Admirado por lo que me contaba el hijo de un mugalari de la Red Comète que se había jugado el pellejo para salvar a decenas de pilotos derribados por los nazis en la segunda guerra mundial, interrumpí a mi interlocutor: “¡Su padre era un héroe!”, le dije. Sonriendo, él me contesto que una vez le había dicho esas mismas palabras y no se le había olvidado la respuesta: “Si fuimos héroes, ninguno nos dimos cuenta mientras lo hacíamos. No teníamos tiempo para pensar en tonterías”.
Me ha venido a la memoria el episodio al ver cómo determinada prensa -la que se imaginan- se ha lanzado a componer un cantar de gesta a Carlos García, el único concejal del PP en Elorrio. Asumo el riesgo de pasar por un desalmado que corre a ponerse al lado de los victimarios para infligir un martirio mayor aún a las víctimas (de ese pelo es el lenguaje que se utiliza), pero tengo la sospecha razonable de que, a diferencia del mugalari, García sí ha tenido tiempo de pensar que su actitud iba a ser contemplada como heroísmo. De hecho, y a la vista de su trayectoria anterior, creo que es ese barniz de leyenda lo que le ha movido a dar un paso tan vistoso como contraprudecente para lo que dice perseguir.
Sí, contraproducente. Caer en paracaídas y rodeado de cámaras que buscan carnaza en un pueblo que te es completamente ajeno no parece el mejor modo de templar y normalizar la convivencia. Se asemeja, más bien, al proceder de tantos bomberos pirómanos de que guardamos recuerdo, como Otaola, Mora, o el narciso Savater, que terminó cantando la gallina. De estos casos debemos aprender la fórmula para que la profecía no se cumpla a sí misma y el pregonero no tenga los tres cuartos que busca. El error con ellos fue suministrarles el alpiste que pedían. Los pasquines, las pintadas o las increpaciones callejeras son respuestas totalmente reprobables y, de propina, torpes. No hay desprecio como no hacer aprecio.