¡No nos lo llamen!

Adagio atribuido a Alfonso Guerra: “¡Coño, es que hay cosas que se hacen… pero no se dicen!”. Maquiavelo habría corrido a collejas a los petimetres miembros del Consejo de Administración de RTVE —4 del PP, 1 de CiU y los vergonzosos abstencionistas de PSOE, ERC y CC OO— que se pusieron pilongos imaginando que podrían espiar por un agujerito cómo se visten y se desvisten las noticias en el ente público. Hay que ser cenutrio para dejar en el libro de actas la reinstauración de la censura previa. Eso canta tanto que hasta los borregos más dóciles protestan y, claro, hay que dar marcha atrás explicando que se te fue el dedo, que no sabes dónde tenías la cabeza o que pensabas que se estaba votando la designación de la morcilla de Burgos como patrimonio inmaterial de la humanidad.

Empecemos explicando a los ajenos a este oficio de tinieblas que en los tiempos actuales (Viloria aparte) no procede lo de irle al supertacañón a que te marque con el lápiz rojo lo que sí y lo que no. Ni siquiera se estilan los dictados. ¿Porque finalmente ha triunfado la libertad de expresión? Más quisiéramos. Es pura optimización de recursos y algo de mejora genética de la especie plumífera, que ya viene programada de fábrica para regurgitar las noticias (u opiniones si es el caso) al punto de sal exacto que le priva al pagador de la nómina. Podría presentarles a varios capaces de pasar del Pravda auténtico a El Alcázar sin que nadie notara nada. ¿Y qué les voy a decir de aquellos que en el baserri electrónico de ayer ibarretxeaban con idéntico timbre al que hoy lopezbasagoitean? Nada, que mañana otegiarán si sale el sol por ahí.

Dejen, pues, los politicos avispadillos de sacarnos los colores en público y de dar tres cuartos al pregonero para que todavía nos señalen más con el dedo cuando vamos por la calle con nuestra cruz. Bastante jodido es saber lo que somos. Así que, carallo, ¡no nos lo llamen!