Resulta gracioso, además de altamente ilustrativo, que los términos ‘proetarra’, ‘filoterrorista’ y otros similares se hayan dado la vuelta y ahora calcen como un guante sobre quienes los acuñaron y los utilizan en una de cada dos frases. Les delata su entusiasmo. Mientras por acá arriba escribimos con lugar a pocas dudas el certificado de defunción de la banda, los que de verdad han vivido del momio de la serpiente se empeñan en difundir Ebro abajo la especie de que seguimos en los años del plomo. Es triste, pero tan o más revelador que lo anterior, que también Ebro arriba haya tres o cuatro burladores habituales de su escolta que, cuando les ponen un micrófono delante, dan a entender que estamos en el Beirut de 1976.
Para unos y para otros moldeadores de la realidad a su gusto el mantra justificador es idéntico: “ETA todavía no se ha disuelto ni ha devuelto las armas”. Apenas se les nota al recitarlo que desean con todo su ser que eso jamás ocurra porque tendrían que buscarse otra excusa para alimentar sus discursos cerriles y, de paso, seguir chupando de la piragua. Pues van a tener que ir haciéndose a la idea de que su negocio ha entrado en liquidación por cese definitivo.
Es cierto que, como han constatado los verificadores y cualquiera imaginaba sin necesidad de llegarse hasta los cuarteles de retiro, las pistolas y los explosivos siguen en sus manos. Los desarmes no se hacen de un rato para otro y menos, como ocurre en este caso, cuando enfrente hay un gobierno recién estrenado que, para colmo, tiene una economía hecha unos zorros que atender. Nadie espera que el material aparezca una buena mañana depositado en un garbigune. Pero tampoco entra en los cálculos que vaya a ser utilizado de nuevo. ¿O es que Ares y el propio ministro Fernández Díaz juegan a la ruleta rusa cuando reducen drásticamente los recursos y efectivos destinados a la protección de las personas amenazadas?