Solo Merkel podría conseguirlo. Su partido, la CDU, se ha hostiado en las tres elecciones regionales del domingo por haber abierto demasiado la mano con los refugiados y por exactamente lo contrario. Así lo pregonan los sesudos analistas de aluvión, que no dejan de trufar sus diagnósticos de todo a cien con martingalas sobre la manía que tienen los alemanes de repetir su Historia. Como broche a la faena y pasaporte a la ovación y vuelta al ruedo de la hinchada progresí, media docena de invectivas descarnadas sobre lo fatal que está el mundo, Facundo, que se nos llena de xenófobos ultraderechistas insolidarios y ajenos al menor sentimiento humano. Plantearse seriamente por qué ocurre es ya harina de otro costal. Simplemente, ni se contempla.
Oiga, es que no es tan fácil, me dirán. Y yo me dejaré el cuello asintiendo. De eso va esta descarga, precisamente, de suplicar humildemente que vayamos una gota más allá del lamento ventajista de carril. En este caso, por ejemplo, y por mal que nos caiga la señora canciller y su gran coalición, habrá que conceder que Alemania es, seguramente con Grecia, uno de los dos estados de la Unión Europea que han pasado del dicho a los hechos. Así que, si hay que escoger teoría sobre el descalabro, parece claro que es un castigo por lo que parte del electorado ha sentido como exceso de acogida.
Lo siguiente es tratar de discernir por qué eso ha sido así. De nuevo, cabe conformarse con la explicación que hace que todo cuadre sin ningún esfuerzo, la del populismo egoísta rampante, o preguntarse si pudiera haber otras causas menos cómodas de sostener. Decida cada cual.