Judas Hernando

De todos los personajes y personajillos de la tragicomedia del PSOE, pocos resultan tan patéticos y a la vez miserables como el Judas de las gafas de montura azul. Hasta ahora, para distinguirlo del otro pájaro con acta de diputado con que comparte apellido —el repelente Rafa del PP—, se le nombraba como el Hernando regular en oposición al Hernando malo. Tras sus últimas fechorías acreditadas, la cosa no está nada clara. Procede foto finish en la línea de meta de la ruindad. Suerte tuvo, en el tenso cruce con Pedro Sánchez en la bancada socialista, de que el objeto de su traición se conformara con darle una mano de mantequilla y mirarlo con desprecio. Alguien menos templado que el descabalgado secretario general le habría calzado una hostia. Y seguro que el otro, cobarde de cuna y formación, se la habría quedado sin rechistar.

Qué bochornoso papelón, el de Antonio Hernando Vera, arlequín al servicio de quien sea que tenga el poder. Portavoz a grito pelado y con cara de cistitis del ¡No es No! cuando mandaba el de las camisas blancas inmaculadas, vocero de la abstención responsable y testicular en el interregno de la gestora susánida. Siempre, en todo caso, sumiso, ovejuno y lamelibranquio, como corresponde a esa clase de individuos, desgraciadamente extensa, que no tienen más fin en la vida que salvar el culo propio al tiempo que trepan por el organigrama clavando el piolet sobre las cabezas de sus congéneres. Lo que no calculan muchos de ellos, y algo me dice que será el caso del perillán que nos ocupa, es que en cuanto dejan de ser útiles a sus barandas, son expedidos a la nada sin compasión.

(Más) Razones para el no

Viernes, casi a la inusual hora de la segunda edición del Telediario. No habían levantado el culo del escaño sus señorías tras haber participado en la chirigota de la investidura imposible de Tancredo Rajoy, cuando saltó, así como al despiste, la enésima liebre. El Gobierno español —ya ni nos preocupamos de precisar que está en funciones— le ha procurado un puestazo de doscientos y pico mil euros anuales en el Banco Mundial a José Manuel Soria, el ministro que tuvo que hacerse a un lado, entre otras razones, por mentir reiteradamente y por haber colocado un pastizal de sus empresas en paraísos fiscales. La regeneración de verdad de la buena y el firmísimo propósito de enmienda recién prometidos a cambio de otros cuatro años en los bancos azules quedaban perfectamente retratados. Cada uno de los 180 noes que acababa de registrar el previsible tanteador de la cámara, incluyendo esos cinco que han hecho correr ríos de tinta y saliva, se revelaban, si cabe, como más justos y más necesarios que cuando los habían pronunciado las diputadas y los diputados.

A todo esto, en el hemiciclo devenido en retablo de las maravillas, aún resonaban los ecos de la última intervención de Rafa Pichi Hernando, el chulo que castiga del Portillo a la Arganzuela. O, en su caso, de los rojoseparatistas a los serviles naranjitos, sobre los que se orinó largamente el mangarrán, una vez comprobado que sus votos no le alcanzaban para mantenerse en el machito. Si en política hubiera memoria, la promoción morruda de Soria y el navajeo guarro de Hernando deberían convertir en irreversible bajo cualquier circunstancia el no al PP.

Unidad de quemados

Una jodienda, oigan, esto de los ciclos informativos. Pasa el día y pasa la romería. Cada mochuelo vuelve a su olivo, y aquí ya no hay nada más que ver. Les hablo de la tocata y fuga obligada de José Manuel Soria. Como el individuo renuncia a casi nada —ministro en funciones, ya me dirán—, solo una semana después resulta que el asunto está ya cubierto por un espeso manto de olvido. ¿Es que no le caben más responsabilidades a un tipo que, además de haber trasteado en sociedades hediondas, ha mentido en bucle al respecto? Eso, por lo que toca al que se va. Pero, ¿qué me dicen de los que se quedan después de haber puesto las dos manos en el fuego por el gachó?

