuba? ¿Ninguno que no ha terminado como un guiñapo, con el hígado y la vida destrozados? ¿Todo lo que se ha hecho estúpidamente bajo la influencia del alcohol, qué?
No me importa que la gente beba, se emporre o, qué puñetas, se meta heroína en vena. De hecho, yo estoy por la legalización de todas las drogas posibles, que paguen sus impuestos y arreando. Lo que ya me parece el colmo es que unas drogas (sí, dañinas) sean prohibidas, una en concreto (tabaco) sí sea objeto de regulación estricta pero que, la que más nos cuesta en vidas, gastos sanitarios y vemos ahora que en paz social (A-L-C-O-H-O-L) tenga bula libre y que, cada vez que alguien intenta ponerle coto, me vengan con un discurso infantilizado.
No existen las drogas inocuas. Si lo vemos clarito cuando el usuario del cannabis o del éxtasis pierde el norte, ¿Por qué nos ponemos a justificar? Ah, claro. Que es «nuestra» droga normalizada. Pues vale, pero esa rueda de molino no me la trago.
Es un problema sociológico que no se resuelve a base de palos o multas. Los actores de los botellones se sienten a gusto en grupo, cuanto mayor mejor. Se envalentonan y pierden el norte con el alcohol barato y lo demás les da igual. Hay tantos factores en ello, tanto desconocimiento, tan poca comunicación entre padres e hijos que no se puede encontrar la verdadera raiz del lío. Puede que sea una moda con fecha de caducidad más o menos cercana.
Lo más peligroso llegaría si se hartaran de borracheras y buscaran otra cosa más excitante. La sociedad americana está realmente tocada por el consumo de opiáceos y de fentanilo en los casos más extremos.De momento la oferta abundantisima de alcohol barato y la extrema facilidad para su adquisición es droga suficiente y además es fuente de ingresos para muchísima gente. Per eso es sólo el instrumento de algo cuyo origen real no se conoce.
Se me dirá que me quiero hacer el listo pero me da igual. Yo sí, yo sí sabía que si cierras los bares pero no hay toque de queda, los borrachos iban a montar unas tanganas que pa qué. No importa la Historia del Botellón y criticar que los jóvenes no encaucen su rebeldía hacia la dictadura del proletariado en vez de a esto es ridículo. Una cosa más, si los jóvenes perciben falta de seriedad o coherencia en los mensajes y comportamientos, te toman por el pito del sereno. Cualquiera que trabaje en un instituto me dará la razón. Eso no deja más camino que una contundencia en la respuesta y si, encima, no hay contundencia, te toman por el pito del sereno a la décima potencia. Y falta de seriedad, de coherencia y de contundencia, han tenido el Gobierno Vasco y todos, en general.
Yo tengo que ser en esto forzosamente prudente para no caer en mayúscula hipocresía porque mi modelo de ocio principal ha sido ese toda mi vida.
Es más. Lo sigue siendo, solo que ahora me gustan menos los tumultos y me puedo permitir, de momento, acompañar los tragos de viandas varias en un local o en una terraza así que prefiero una buena cena o comida en petit comité.
De chaval hice poco botellón porque a los 16 ya nos servían en muchos bares el alcohol que queríamos.
Había calles de bares que eran en sí mismas botellones masivos todos los fines de semana.
Algún día sí íbamos al monte Urgull o así con tetrabricks de vino peleón pero la cuadrilla, no era masivo. Sí recuerdo que éramos escrupulosos recogiendo.
No me resisto a mencionar una noticia relacionada, aunque indirectamente.
La «protesta» de «las taberneras» de la calle Juan de Bilbao, en la Parte Vieja donostiarra.
Tras décadas…de promover ese tipo de ocio juvenil, tras años de ser los bares donde los cachorros calentaban motores (a trago limpio para lucro de las taberneras) para luego ir a destrozar otras calles y amemazar y violentar a otra gente, tras años de protestar contra cualquier actuación policial que tratase de atajar eso y tras años de pedir que no se criminalice a la juventud vasca….ahora resulta que esa juventud abarrota igualmente la calle pero…ya no consume ni se deja la pasta en sus bares y eso ya no les mola tanto y se quejan de sus malos modales y de las molestias que ocasionan y, maravillosa, de que no vaya la policia municipal ni la ertzaintza cuando les llaman para poner orden. ¿Eso no era ocupación policial y represión?
Tomaron la medida de protesta extrema y radical de cerrar….¡un jueves a las 20.00!
Un grupo de vecinos de la calle ha contestado a las taberneras y merece la pena leerlo.
AJ.
No estoy para nada de acuerdo en tu primer comentario.
