No sé cómo queda lo del espejo norirlandés tras la extraña detención de Gerry Adams durante cuatro días. ¿Podemos seguir mirándonos en él para lo nuestro o ya no? Supongo que, una vez pasada la perplejidad, haremos como hasta ahora. Es decir, nos quedaremos con los paralelismos que nos vengan bien, forzándolos incluso, y no nos daremos por enterados de lo que no nos conviene, como el mismo hecho de que 16 años después de Stormont, la reconciliación no ha avanzado ni una quinta parte de lo soñado. Los referentes son moldeables a voluntad: no lo son tanto porque lo sean, sino porque queremos que lo sean.
En todo caso, y ciñéndonos a las 96 horas en comisaría del líder del Sinn Fein, sí encuentro ecos familiares y cercanos. ¿Porque por estos lares también la policía tiene el vicio de entrullar políticos? Sí, por eso, que podría ser una copia inversa, pero además —y aquí es donde estas líneas dejarán de resultar simpáticas a algunos—, por la utilización de la doble vara en la cuestión de fondo. En buena parte de las reacciones al uso, el brutal asesinato de la viuda Jean McConville ha quedado como algo accesorio. O peor aun, como una jodienda, un fantasma que reaparece cuatro décadas después a descuadrarlo todo, como si nadie hubiera explicado a sus deudos —menudas vidas tremebundas han tenido— que se tienen que resignar cristianamente si no quieren ser acusados de reabrir heridas dolorosas.
De nuevo el contra-paralelo: ese es el argumento habitual que usan los que abogan por dejar los huesos donde están o por no enredar en las torturas de Muñecas y Billy el Niño. Y nos parece mal o bien, según.