Escandalizadores y escandalizables, qué gran pareja hacen. Cómo se dan vidilla los unos a los otros y viceversa, mientras el resto atendemos al espectáculo, con media mueca de risa y otra media, quizá, de cansancio.
Les hablo del episodio cien por ciento provinciano de la exposición del artista (especialmente del márketing, según se ha visto) Abel Azcona en unas dependencias municipales de Iruña. Ya saben, la que popularmente se conoce como “de las hostias”, incluso ahora que ya tales elementos han desaparecido, no está muy claro si por intercesión del espíritu santo, del alcalde Asiron, que se está demostrando un primer edil milagrero, o simplemente porque el autor ha considerado que había conseguido lo que pretendía, que ustedes y yo sabemos lo que era. Otra cosa es que no nos atrevamos a decirlo para no tener que aguantar a la panda de irreductibles que, con la boina calada hasta más abajo del entrecejo, vendrán a babearte encima que eres un cuñao —cómo no—, aparte de un monaguillo de Rouco y Cañizares.
Provocación, transgresión, cuántas membrilladas en vuestro nombre. En mi innegable condición de zote, y me da que no voy a ser el único, me declaro incapaz de comprender que componer la palabra pederastia con 262 obleas de comulgar pueda considerarse una expresión artística de la releche. De hecho, si tengo que elegir una performance literalmente del copón y digna de las salas más chic, me quedo sin dudarlo con la misa, casi exorcismo, que ofició en el lugar de autos un cura preconciliar para una feligresía que parecía sacada de un casting de Alex de la Iglesia. Eso sí que fue la hostia.