Ha habido miles de muertos porque ha habido una pandemia. Los iba a haber habido en cualquier caso.
Muchas cosas hemos hecho mal. Los gobiernos y los ciudadanos pero se han tomado muchas medidas y muuuyyy serias y estrictas. Joder….que estuvimos dos meses confinados…¡que hemos estado en toque de queda! Y el esfuerzo del proceso de vacunación y su aceptable gestión y organización han sido importantes.
Se ha hecho lo mejor que se ha sabido según iba evolucionando la cosa. El tiempo nos dará más perspectiva pero no creo que se pueda decir que en general se haya tomado a la ligera.
AJ, lamento que hayas pensado que me refería a tu comentario anterior. No era así. Créeme o no, pero ni siquiera lo había leído. En cuanto a lo demás, como ya he dicho antes ese discurso de la sociedad alcoholizada no me interesa.
Larry, ¿Sabes por qué se llama SARS-Cov-2, supongo? Por si acaso, te recuerdo que antes de este existió el SARS-Cov, en 2003. La enfermedad entonces se limitó por un montón de factores: era más virulenta, mataba antes… quiza que apareciera en Hong Kong, donde todavía había cierta transparencia ayudó a que se hablara de esa pneumonía extraña y se le pusiera coto también. Y suerte, muchísima suerte.
En febrero del año pasado sabíamos que el bicho se estaba extendiendo. Lo sabíamos de sobra, y resulta que todavía quedara para los anales que entró por Euskadi, aunque un análisis epidimológico medianamente serio indica las entradas obvias de urbes más conectadas con el mundo. Simplemente, alguien se planteó primero en nuestros hospitales que «¿y si?». El retraso del cierre, dado el perfil exponencial del contagio, significó entre 10000 y 20000 muertes extra.
Así que no me vale eso de que «se hizo lo que se podía». Ni de coña. No se hizo lo que se podía ni se dejó tomar otras medidas. Vaya, es que no me sirve ni para la OMS, obstinada en que no había transmision por vía aérea y en sus limpiezas de superficies.
Antonio, discurso es negar la realidad social
Es una moda y muy difícil de parar
Si actúa la policía puede armarse una más gorda y si no pues a comernos su mala educación ,esa que les hemos procurado nosotros . Pienso que lo único que puede frenarlo somos los propios vecinos
Como ? Pues a lo mejor lanzándoles mierda desde las ventanas o montándoles caceroladas ,no se , pero creo que por hay terminarán las cosas en el momento que nos harten más de lo que se podamos soportar El rechazo social suele dar resultado
Yo creo que el botellón no es el problema, pues como bien se viene señalando, la costumbre, la tradición o el vicio, de ingerir bebidas alcohólicas viene de lejos. El problema yo lo veo en la forma de promover o promocionar esas quedadas masivas para participar de una borrachera en manada; en la edad cada vez más baja de quienes responden a la quedada y participan de la borrachera. Y por supuesto en los destrozos que ocasionan en el mobiliario público, las molestias a los vecinos, y por último, pero no menos importante, la falta de respeto a la autoridad de la Ertzaina y Policía Municipal.
Y todo ello como si se tratara de un juego. Pues no. No lo es.
Y hay que esforzarse en reconducir estas actuaciones, en primer término desde las familias, y luego, o al mismo tiempo, desde las Instituciones públicas y desde el conjunto de la Sociedad, que debe condenar este tipo de comportamiento sin ningún tipo de falsos motivos o justificaciones. Y al final como último soporte que el que la hace, que la pague. No les puede salir «gratis» lo que hacen.
Me preocupan las broncas, envalontamientos y peleas que casi siempre acompañan y han acompañado a la ingesta excesiva de alcohol. Me cabrean los basureros que nos dejan los botelloneros y la imbecilidad de que la recogida por parte de los servicios de limpieza fomenta la creación de empleo. Pero los únicos marranos no son ellos, hacen lo que ha visto a la mayoría de la incívica ciudadanía adulta, echar todo al suelo; papeles, colillas, bolsas de patatas, chicles, y por supuesto las mascarillas, dejar las latas en cualquier esquina, parque, monte, playa,.. , etc. y quejarse de lo sucias que están las calles y que , a pesar de la incontable cantidad de papeleras que hay en nuestras calles, la culpa sin duda es por supuesto del Alcalde ¿Educación? Espabilina es lo que necesitaban esos jóvenes y adultos que lo dejan todo perdido en nombre del personal. Formula magistral de la Espabilina: Multa+Trabajo social no remunerado recogiendo basura unos cuantos fines de semana+Un par de hos.ias como panes bien dadas, curan para siempre a cualquier imbecil entusiasta. El próximo basurero en la tradicional fiesta de Santo Tomás.