Si no fuera literalmente una tragedia griega, tendría su chiste el contraste entre cómo nos cuentan la vaina los juglares de una u otra obediencia ideológica. Es digno de ver el esfuerzo de los que derrotan por la diestra en elevar el tono de las trompetas del apocalipsis. Además de hablar de caos, colapsos y abismos en cada titular, sumario o entradilla, han llegado a difundir como si fueran de ayer mismo —30 grados en Atenas— fotos de inmensas colas de individuos bien abrigados ante los cajeros. Con gran torpeza, por cierto, pues es público y notorio que tenían imágenes recientes muy parecidas.
Bueno, o no las tenían. Que ahí entran en danza los cronistas del otro lado a negar la existencia de tales filas con argumentos grandiosos como el que le leí a un Píndaro que goza de bastante predicamento entre la progresía. Aseguraba que esas aglomeraciones de las que hablaba el facherío cavernoso eran malvadas intoxicaciones, puesto que el dinero hacía tiempo que se había acabado en los cajeros, tracatrá. Acto seguido añadía, acogiéndose a un relato muy utilizado en su bandería, que la peña estaba de cañas y tapas como bien probaban las terrazas a reventar. Casi mejor que no se enteren Merkel, Lagarde, Draghi, Juncker, Dijsselbloem y demás supertacañones. Un aplauso para esas odas al consumismo de aluvión a cargo de los más anticapitalistas del lugar.
¿En qué quedamos? ¿El pánico se ha apoderado de Grecia, como dicen a estribor, o según el teorema que se propala a babor, el personal se lo está tomando con la filosofía ora estoica, ora hedonista, tan propia del lugar? Escoja cada quien lo que le plazca.