La unidad de grandes quemados gaviotiles está a reventar. Les hago una lista que empieza por Alfonso Alonso, que porfió que las explicaciones de Soria fueron “contundentes, razonables y suficientes”. Su compañero de gabinete provisional, Rafael Catalá, añadió que “tenían fundamento”, mientras que Luis De Guindos aseguraba que “habían sido convincentes” y José Manuel García Margallo apostillaba que “no había la menor razón para dudar”. Fuera del Ejecutivo interino, María Dolores de Cospedal calificaba al canario como “ejemplo de transparencia”, el bocabuzón Rafael Hernando sostenía con aplomo que “es un caso que no es un caso”, el semialevín Pablo Casado bramaba que las aclaraciones resultaron “totalmente pertinentes” y, por no hacer interminable la relación de piscinazos, el fontanero Martínez Maillo expresaba “todo el apoyo y confianza de su partido” a quien había actuado “con rapidez y agilidad”. Y todos y cada uno siguen en sus puestos.

Rafa el facha

Tanto fiscal boca de chancla que anda por ahí con el ilegalizómetro en ristre, y no hay uno que saque un rato para echar un vistazo a las melonadas de un tal Rafael Hernando, zascandil que difícilmente dibuja la o con el auxilio de un canuto y portavoz adjunto del PP en el Congreso español. Bien es cierto que tal como está el patio, si algún subordinado de Torres Dulce pusiera la lupa sobre las demasías de este apologeta desvergonzado del franquismo, no sería para darle el alto o meterle un puro, sino para postularlo al Príncipe de Asturias —o de Beckelar— de la Concordia. Ya se lo decía el otro día: el bajito de Ferrol dejó todo atado y bien atado.

¿Que por qué vuelvo al tono medio perezrevertiano que me pega como a Cristo dos pistolas? ¡Joder, o sea, leñe, porque con este tipo de elementos caspurientos no cabe venir con el pincel de tres pelos! Hay que dirigirse a ellos en su idioma, que es el del regüeldo con aroma a chorizo. Y cuando escribo chorizo, ustedes ya saben a qué clase de chorizos me refiero, que este, además de ser un facha del quince, tiene sus parrafitos en el sumario de la Gurtel. Ser un cretino no está reñido con… bueno, ya saben con qué, no me obliguen a ponerlo negro sobre blanco, a ver si al final me la cargo yo.

Si aún piensan que se me ha ido la pinza y la pluma, anoten la penúltima del botarate con flequillo, ladrada en el programa referencial de la caverna: “Algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones”. Por supuesto, no estaba mirando a la guarida de la señá Pedraza o del chisgarabís Alcaraz. Eso lo escupió sobre los familiares de los arrojados a las cunetas por el franquismo. Con modos de chulo de lupanar, idénticos a los que exhibió cuando hace unas semanas soltó por duplicado que la República fue culpable de un millón de muertos. Y luego tiene los santos dídimos de cantarnos las mañanas con el respeto al dolor de las víctimas. Será…

El PP y los fachas

Se diría que es una epidemia. Cada dos o tres días aparece una noticia dando cuenta de que este o aquel dirigente local del PP sale en una fotografía rodeado o directamente exhibiendo símbolos franquistas. Aquí con el aguilucho, aquí levantando el brazo derecho con la palma extendida, aquí rindiendo tributo a una efigie del matarife de Ferrol. Aunque los hay más talluditos, la media de edad de los retratados en las mentadas actitudes anda por los 25 años. Son nostálgicos, manda carallo, de unos tiempos que no conocieron y, desde luego, sobre los que han leído muy mal en los libros de historia, si es que han tenido tal inquietud. Dicen sus mayores, en absoluto alarmados, que son chiquilladas, bromas que no van a ningún sitio, y que otros hacen cosas peores sin que se monte gran revuelo.

Ni mucho menos afirmaré que el Partido Popular está infestado hasta el tuétano de fascistas de camisa azul y correaje, pero sí que comprendo perfectamente que se extienda esa idea. Sencillamente, porque nadie de su cúpula o los escalones inmediatamente anteriores hace nada para evitarlo. Al contrario, en lugar de llamar al orden a sus polluelos (y no tan polluelos), algunos practican el ataque como mejor defensa. A fecha de hoy, no se le ha soltado una colleja a su portavoz adjunto en el Congreso, Rafael Hernando, que llegó a sentenciar dos veces en 24 horas que la segunda República provocó un millón de muertos. Con un par, estaba justificando el golpe de estado del 18 de julio de 1936 y trasladando la responsabilidad de la guerra al gobierno legítimo que fue derrocado. Ese tipo es el que habla en las cortes españolas en nombre de un partido que se enfada si se duda una migaja de su carácter democrático.

El PP, que exige a todo quisque arrepentimientos y contriciones flagelantes, tiene un problema con el pasado. Pero hay algo aun más grave: lo tiene también con el presente. Y no parece querer solucionarlo.