Conmovedora incompetencia

Comparto con ustedes un dilema. Una parte de mi, la que lleva botas de caña alta y fusta, me pide que tire de disciplina inglesa con el Gobierno haragán que se presenta, un año y medio después de recibir la makila, con los deberes manga por hombro. Bonito problema semántico tenemos. Si el sustantivo legislatura viene del verbo legislar, a ver cómo llamamos a estos dieciocho meses que se han tirado los actuales inquilinos de Lakua dándole al lirili y olvidándose del lerele. Veinte leyes en la sala de espera. Ni el viejo Estrella Galicia, que solía venir al día siguiente, acumulaba retrasos semejantes. Qué tiempos, aquellos de la oposición, cuando lo gordo de la minipimer estaba siempre listo para atizar al tripartito que, según se decía entonces, se entretenía con el vuelo de las moscas identitarias y mantenía a dieta rigurosa al Boletín Oficial del País Vasco. ¿Y ahora qué?

Una tentación, ya les digo, liarse la columna a la cabeza, poner cara de vinagre y empezar a sacar los colores a epíteto pelado a los bravos reformistas procrastinadores. Pero no va a ser el caso. Para empezar, no creo que la calidad de las mayorías parlamentarias se mida en el número de leyes promulgadas. No tengo claro si es por contagio del liberalismo rampante que nos asola -¡y desola!- o por el pelo de la dehesa ácrata que aún conservo, pero siempre he pensado que hasta al reglamento del parchís le sobran páginas. En no pocos casos, la mejor ley es la que no existe. Ahí tienen la de Partidos. A saber qué prodigios nos aguardan en el baúl de asignaturas pendientes. Por pura estadística, es probable que la demora resulte una bendición.

Confesión

Y no es sólo eso. Si hay algo que ha actuado como detente-bala de mis primarios instintos críticos, es la extraterrenal candidez con que la portavoz del Gobierno reconoció que la brigada de ejecutores del cambio había saltado al campo sin calentar. “Es evidente que algunos departamentos han pecado de optimismo”, dijo con voz contrita Idoia Mendia, en lo que muchos han interpretado como una confesión autoinculpatoria de incapacidad para gobernar.

Será que se acerca la navidad o que ahora venden el pack de cuatro natillas por el precio de tres, pero a mi me ha conmovido el arranque de sinceridad de la portavoz, tan inusual en la política. Lo anoto como lo siento, aunque inmediatamente después añado que el final lógico de la comparecencia habría sido anunciar la dimisión en bloque del bisoño equipo de remeros que ha naufragado antes de dar la primera palada.