Qué desastre de comunicador estoy hecho. Resulta que en el debate que humildemente moderé ayer en Euskadi Hoy de Onda Vasca no hubo cachivaches en la mesa, ni tipos sobreexcitados instando a los demás a que no se pusieran nerviosos, ni gráficos de chicha y nabo, ni intercambio de libros estrambóticos. Esperaba, qué sé yo, que alguien pidiera que se escuchara el silencio, se descuajeringase de la risa ante las alusiones, me birlase el papel de árbitro o me propiciase un momento para demostrar que soy el tipo más incisivo del orbe y que reparto comentarios cortantes de perdonavidas a los contendientes.
Ni modo. Todo fue de comunión diaria, con un guión de bloques mondos y lirondos que se respetó por encima de mis expectativas. Temas menores, por demás, como las propuestas sociales y económicas, las visiones sobre el encaje territorial y el autogobierno vasco o las preferencias de pactos electorales. ¿Se podrán creer que los cinco portavoces de las principales fuerzas vascas intercambiaron sus opiniones con la debida contundencia pero sin caer ni una sola vez en la tentación del golpe bajo, pese a que hubo ocasiones propicias?
Pues fue así. De hecho, lo más reseñable pasó fuera de antena. Los gestos cordiales, incluso cariñosos, entre los invitados. Oskar Matute diciéndome que estaba muy elegante con mi camisa a rayas. Las bromas a Roberto Uriarte, que vino el día anterior por equivocación. El lapsus de Aitor Esteban rebautizándome como Lapitz. La espontaneidad de Bea Fanjul y Julia Liberal hablando de su diferencia de edad. Lo demás fue, no sé cómo decirles… un debate político. Soy la vergüenza de mi gremio.