A veces queda ante nuestros ojos el mecanismo del sonajero. Otra cosa es que queramos verlo y sacar las conclusiones oportunas. Como que nos pasamos el día enfangándonos en broncas de saldo en las que, por supuesto, tomamos partido más con el estómago que con la materia gris. Allá películas con el fondo de la cuestión, si es que la hubiere, que lo normal es que ni eso. Se apunta uno a la barricada de los afines, y a fostiarse a modo hasta que nos caiga del cielo otro hueso de plástico por el que pelear.
El penúltimo episodio de este ritual de la vaciedad es el que ha seguido a las palabras de la dirigente de la CUP, Anna Gabriel, mostrándose partidaria de tener hijos “en común y colectivo” para que “los eduque tribu”. Anoten que son apenas dos entrecomillados ínfimos extraídos de un fragmento de poco más de un minuto de una entrevista que emitirá mañana Catalunya Radio. Es decir, que ni por mínima precaución aguardamos a conocer el contexto completo.
Con eso basta y sobra para montar el consabido pifostio pirotécnico donde tirios y troyanos representan su papel sin salirse un ápice de lo previsible. Los carpetovetónicos, echando espumarajos por el hocico, cargan contra Gabriel con toda su munición machirula, anticatalana y preconciliar. Enfrente, los jinetes del apocalipsis progresí, convertidos de un segundo para otro en prosélitos de la mancomunización de los churumbeles, se lanzan a degüello contra la caduca, trasnochada, heteronormativa y, en resumen, opresora familia nuclear, culpable de todos los males que nos asolan. Cualquiera les dice a unos y otros que son una caricatura de sí mismos.