#SaMataoPaco, caray con el gracejo… ¿español? En un segundo toda la indignación hirviente por una exposición (o así) en el Born de Barcelona sobre cómo las gastaba el bajito de Ferrol se torna en una torrentera de chistacos —tal se dice ahora— a cuenta del derribo y posterior (casi) desguazado de la estatua ecuestre y decapitada del dictador. Como estamos en la era de la imagen vírica, digo viral, las gracias venían pertinentemente ilustradas con vídeos y/o fotografías de la heroica gesta de los aguerridos partisanos que echaron abajo… lo que estaba puesto ahí justo para eso. Anda que no se notó cuando el concejal del ramo, en ausencia de la alcaldesa porque la nueva política también sabe de escaqueos, calificó como “comprensible” el final de la efigie del Sleepy Hollow cañí, también bautizado como El Caídillo por alguno de los activistas de la guasa.
Vamos, que todo se ha tratado de una performance de tomo y lomo. Quizá un tanto ida de madre en su desenlace, pero al fin y al cabo, con un propósito catárquico, que diría un psiquiatra argentino de los de estereotipo. 41 años después de su muerte en la cama (repito para despistados: en la cama), se hacía necesario el exorcismo postrero, el asesinato simbólico, el gesto final (ejem) empoderador, liberador y la hostia en verso, buah chaval.
Pues bravo bravísimo, pero déjenme anotar en uso de la libertad de expresión recobrada ahora que sabemos que Franco ha muerto de verdad de la buena, que tarde andamos. Si ya en los ochenta del siglo pasado era viejo el antifranquismo retrospectivo, en el año 16 del tercer milenio debería resultar extemporáneo.