Si no fuera trágico, resultaría gracioso. Es, en todo caso, grotesco y, por descontado, un autorretrato de la tediosa superioridad moral de los monopolistas del progresismo. De un tiempo a esta parte, la hizkierda berdadera se apuntó como moda a la justísima y razonable demanda por tomarse en serio la salud mental del personal. Con esa fe hiperventilada del converso y ayudados por episodios como el de la gimnasta Simone Biles, llevan meses dándonos la murga sobre la necesidad —insisto que indudable— de acometer el tremendo problema de las patologías que nos minan el alma. Al mismo tiempo que lo hacen, y ahí es donde va esta columna, se embarcan como eternos adolescentes que se niegan a madurar en la antiquísima reivindicación de la legalización del cannabis con fines recreativos.
¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? Cualquier profesional de la neurología, la psiquiatría o la prevención de la drogadicción les explicarán con pelos y desagradables señales que la presuntamente inocente maría en sus diversas presentaciones está detrás de severísimos problemas mentales, principalmente en jóvenes. Me consta, porque yo también he pasado ese sarampión, que el buenrollismo molón y desinformado (o falsamente informado, que es peor) ha fomentado la trivialización de una sustancia que tiene consecuencias demoledoras en quienes la consumen de forma habitual. La confusión con el defendible uso terapéutico y la hipocresía argumental hacen el resto. Se dice que es mejor que sea legal porque así se evitan las mafias y hay un mayor control sobe el producto. Lo dicen quienes defienden ilegalizar las webs o los locales de apuestas. No es serio.
Bueno, en esto creo que no coincidimos. Estoy a favor de legalizar el cannabis pero no por fines recreativos, más bien por fines económicos y prácticos; las puertas al campo suponen perder mucha energía y, en este y otros casos, mucho dinero que va a parar, efectivamente a mafias. Y no, yo no defiendo la prohibición de webs, ni locales de apuestas por razones más o menos parecidas y a más a más defiendo la legalización de la prostitución con todas sus consecuencias laborales, fiscales y de controles varios. En fin, que defiendo la responsabilidad personal en cada caso y que la parte proporcional imputable a cada actividad vaya a la caja común, y sobre todo, no perder energía ni dinero en poner puertas al campo.
Siempre se ha dicho que no hay que mezclar churras con merinas. Y eso es lo que algunos hacen con el tema del uso y consumo del cannabis. El uso y consumo con fines terapéuticos se puede considerar bueno, como el uso y consumo de tantas medicinas que sin el calificativo de droga, actúan en nuestro cuerpo como si lo fueran. Pero claro, en este caso hay un control sanitario y una adecuación al problema que se pretende solucionar o cuando menos paliar.
Ahora bien, mezclar esto con el uso y consumo de cannabis con fines recreativos, es no saber de lo que se habla, o incluso defender intereses económicos sin ninguna preocupación por las consecuencias.
Y cuando esto se dice, enseguida dan la misma réplica: ¿por qué no se ilegaliza el uso y consumo de bebidas alcohólicas?
Pues tal vez habría que hacerlo, e incluso diría que tal vez alguna vez se haga, pero ese es otro tema y como he dicho al principio, no hay que mezclar churras con merinas.
A mí también me llama la atención que el mismo partido sedicentemente progresista que tiene todo el tabaco en el punto de mira y que pretende proteger a los menores de los riesgos de las apuestas (cosas con las que puedo estar más o menos de acuerdo), luego, cuando se enfrenta a otras drogas, como el alcohol o el cannabis, opte por la tolerancia, la legalización y la normalización. En realidad esto no va de proteger la salud ni de lo que podría ser positivo para la juventud, sino de qué es lo que es tótem y tabú en su particularísima moral.
Eso les permite defender muchas veces una cosa y la contraria. Pensemos en cómo defienden la no criminalización de los menas y otros que ya no lo son, insistiendo en un estudio individualizad… pero las aberraciones fuera de toda norma como la de hoy en Gasteiz (la segunda en una población de dos millones en un año, pensadlo un segundo) son muestra de que la mitad de la población debe vivir bajo ciertas etiquetas. No se dan cuenta de qué tipo de discursos y bestias terminan alimentando.
«Lo dicen quienes defienden ilegalizar las webs o los locales de apuestas…»
«… o los burdeles», agrego yo. No va un servidor con la intención de ir aquí mezclando, como si esto se tratara de una peli de Eloy de la Iglesia, temas procaces a ver qué pasa.
No. Mi punto de vista sería el siguiente: aun teniendo en cuenta el perjuicio que deja el cannabis en el coco del personal (cosa que es un hecho) –análogo, con todas las distancias que se quieran, con el del alcohol– la solución menos mala sería la legalización.
Así, tal y como sucede actualmente precisamente con las bebidas espirituosas, habría una regulación administrativa que permitiría (además de que la sociedad se lleve una parte de los enormes ingresos que se generan) que el producto que no tuviera una mínima calidad quedaría automáticamente fuera del mercado. Y todo ello acompañado teóricamente y en la práctica con campañas reales, públicas y efectivas de disuasión.
Sobre el tema burdeles, lo mismo. Ahora hay una corriente que opta por la prohibición de raíz. Ya. ¿Y qué se hace con las consecuencias de eso? Porque está demostrado que el índice de violaciones subiría enormemente, sin que el manifestarse por las calles contra las mismas supusiera un argumento al que atendería el delincuente (si ya le da igual la condena, y lo que además padece luego en la cárcel, ¿quién cree que las manis o los carteles morados le influyen a este sujeto?). Pero además surgiría, con la mencionada prohibición radical de la prostitución, un submundo clandestino muy jodido sin ningún tipo de control sanitario ni parecido, y desde luego generador de muchísimo dinero opaco al fisco, que como mucho se podría contener algo con la acción policial, pero jamás, como la Historia ha dejado claro, erradicar. Nuevamente, pues (y siempre según mi punto de vista) la solución menos mala (porque también tiene sus partes negativas, claro) sería la legalización: negocios regulados, con mayores de edad, sometidos a controles sanitarios periódicos y que pagasen los impuestos correspondientes. Y ello junto con campañas de disuasión, explicando el grave riesgo que aún existe de las enfermedades venéreas, y con apoyo a la reinserción de las prostitutas.
Reitero que estos temas me parecen muy complejos, pero, sobre todo, ante la enorme hipocresía existente me parece que la solución menos mala, insisto, sería la legalización, en los términos que he indicado antes.