Con el tiempo se descubrirá —no sé qué hace Pedrojota, que no empieza a largarlo— que Iñaki Urdangarín es un agente del republicanismo infiltrado en la borbonada para minarla desde dentro. Y habrá que reconocerle al de Zumarraga que junto a su precursor en la Operación Yerno Letal, Marichalar, y algunas portadas de El Jueves, han sido más dañinos para la institución que todas las proclamas que nos echamos a la boca los del rojerío antimonárquico. No se descarte, ojo, que Letizia Ortiz sea también una célula durmiente dispuesta a pasar a la acción en el momento menos pensado, que puede ser cuando se publique un libro del que me hablaron este verano. A ver entonces si la griega corre a sacarse fotos a su lado en el Hola, como ha hecho con su enmarronado hijo político.
En cualquier caso, incluso si la tormenta perfecta llega a desatarse sobre Zarzuela, Marivent y el resto de los casuplones regios, mejor que nos vayamos haciendo a la idea de que la ansiada tercera no se proclamará. Es más fácil, fíjense lo que les digo, que antes de que eso ocurra, vascos y catalanes hagamos las maletas definitivas y empecemos a tirar por nuestra cuenta. Por alguna razón que se me escapa, el clan de los juancarlines resulta tan indestructible como esos personajes de los tebeos que leíamos de críos. Caían de un vigesimoquinto piso, y en la siguiente viñeta seguían de una pieza, si cabe, con un ojo a la virulé, como es el caso actual del patriarca. Menudo profeta, el que lo bautizó “el breve” cuando juró los principios fundamentales del Movimiento.
Me reí hace unos días del cortesano Luis María Anson, que vaticinaba diez o quince años más de campechanía real. Después de haber pensado cinco minutos sobre el asunto y de repasar los hechos recientes, ya no me parece tan graciosa la ocurrencia del expresidente de concursos de misses. Nos quedan aún unos cuantos discursos de navidad balbuceantes, me temo.