Las desgracias nunca vienen solas. Está comprobado. A su rebufo traen un cargamento de cámaras y otro de personajes públicos, mayormente políticos, siempre dispuestos a acompañar en el sentimiento a base de palmadas en la espalda y frases de ánimo de todo a cien. Como si los afectados no tuvieran bastante con lo que les ha caído encima, deben soportar que saquen su dolor en planos-detalle o que el Borbón suplente -el titular andaba en Suiza de bisnes– les suelte que ahora lo que tienen que hacer es “levantarse con fuerza”. Nos ha jodido mayo con la escala Richter. Lo dice él, que cuando termine de hacerse el cercano, saldrá pitando para su casuplón principesco, seguro de que lo encontrará en pie. Quitando que ahora las imágenes son en color, las cosas no han cambiado tanto desde que su bisabuelo visitó Las Hurdes.
En todo caso, lo del heredero de la corona española sólo ha sido un número más de la función para entretenimiento del populacho en que, según costumbre, se ha convertido el doble temblor de tierra de Lorca. Los cascotes que no deberían haber sido tan numerosos si se hubieran cumplido ciertas normativas han servido de escenografía para patéticos dós de pecho de actores más bien mediocres. De premio Anti-Max de teatro, la perorata de Zapatero: “El terremoto ha sido fuerte, pero España es más fuerte”. Alguien debería soplarle al oído que, aunque lo que ha sucedido ha sido muy grave, todavía quedan unas cuantas traineras de destrucción para que se parezca a lo de Japón.
Bien es cierto que sería en vano. Jamás dejaremos de estar abonados a la exageración, aunque nos conduzca a la misma antesala del esperpento. Que se lo pregunten al político vasco que, buscando una justificación a la desmesura de suspender la campaña electoral, dijo: “Hay muchos días a lo largo del año para expresar las ideas de uno, pero muy pocos para mostrar nuestra solidaridad con los murcianos”. Y se quedó tan ancho.