Tres, dos, uno… ¡En el el aire! En este caso, en el papel o la pantalla del ordenador, con 2.500 caracteres diarios por delante y, cómo no, la duda eterna: ¿Tendrá sentido este nuevo derroche de tinta y bits? Me tranquilizo -me autoengaño- pensando que tal vez sí, que es posible que ahí, al otro lado, haya alguien que lleve en el bolsillo medio minuto suelto para invertir en un puñado de palabras que, aún equivocadas, lucharán por ser libres y, desde luego, propias.
Fugitivo de la mediocridad, las líneas rojas y los palos y las zanahorias, llego a estas páginas -y a aquellas ondas- con la intención de reencontrarme con un viejo amor llamado Periodismo. La nuestra fue una relación tempestuosa, llena de reproches cruzados y, ¡ay!, infidelidades. Él me traicionó a mi haciéndose mercenario, y yo, por despecho, me acosté con la comodidad más veces de las que quiero recordar. Sólo mi instinto de supervivencia y mi incapacidad para formar parte de cualquier rebaño me salvaron de pasar un año más instalado en la cómplice rutina. Un día, seguramente el menos pensado, cuando ya estaba preparando los orgasmos fingidos para el nuevo curso, acepté lo que, en el fondo, llevaba mucho tiempo esperando: un billete para la segunda parte de mi vida profesional. Sospecho que quien me lo ofreció me conoce demasiado.
Echar nuevas raíces
Y aquí me tienen, desterrado por mi propio pie de la mansión con jacuzzi que pagamos todos a escote, y tratando de encontrar unos centímetros cuadrados donde echar raíces en una casa levantada a escala humana. Me consta que contaré con el aliento de los compañeros que dieron el paso cuando fue realmente heroico hacerlo, de los que siempre estuvieron aquí y de los que han ido arribando en diferentes mareas. No me olvido, claro, de quienes, desde dentro, seguirán dejándose la piel por ese hermoso ideal que es ofrecer a la sociedad unos medios de comunicación públicos que merezcan tal nombre.
Pero saben que los más importantes son ustedes. Por eso, trataré de hacerme digno de su confianza crítica en cada una de las tareas que me aguardan, empezando por esta columna que luce orgullosa en su mascarón de proa el lema Más Que Palabras. Los enfurruñados hombres del traje gris que lo han requisado, investidos de su cansino derecho de conquista, desconocen que no podían haber hecho mejor homenaje a lo que pretendió ser MQP que mantener su nombre para el programa que lo sucederá. Sólo el nombre. El espíritu hace tiempo que voló y que sonríe porque tiene nuevo nido: estas líneas.