Paloquequeráis

No acabo de entender la pasividad del servicio vasco de atención de emergencias. La menor nubecilla acercándose al Golfo de Bizkaia les hace activar alertas de toda la gama cromática, pero esta es la hora en la que siguen sin advertir a la población de la plaga que se nos viene encima. Y mira que era fácil de prever porque el fenónemo se repite sistemática y matemáticamente cada vez que las urnas determinan un cambio de acera gubernamental. En el instante en que el recuento se pone claramente de cara a unas siglas, sobre las sedes del partido señalado para el triunfo arrecia una lluvia torrencial de paloquequeráis. Me soplan —yo no estuve, malpensados—, que el domingo por la noche en Sabin Etxea y aledaños la precipitación alcanzó registros por metro cuadrado que no se conocían desde la histórica jornada de mayo de 2001 en que San Juan José le dio en el morro al dragón redondorejista.

Allí estaban, por docenas, muchos aún con el tatuaje del puño y la rosa o la gaviota a medio borrar, arrasando con la barra libre y al acecho de cualquiera que tuviera pinta de jeltzale con galones para colocarle la letanía de la que reciben su nombre: “Ya sabes, yo, pa’ lo que queráis”. El ofrecimiento es literal, porque les da igual que les pongan en Parques y Jardines que en Interior o en un córner de Txorilandia. No hay función que no se sientan capaces de desempeñar, siempre con la máxima eficacia y, por descontado, dando muestras de adhesión inquebrantable… hasta la próxima ciaboga.

Y lo jodido es que hay que concederles que es verdad. Ninguno de sus cambiantes jefes puede tener el menor motivo de queja de estas alfombras humanas. Allá donde les cae la canonjía, cumplen excepcionalmente como correveidiles, chivatos, pelotón de fusilamiento de desafectos al amanecer o simples palmeros. Ya que Protección Civil no les advierte, lo hago yo: mucho cuidado con los paloquequeráis. Pueden ser letales.