Viernes, casi a la inusual hora de la segunda edición del Telediario. No habían levantado el culo del escaño sus señorías tras haber participado en la chirigota de la investidura imposible de Tancredo Rajoy, cuando saltó, así como al despiste, la enésima liebre. El Gobierno español —ya ni nos preocupamos de precisar que está en funciones— le ha procurado un puestazo de doscientos y pico mil euros anuales en el Banco Mundial a José Manuel Soria, el ministro que tuvo que hacerse a un lado, entre otras razones, por mentir reiteradamente y por haber colocado un pastizal de sus empresas en paraísos fiscales. La regeneración de verdad de la buena y el firmísimo propósito de enmienda recién prometidos a cambio de otros cuatro años en los bancos azules quedaban perfectamente retratados. Cada uno de los 180 noes que acababa de registrar el previsible tanteador de la cámara, incluyendo esos cinco que han hecho correr ríos de tinta y saliva, se revelaban, si cabe, como más justos y más necesarios que cuando los habían pronunciado las diputadas y los diputados.
A todo esto, en el hemiciclo devenido en retablo de las maravillas, aún resonaban los ecos de la última intervención de Rafa Pichi Hernando, el chulo que castiga del Portillo a la Arganzuela. O, en su caso, de los rojoseparatistas a los serviles naranjitos, sobre los que se orinó largamente el mangarrán, una vez comprobado que sus votos no le alcanzaban para mantenerse en el machito. Si en política hubiera memoria, la promoción morruda de Soria y el navajeo guarro de Hernando deberían convertir en irreversible bajo cualquier circunstancia el no al PP.