López denuncia a quienes utilizan el euskera en la guerra política. Es decir, se denuncia a sí mismo o, para ser más exactos, al amanuense de corps que le escribió que el euskera y la violencia van amarraditos los dos de espumas y terciopelos, como canta María Dolores Pradera. Tal vez le falten un par de hervores pedadógicos al presidente de la CAV para comprender que la frase que le hicieron leer no era otra cosa que un obús lanzado contra las líneas declaradas enemigas. Hizo blanco y provocó daños. Puede estar satisfecho el intendente intelectual de la mayoría trucada. Me cuesta creer, sin embargo, que en su fuero interno lo esté el autor material del disparo dialéctico. Al actual lehendakari y a su gobierno se le pueden sacar muchas faltas, pero estoy sinceramente convencido de que entre ellas no está la militancia antieuskaldun.
Otra cosa es que lo parezca y que, como ha sido el caso, cuando han quedado retratados como tales, hayan preferido la soberbia de la ratificación bravucona a la humildad del desmentido y la aclaración que hubiera devuelto las aguas a su cauce. Por lo visto, con la bajada de orejas ante la inmensa cantada del asunto Guggenheim-Helsinki ha quedado cubierto el cupo de disculpas de todo el trimestre. Allá Mendia, Zabaleta o la propia Urgell, que en sus vidas anteriores habían acreditado con hechos su compromiso con la lengua, si no les importa que por una cuestión de orgullo aparezcan en el padrón de los que están a diez minutos de resucitar el anillo de infausto recuerdo.
Valedores
Allá también las citadas y otras personas del ejecutivo siempre alejadas de cualquier talibanismo, que por ese mismo orgullo o por una ciega obediencia se prestan a ser valedoras de Jon Juaristi y su oceánica antología de insultos y desprecios al idioma. ¿Cómo pueden seguir defendiendo a capa y espada, como si fuera causa suya, la presencia en el Consejo asesor del euskara de un tipo que juró no volver a expresarse en “la ingrata lengua” y que dice desdeñosamente que no le preocuparía lo más mínimo su desaparición? ¿Cómo pueden fotografiarse sonriendo junto a él, veinticuatro horas después de que dejase escrito en ABC que los abertzales manifiestan una “obsesión por las ovejas, que no me recataría en calificar de turbiamente erótica” o que el eusquera (así lo escribe) es “una lengua de sencillos aldeanos y pastorcillos”? Cuando se les pregunta, dicen, engrosando la ofensa, que es un signo de normalidad. Si les queda un gramo de conciencia, les costará coger el sueño.