Renuevo públicamente mi admiración por los compañeros de Grupo Noticias que se están currando a pie de obra y a pulmón el serial sobre la Delegada del Gobierno López en Chile y Perú. Respiré aliviado al escuchar ayer a Xabier Lapitz con el tono alto habitual, y también me confortó la tranquilidad y el buen ánimo de Guillermo Nagore en la charla que mantuvimos con él en Gabon de Onda Vasca apenas un par de horas después de la alucinógena comparecencia en el Parlamento vasco. Me preocupaba el estado de ambos -igual que el de Ana Úrsula Soto, Arantza Zugasti y los demás- porque yo, que vivo esto desde boxes, donde no hay ni una cuarta parte de presión, empiezo a estar a diez minutos de izar la bandera blanca, inclinar la cerviz y asumir que hay fuerzas contra las que no se puede luchar.
Prietas las filas
Supongo que me pierde mi ingenuidad. Aunque tengo documentado que la verdad y la justicia son sólo dos palabras para hacer discursos y que siempre salen hostiadas cuando alguien las usa como herramienta contra los poderes del lado oscuro, esta vez pensaba sinceramente que el gol iba a subir al marcador de la decencia. La abrumadora elocuencia de los datos recogidos sobre las andanzas de Ana Urchueguía me hacía creer que no habría una desvergüenza lo suficientemente grande como para dar un paso al frente con el detergente y la lejía. En apoyo de mi cándida teoría había un hecho más: no hay un solo cargo del Partido Socialista de Euskadi que, aun no estando al corriente de los detalles, desconociera que entre Lasarte-Oria y Somoto se estaba cociendo algo que cantaba a pútrido a leguas. Lo esperable, aunque no fuera más que para evitar que la bazofia les salpicase, era que, una vez puesto a la vista el pastelón, abjurasen de quien llevaba años haciendo mangas y capirotes con los principios éticos del partido. La respuesta, sin embargo, ha sido apretar las filas y cargar sañudamente contra el mensajero.
Corolario de todo esto fue el docudrama estomagante del martes en el Parlamento vasco, con la compareciente ataviada de Dolorosa y clamando -hace falta carecer de sentido del pudor- que la están abriendo en canal (sic) por ser mujer (sic más bochornoso que el anterior, si cabe). No cuela ese victimismo cocodrilero en quien hemos visto advertir con voz de trueno y maneras de sargento de hierro a los que ella toma por desharrapados que Roma no paga traidores. Mejor dicho: no debería colar. Por desgracia, y vuelvo a la desazón que expresaba al principio de esta descarga, no las tengo todas conmigo.